El Papa de los contrastes y de las sorpresas
En su último viaje, de once días en cuatro países de Asia y Oceanía, Francisco ha aprovechado para hacer una síntesis del contenido doctrinal y pastoral de su pontificado, además de mostrar más que nunca su vocación misionera. Un moderno diría que al argentino le van las experiencias fuertes
Con demasiada frecuencia olvidamos que el Papa Francisco es jesuita y que como buen jesuita lleva marcado en su vida y en su conciencia el lema ignaciano del ‘Magis’, una palabra convertida en lema, que apunta a ese «más» como ‘leitmotiv’ de las decisiones. Todo lo contrario de lo que supondría el «ir tirando o la ley del mínimo esfuerzo», hacer lo de siempre, estar en el Vaticano gestionando los problemas del día a día. Aplicado al Papa Francisco, y a su pontificado, el ‘Magis’ conduce a no darlo todo por sabido, incluso a no hacer lo que otros papas hicieron con esos 87 años, máxime en un período de demostrada buena salud dentro del cuadro general de sus achaques.
En su último viaje, el más largo de su pontificado, el Papa ha querido dar razón de otra de las formulaciones del ‘Magis’ ignaciano: «Lo más grande desde lo más pequeño», que vendría a ser la conclusión del principio de vida y de sus actuaciones. Un moderno diría que al Papa Francisco le van las experiencias fuertes. Sabe que su forma de ejercer el ministerio de Pedro, el papado, es demostrar que hay que descentrarse para centrarse, descentrarse incluso culturalmente, para centrarse en lo esencial, también a la hora de plantear el diálogo interreligioso en sociedades multiculturales y multirreligiosas. Véase la formulación del «túnel de la fraternidad» que Francisco bendijo junto al Gran Imán de Yakarta. En un momento de túneles que se asocian a guerra, terrorismo, violencia y muerte, este subterráneo conecta la gran mezquita con la catedral católica. O sus palabras sobre que «hay un solo Dios y existen varios caminos y lenguas para llegar a Dios. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios». O la firma de la Declaración de Istiqlal, que sigue la estela del Documento de Abu Dabi, para caminar de la mano de un islam que apuesta por una convivencia integradora.
Después de once días en cuatro países, Indonesia, Papúa, Nueva Guinea y Singapur, lugares «periferia», en terminología papal, Francisco ha aprovechado para volver a hacer una síntesis del contenido doctrinal y pastoral de su pontificado. Doce discursos, cuatro homilías –en Timor Oriental los dirigió en español–, más alguna espontánea intervención como la tenida en el encuentro interreligioso con los jóvenes en Singapur, y siete vuelos. Vendría a ser como las variaciones sobre los temas que puso sobre la mesa con la Exhortación apostólica ‘Evangelii Gaudium’, quizá para dar razón a Aristóteles que decía que «el final siempre está en el principio». La globalización de la comunicación, y la fuerza de su pedagogía testimonial, facilitan el eco de su mensaje. También el poder cumplir lo que en su día soñó, ser misionero. Entonces quería ir a Japón. Ahora, en este viaje a Asia y a Oceanía, se ha percibido con más intensidad esa vocación misionera del Papa Francisco, dinámica a la que quiere llevar a toda la Iglesia.
Siguiendo la famosa teoría del teólogo Romano Guardini, sobre el que quiso hacer su tesis doctoral en Alemania, el Papa es un especialista en el contraste. Es y seguirá siendo el Papa de los contrastes. Estuvo en Indonesia, el país con un mayor número de musulmanes de todo el planeta; también en Timor Oriental, la nación con un mayor porcentaje de católicos del mundo. Tuvo ante sí estadios con multitudes y actos con minorías.
Diría que si hubo en este viaje algún interlocutor privilegiado fueron los jóvenes. «Ustedes, jóvenes, –les dijo– deben tener el coraje de construir, de avanzar y de salir de las zonas de ‘confort’. ¡Un joven que elige hacer siempre su vida de forma ‘cómoda’ es un joven que engorda! Pero no engorda su barriga, ¡engorda su mente!». «¡Arriésguense, salgan! ¡No tengan miedo!».
El Papa, a sus 87 años, no necesita demostrarnos que su pontificado no está en tiempo de descuento, ni de que la preparación para al Jubileo universal del año 2025 se hace con nuevas metáforas. A lo largo de estos once días se ha visto cómo el Papa, que aprovechaba bien las largas jornadas de descanso, iba recuperando energías. Ha habido en esta larga visita, que le ha servido para oxigenarse de las cuestiones internas de la Iglesia en vísperas de iniciar la segunda etapa del Sínodo sobre la sinodalidad, muchas ideas nuevas que habrá que ir digiriendo. En trece días se subirá a otro avión para viajar a Bélgica y Luxemburgo. Otro añadido contraste en quien no deja, y dejará, de sorprendernos como ha hecho en el avión de regreso a Roma, con la espontaneidad que le caracteriza, al formular su deseo de «ir a Canarias para estar cerca de este pueblo en la crisis migratoria». A Canarias, en España. Es cuestión de hacer un hueco en la agenda quizá después del Sínodo y antes del Jubileo.
Su forma de ejercer el ministerio es demostrar que hay que descentrarse para centrarse, incluso hasta en el diálogo interreligioso