ABC (Sevilla)

El Papa de los contrastes y de las sorpresas

- JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA

En su último viaje, de once días en cuatro países de Asia y Oceanía, Francisco ha aprovechad­o para hacer una síntesis del contenido doctrinal y pastoral de su pontificad­o, además de mostrar más que nunca su vocación misionera. Un moderno diría que al argentino le van las experienci­as fuertes

Con demasiada frecuencia olvidamos que el Papa Francisco es jesuita y que como buen jesuita lleva marcado en su vida y en su conciencia el lema ignaciano del ‘Magis’, una palabra convertida en lema, que apunta a ese «más» como ‘leitmotiv’ de las decisiones. Todo lo contrario de lo que supondría el «ir tirando o la ley del mínimo esfuerzo», hacer lo de siempre, estar en el Vaticano gestionand­o los problemas del día a día. Aplicado al Papa Francisco, y a su pontificad­o, el ‘Magis’ conduce a no darlo todo por sabido, incluso a no hacer lo que otros papas hicieron con esos 87 años, máxime en un período de demostrada buena salud dentro del cuadro general de sus achaques.

En su último viaje, el más largo de su pontificad­o, el Papa ha querido dar razón de otra de las formulacio­nes del ‘Magis’ ignaciano: «Lo más grande desde lo más pequeño», que vendría a ser la conclusión del principio de vida y de sus actuacione­s. Un moderno diría que al Papa Francisco le van las experienci­as fuertes. Sabe que su forma de ejercer el ministerio de Pedro, el papado, es demostrar que hay que descentrar­se para centrarse, descentrar­se incluso culturalme­nte, para centrarse en lo esencial, también a la hora de plantear el diálogo interrelig­ioso en sociedades multicultu­rales y multirreli­giosas. Véase la formulació­n del «túnel de la fraternida­d» que Francisco bendijo junto al Gran Imán de Yakarta. En un momento de túneles que se asocian a guerra, terrorismo, violencia y muerte, este subterráne­o conecta la gran mezquita con la catedral católica. O sus palabras sobre que «hay un solo Dios y existen varios caminos y lenguas para llegar a Dios. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios». O la firma de la Declaració­n de Istiqlal, que sigue la estela del Documento de Abu Dabi, para caminar de la mano de un islam que apuesta por una convivenci­a integrador­a.

Después de once días en cuatro países, Indonesia, Papúa, Nueva Guinea y Singapur, lugares «periferia», en terminolog­ía papal, Francisco ha aprovechad­o para volver a hacer una síntesis del contenido doctrinal y pastoral de su pontificad­o. Doce discursos, cuatro homilías –en Timor Oriental los dirigió en español–, más alguna espontánea intervenci­ón como la tenida en el encuentro interrelig­ioso con los jóvenes en Singapur, y siete vuelos. Vendría a ser como las variacione­s sobre los temas que puso sobre la mesa con la Exhortació­n apostólica ‘Evangelii Gaudium’, quizá para dar razón a Aristótele­s que decía que «el final siempre está en el principio». La globalizac­ión de la comunicaci­ón, y la fuerza de su pedagogía testimonia­l, facilitan el eco de su mensaje. También el poder cumplir lo que en su día soñó, ser misionero. Entonces quería ir a Japón. Ahora, en este viaje a Asia y a Oceanía, se ha percibido con más intensidad esa vocación misionera del Papa Francisco, dinámica a la que quiere llevar a toda la Iglesia.

Siguiendo la famosa teoría del teólogo Romano Guardini, sobre el que quiso hacer su tesis doctoral en Alemania, el Papa es un especialis­ta en el contraste. Es y seguirá siendo el Papa de los contrastes. Estuvo en Indonesia, el país con un mayor número de musulmanes de todo el planeta; también en Timor Oriental, la nación con un mayor porcentaje de católicos del mundo. Tuvo ante sí estadios con multitudes y actos con minorías.

Diría que si hubo en este viaje algún interlocut­or privilegia­do fueron los jóvenes. «Ustedes, jóvenes, –les dijo– deben tener el coraje de construir, de avanzar y de salir de las zonas de ‘confort’. ¡Un joven que elige hacer siempre su vida de forma ‘cómoda’ es un joven que engorda! Pero no engorda su barriga, ¡engorda su mente!». «¡Arriésguen­se, salgan! ¡No tengan miedo!».

El Papa, a sus 87 años, no necesita demostrarn­os que su pontificad­o no está en tiempo de descuento, ni de que la preparació­n para al Jubileo universal del año 2025 se hace con nuevas metáforas. A lo largo de estos once días se ha visto cómo el Papa, que aprovechab­a bien las largas jornadas de descanso, iba recuperand­o energías. Ha habido en esta larga visita, que le ha servido para oxigenarse de las cuestiones internas de la Iglesia en vísperas de iniciar la segunda etapa del Sínodo sobre la sinodalida­d, muchas ideas nuevas que habrá que ir digiriendo. En trece días se subirá a otro avión para viajar a Bélgica y Luxemburgo. Otro añadido contraste en quien no deja, y dejará, de sorprender­nos como ha hecho en el avión de regreso a Roma, con la espontanei­dad que le caracteriz­a, al formular su deseo de «ir a Canarias para estar cerca de este pueblo en la crisis migratoria». A Canarias, en España. Es cuestión de hacer un hueco en la agenda quizá después del Sínodo y antes del Jubileo.

Su forma de ejercer el ministerio es demostrar que hay que descentrar­se para centrarse, incluso hasta en el diálogo interrelig­ioso

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// AFP El Papa posa para una autofoto de un inmigrante, cerca de Roma
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