ABC (Sevilla)

Feliz año nuevo

El ocaso del verano marca el nacimiento de un nuevo curso, más que el atragantam­iento con las doce uvas

- JESÚS DÍAZ

SE acerca el inevitable abismo que produce tachar el 31 de agosto del calendario. No hay más. Ya sólo resta esperar que el sol siga girando su noria hasta que vuelva a sonar la campana, como el último día de colegio, que da el pistoletaz­o de salida al periodo vacacional. Hasta que ese momento se repita, hay que pasar por el trance de envolver los últimos atardecere­s en los pocos minutos que, día a día, le arrebata la noche al reloj. Ha llegado el momento de abrir la maleta para llenarla del mercurio que nos abrasó, de cenas en las que te bebiste el mar, de la salitre que saboreó el cutis, el levante que derribó todos los males y la piel mudada, cuya caída como un viejo puzle es la metáfora del sobrepeso emocional que portas y dejas caer para siempre o, al menos, hasta la llegada de un nuevo estío. Cierras la cremallera y guardas el equipaje de nuevo en el altillo. Hasta el año que viene.

El verano, más bien su ocaso, marca el nacimiento de un nuevo curso, un nuevo año, más que las doce campanadas y el atragantam­iento con las correspond­ientes uvas con la Obregón y Ramontxu en la televisión de todos, como la Hacienda de Montero. Para los más pequeños es el reencuentr­o con los amigos con los que grabarán la canción de su infancia. Los más adolescent­es sueltan lastre del acné del pavo y vislumbran el siguiente trampolín en su propia carrera de fondo. Los más jóvenes han de olvidar los pasajeros y efervescen­tes amores del verano para abrigarse en otros durante los fríos del invierno. Otra vez el mercurio.

Mientras los adultos habrán de conjugarlo todo en la misma coctelera. Septiembre no es tiempo de mojitos. Ahora toca buscar la pócima mágica que cargue de energía las pilas de las buenas intencione­s laborales, sociales, deportivas o alimentici­as, aunque es extremo el riesgo de que no queden en meros fuegos artificial­es como los que cierran las ferias que ahora proliferan en toda la provincia. Y es ahí donde bajan la bandera a cuadros del gran premio de mi verano, dando el relevo bajo luces y farolillos. El último brindis, como en Nochevieja, por citarnos el año que viene en el mismo sitio.

Cuando tome la autovía en ese viaje de regreso a mis aposentos, los kilómetros de asfalto servirán como una película en blanco y negro para rememorar lo que rebosa las alforjas de la memoria de un verano en las playas de Cádiz que aún vencen a las medusas de la bulla y no hay campanas que marquen las horas, donde conviven bajo el idioma del atún vascos, madrileños, andaluces y catalanes. Mientras, las olas de calor provocaron que en otros lugares de nuestro país unos sembraran la semilla del odio al turista. Qué hartazgo de levantar muros. A los del Sur nos gusta el Norte, y a los de allí le gusta esto, no intenten negarlo. No estaría nada mal como flamante propósito manosear más los términos libertad y respeto, y aborrecer las inquinas, las rencillas, el rencor a lo contrario, a las diferencia­s. Inténtenlo. Feliz año nuevo a todos.

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