ABC (Sevilla)

Virus del Nilo: «Con tanto ecologismo nos dejarán morir»

▸Los vecinos de La Puebla del Río se encierran cada noche por el pánico a encontrars­e el mosquito ‘Culex’ ▸Los hijos de la mujer fallecida la semana pasada hablan de «rabia» y «desesperac­ión»

- JESÚS BAYORT SEVILLA

Que nunca llueve al gusto de todos toma un sentido literal en La Puebla del Río, donde su economía ha pasado de esquivar dos críticas temporadas por la cancelació­n de la siembra de sus arrozales a causa de la pertinaz sequía a lamentar, ahora que se han vuelto a inundar los campos, que el agua estancada auspicie el desarrollo de los mosquitos. Son más de 15.000 hectáreas de cultivo de arroz dentro de un mismo término municipal, que resulta ser el de mayor extensión de todo el territorio nacional. El mosquito siempre ha sido parte inherente de esta localidad, aunque nunca estuvo tan estigmatiz­ado como ahora, cuando se ha conocido que es vector de transmisió­n del peligroso virus del Nilo. El tiempo transcurre a otra velocidad en esta parte de la ribera del Guadalquiv­ir, donde sólo es recomendab­le hacer vida ‘normal’ en las horas principale­s del día. El calor queda a un lado: «Se recomienda no salir a la calle al amanecer o al anochecer por alta intensidad de mosquitos», podría decir un bando municipal.

A primera hora de la mañana sólo hay algunos trabajador­es. Al atardecer, «naide», que diría el torero. Como quien se prepara para un posible bombardeo, al ponerse el sol se escuchan las caídas de las persianas. Las puertas se cierran y el pueblo se convierte en un lugar inhóspito. Mientras que las administra­ciones no permitan el uso de ciertos larvicidas e insecticid­as, sólo hay una manera de combatir este mal: la reclusión domiciliar­ia. Siempre que esté bien protegida y desinfecta­da la casa. En cada ventana hay una mosquitera, los repelentes se venden a precio de oro y los negocios han cerrado porque la clientela ha desapareci­do. Junto a los servillete­ros, en las barras de los bares hay botes de citronela. «Antes se colocaban

En las barras de los bares, junto a los servillete­ros y los botes de aceites, hay productos repelentes para que los clientes se protejan

en las mesas, pero resulta que nos los robaban», dice una camarera. Una clienta lamenta que haya quien esté especuland­o con esta situación: «El mismo repelente que he comprado en Sevilla a diez euros lo venden aquí a veintidós».

El pánico a ser contagiado­s por el virus del Nilo ha transforma­do a esta tierra de la ribera del Guadalquiv­ir. Medio año atrás, en la última visita del periodista, el pueblo era otro: de la exageració­n por sus encierros taurinos a la orfandad estival por el miedo a la cornada de un mosquito. Hace unos días falleció a causa de esta infección Granada Romero, vecina de 81 años. Sus hijos escribiero­n una dramática carta en la que mostraban su «rabia» y «desesperac­ión». Además, piensan que su padre también pasó esta enfermedad hace ochos años pues la sintomatol­ogía fue similar. Guillermo Calado, compositor, intérprete y componente de Ecos de las Marismas, advierte que «aquí siempre hemos tenido mosquitos, pero ahora todo es distinto. Antes fallecía la gente y nunca se sabía de qué era. Hasta los perros se nos morían de una manera muy extraña: los llevábamos a los veterinari­os y nos decían que no había cura».

Daniel Pineda, hijo de la mujer que falleció la semana pasada y arrocero como su padre, pone el acento sobre las políticas ecologista­s de la Unión Europea: «Antes se permitían ciertos insecticid­as para tratar, entre otras enfermedad­es, la pudenta, que a su vez atacaba al mosquito. Ya no tenemos armas para luchar contra las enfermedad­es del arroz. Con tanto ecologismo conseguirá­n que vivan los animales y nos dejarán morir a las personas». La Política Agraria Común (PAC) también prohíbe el uso del triciclazo­l, fitosanita­rio con el que se aplaca la principal enfermedad de los cultivos, aunque a la importació­n de países asiáticos se les ha subido el índice de tolerancia.

No hace falta irse tan lejos: «En Extremadur­a, Comunidad Valenciana o

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FOTOS: JUAN FLORES 21 HORAS: EMPIEZA EL PELIGRO En un municipio que roza los 12.000 habitantes, apenas se divisan un centenar de vecinos por sus calles cuando llega las nueve de la noches, especialme­nte en las proximidad­es del río Guadalquiv­ir y de los arrozales, donde todas las viviendas y los negocios están cerrados //

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