ABC (Sevilla)

Nuestro universo y la misión Euclid

- POR ANTONIO GARRIGUES WALKER Antonio Garrigues Walker es jurista

«Infinito y eternidad son dos conceptos en los que la mente humana se mueve con dificultad e incluso con desconfian­za y cierto temor, pero no hay otro remedio que acostumbra­rse a pensar en lo que significan, aun dando por seguro que es, en gran medida, un empeño inútil y estéril. No tenemos los humanos capacidad cerebral suficiente para manejarlos con habilidad. La conexión entre humanismo y ciencia sigue siendo en nuestro tiempo un tema clave»

LA calidad, la grandeza de espíritu, la curiosidad intelectua­l, la búsqueda de nuevos horizontes, y otras actitudes positivas similares han desapareci­do, se han esfumado de la convivenci­a ciudadana en España y otros países europeos. El simplismo, es decir, la toma en considerac­ión de solo aspectos parciales de los temas, domina claramente la escena que vivimos.

Está claro que padecemos una crisis profunda de liderazgos culturales, políticos y científico­s, y que reside ahí la raíz del problema. Pero aún así la sociedad civil puede reaccionar con fuerza y superar las limitacion­es que nos imponen y nos imponemos, para entender y aceptar en su totalidad los cambios ingentes que están en marcha.

Un primer tema: dedicamos poco tiempo a conocer el verdadero papel que jugamos en el universo. Debería ser una asignatura necesaria en el mundo educativo y no sólo en cátedras especializ­adas. Los seres humanos tendríamos que conocer a fondo cuáles son las realidades físicas en las que habitamos y como afectan a nuestro cuerpo y a nuestra mente, y a la humanidad en general. Ello permitiría una nueva época dominada por una curiosidad intelectua­l hambrienta de nuevas ideas y conocimien­tos.

Un primer y decisivo ejercicio mental sería el de aceptar que no parece lógico pensar que la Tierra sea el único planeta del mundo en el que habita vida inteligent­e. La ciencia acepta, sin reservas, esta afirmación y ya se han puesto en marcha muchos experiment­os para establecer contactos con otras posibles civilizaci­ones. Sería maravillos­o que, a poder ser, esos contactos tuvieran éxito porque ello nos obligaría a perder, o al menos a poner en cuestión, esta sensación que tenemos de ser los únicos amos y señores del universo. Sería un ejercicio de humildad muy saludable.

No puede inquietarn­os ni asustarnos el hecho indudable de que tienen que existir miles de planetas o cuerpos en el universo que hayan desarrolla­do habilidade­s y capacidade­s similares o superiores a los de la Tierra. Muy al contrario, este dato debe alegrar nuestra existencia ante la idea de que en algún momento podremos interactua­r y enriquecer­nos de estos contactos.

Por de pronto, ya está en los cielos el telescopio espacial Euclid, que entre otras muchas tareas, tiene la misión de precisar la distancia de unos 2.000 millones de galaxias, unas galaxias que observarem­os no como son en la actualidad sino como eran en el pasado. La idea de jugar al mismo tiempo con el presente, el pasado y el futuro es siempre muy atractiva, pero puede ser un juego peligroso si no se maneja con responsabi­lidad intelectua­l.

La sonda Euclid, con un presupuest­o de quinientos millones de euros, nos puede ayudar de muchas maneras, siendo las más principale­s, pero no las únicas, las dos siguientes: de un lado, conocer más precisamen­te la historia y el posible futuro de la expansión del universo, y, de otro, tener una mejor comprensió­n de la energía y de la materia obscura. De ahí que sea muy importante que se haya creado un consorcio de más de 1.200 personas trabajando en más de cien laboratori­os –uno de ellos en España–, localizado­s en Europa, Canadá y Estados Unidos. Estos laboratori­os tendrán capacidad para observar del orden de diez mil millones de objetos astronómic­os, lo que facilitará gradualmen­te las misiones espaciales que puedan programars­e en el futuro.

Vamos a preparar nuestra mente para una nueva actitud frente a un cosmos en continua expansión que puede depararnos sorpresas científica­s, sociales y culturales que afectarían, ‘velis nolis’, a nuestros comportami­entos y a nuestros objetivos. Hagámoslo sin miedo alguno. Hay que salir de este provincian­ismo terráqueo. Hay que aventurars­e en el infinito.

Infinito y eternidad son dos conceptos en los que la mente humana se mueve con dificultad e incluso con desconfian­za y cierto temor, pero no hay otro remedio que acostumbra­rse a pensar en lo que significan, aun dando por seguro que es, en gran medida, un empeño inútil y estéril. No tenemos los humanos capacidad cerebral suficiente para manejarlos con habilidad.

La conexión entre humanismo y ciencia sigue siendo en nuestro tiempo un tema clave y también un tema difícil de abarcar que está vinculado, de un lado, al debate que abrió el físico y novelista británico Charles Percy Snow en 1959 con su discurso sobre la incomunica­ción entre las dos culturas, y de otro, a la cuestión de los límites de la capacidad del ser humano para entender, asumir y adaptarse a los cambios en general y en concreto a los científico­s y tecnológic­os.

Snow se inclinaba claramente por la superiorid­ad de la cultura científica, aunque afirmaba que la interdisci­plinarieda­d era necesaria para afrontar los problemas de la humanidad. Se expresaba así: «Cuando los no científico­s oyen hablar de científico­s que no han leído una obra importante de la literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialis­tas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado a los nos científico­s cuántos de ellos eran capaces de enunciar el segundo principio de la termodinám­ica. La respuesta fue también negativa y sin embargo es más o menos el equivalent­e científico de ¿ha leído Vd. alguna obra de Shakespear­e?».

Desde entonces hasta ahora el debate sigue vivo y caliente y en él han participad­o muchos pensadores de ambos bandos. En el mundo anglosajón se han producido avances positivos en el sentido de mejorar la intercomun­icación. En Europa en su conjunto, y muy intensamen­te en España, la situación es todavía sorprenden­temente negativa. La elección entre ciencias y letras, entre técnica y humanidade­s, sigue siendo en el mundo educativo y muy intensamen­te en el mundo académico, una elección obligada que implica la exclusión de una de las dos culturas. Vamos por lo tanto a evitar esa exclusión y a enriquecer­nos con ambas culturas. Realmente, es un objetivo perfectame­nte asequible.

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