ABC (Sevilla)

Por el camino de Marcel Proust

El escritor puso en el mapa la villa de Illiers, que acabaría fusionada con el topónimo literario de Combray

- SERGI DORIA Verbolario POR RODRIGO CORTÉS m. y f. Persona que señala y suda.

Si su obra se compara con la construcci­ón de una catedral gótica, Proust halló su primer lugar inspirador a poco más de treinta kilómetros de Chartres. Illiers es un pueblo ligado a su apellido: ya en el siglo XVII un Proust fue nombrado recaudador del marquesado de Illiers. El abuelo de Marcel fabricaba cirios y velas, un producto muy demandado al tener tan cerca la catedral de Nuestra Señora de Chartres. El padre del escritor nació en una casa rústica de la antigua calle del Caballo Blanco. Nadie del ‘dramatis personae’ familiar sospechaba a finales del siglo XIX que se convertirí­an en personajes de la monumental ‘Recherche’. Tampoco la villa de Illiers, que acabó fusionada con el topónimo literario de Combray: en 1971 la Sociedad de Amigos de Proust la rebautizó como Illiers-Combray.

A Illiers llegó el pequeño Marcel en 1877. Tenía seis años. Su tía Elisabeth, casada con el comerciant­e Jules Amiot, era la anfitriona de los Proust cuando iban a Illiers a pasar la Semana Santa. Bajaban del tren, tomaban la Avenue de la Gare, seguían por la Rue de Chartres y cruzaban la plaza del mercado hasta la Rue du Saint-Esprit, la de la casa Amiot. Todo eran cuidados para el asmático Marcel. La botella de goma debía contener agua hirviendo. Cuatro almohadas en el lecho para mantener la cabeza incorporad­a. En la mesita de noche, un vaso azul, un azucarero y una jarra que hacía juego con el vaso.

Objetos domésticos que podemos reencontra­r en una visita a la casa de Proust en Illiers-Combray.

Decía Proust que Combray era un pueblo resumido en una iglesia. Era la de Saint-Jacques, que en la novela se llama Saint-Hilaire: el sonido de sus campanas pautaba los días de los vecinos. La fina aguja del campanario era tan delgada y rosácea «que apenas parecía trazada en el cielo por una uña que hubiera querido añadir a aquel paisaje,pai a aquel cuadro hecho nada más que de naturaleza, esta levelev marca artística, esta únicaca indicación humana». El recuerdocu de Combray reaparecec­e mecido en el sueño de una nocheno de invierno, años despuéspué de aquellos días felices de primavera primav y verano que ya no volveríanv­erían. HaceHa frío y su madre prepara té, que acompaña con una magdalena; se llaman ‘coquilles de SaintJacqu­es’ porque imitan las conchas que portaban los peregrinos del Camino de Santiago.

Sabor y memoria

Cuando Proust moja la magdalena en el té y se la lleva a la boca el sabor le devuelve a la infancia: «Aquel sabor era el del trocito de magdalena que me ofrecía los domingos por la mañana en Combray (porque esos días yo no salía antes de la hora de misa), cuando iba a darle los buenos días a su cuarto, mi tía Léonie después de haberlo mojado en su infusión de té o de tila». Retornan a la memoria la casa gris, el pabellón que daba al jardín. Se vuelve a escuchar la voz del señor Swann «de nariz aguileña, de ojos verdes, bajo una alta frente rodeada por unos cabellos rubios, casi rojizos, peinados a lo Bressant». La familia Swann poseía una finca en las afueras de Combray y encarnaba a la ‘coté’ de la burguesía frente a la otra ‘coté’ de la aristocrac­ia, el mundo de Guermantes.

Combray es lo que propulsa ‘En busca del tiempo perdido’. Aquellos días de infancia germinarán literariam­ente en 1913 con la publicació­n de ‘Por el camino de Swann’. El 10 de julio se cumplieron 153 años del nacimiento de Proust. Como escribió George D. Painter en su biografía: «En Illiers, todos podemos ver la iglesia, los jardines y las grises calles de Combray; los campanario­s realizan su extraña danza, los dos caminos por la monótona llanura y a lo largo del estrecho río avanzan siempre en opuestas direccione­s y, sin embargo, se encuentran. En la topografía real de Illiers estaba, latente, el simbólico paisaje de Combray».

Los días de infancia del autor en la ciudad son lo que propulsa ‘En busca del tiempo perdido’

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/// ABC La casa de la tía Léonie, hoy museo con los recuerdos de Proust
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