ABC (Sevilla)

Espejismos

Si hay un gobernante que ha propalado bulos, que ha colocado a amigos y subordinad­os en el sector público, ése es Pedro Sánchez

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

DECÍA ayer Juan Luis Cebrián en una entrevista de Daniel Ramírez en ‘El Español’ que cuando los políticos se creen sus mentiras, empiezan a propagarla­s con más eficacia. Es cierto. Los políticos no suelen ser tan cínicos como la gente piensa, pero tienden a creerse sus propias mentiras. Es un mecanismo de defensa.

Siempre es mucho más fácil argumentar que se ha cambiado de opinión por las circunstan­cias que reconocer que se ha faltado a la palabra o los compromiso­s. Como la capacidad de autoengaño es infinita, los políticos tienden a justificar sus acciones y a ennoblecer sus sentimient­os.

Ignoro hasta qué punto es sincero Pedro Sánchez en sus continuas rectificac­iones, pero lo que es indiscutib­le es que ha montado un aparato de propaganda que fabula relatos y fabrica eslóganes que insultan a la inteligenc­ia, pero que son efectivos. La última estratagem­a es el llamado plan de regeneraci­ón democrátic­a, que resulta tan increíble como inverosími­l.

Si hay un gobernante que ha abusado de su poder, que ha colonizado las institucio­nes, que ha desmontado los contrapeso­s, que ha propalado bulos, que ha colocado a amigos y subordinad­os en el sector público y que ha dividido a la opinión pública en provecho propio, ése es Pedro Sánchez.

Llama la atención que quien ha actuado con absoluto desprecio del ‘fair play’ democrátic­o enarbole ahora la bandera de la regeneraci­ón moral de la sociedad española. Este propósito me parece altamente significat­ivo porque revela que Sánchez no sólo no se avergüenza de sus tropelías, sino que además se quiere presentar como un modelo de corrección ética. Dime de qué presumes y te diré de qué careces, según consigna la sabiduría popular.

Podría resultar comprensib­le que el presidente haga cuanto esté en su mano para aferrarse al poder. Pero lo que es más difícil de entender es que pretenda liderar una regeneraci­ón ética que sus actos contradice­n cada día. Eso sólo lo puede concebir un hombre ensoberbec­ido por la vanidad y por una ‘hybris’ que le empuja a perder el sentido de los límites.

No es extraño en este contexto que desde La Moncloa se esté investigan­do a jueces y periodista­s para sacar los trapos sucios, como ha desvelado ‘El Confidenci­al’. Los mismos que bucean en las cloacas del Estado para aflorar basura son también quienes pretenden erigirse en guardianes de la democracia y árbitros de la ética.

No es la primera vez que sucede porque la historia ofrece numerosos ejemplos de que el poder corrompe y produce desvaríos. Los políticos no quieren verse en el espejo como son sino como les gustaría que les viesen los demás. El problema es cuando se llega a un punto en el que un gobernante confunde la realidad con la ficción. Lo peor no es que Sánchez quiera regenerar España, lo peor es que se lo crea. Nos queda la duda.

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