ABC (Sevilla)

El superdoble­s, a un paso de la medalla

▸ Con una dupla más engrasada, Alcaraz y Nadal vencen a los neerlandes­es en dos horas y media sufridas

- LAURA MARTA ENVIADA ESPECIAL A PARÍS

Los paraguas que hace unos días servían para guarecerse de la lluvia, ahora intentar paliar el intenso sol que pega en Roland Garros. Aspersores abiertos para que se pueda remojar el personal. Los pisteros alegran la vida a los aficionado­s de las primeras filas regalando un duchazo. Y se repite por megafonía que se beba agua con frecuencia, que hay fuentes gratis, aquí sí, por todo el recinto. Pero no impide que la Suzanne Lenglen esté llena en sus 10.000 butacas. Es el atractivo eterno que ejerce Rafael Nadal, y que ha multiplica­do con la presencia de Carlos Alcaraz a su lado en este París 2024. Y que continúa en el camino de la medalla que le privó Novak Djokovic en individual, pero lo apoya el murciano en el dobles: ganadores con sufrimient­o ante Griekspoor y Koolhof por 6-4, 6-7 (2) y 10-2.

Desde que asoman por el túnel hay algarabía y murmullos. Ya están aquí. Vamos a verlo, a verlos, una vez más. Móviles en ristre para captar el momento y la ovación de bienvenida. Alcaraz se anima con el bullicio, mirada en derredor con sonrisa en el rostro. A lo suyo, Nadal pone las botellas en su lugar, una acción tan cotidiana, tan él, tan en peligro de extinción. Pero es ahí, cuando se levanta como un resorte y brinca hasta la red cuando esta pista se quita la careta: ha habido aplausos para el murciano, pero nada comparable (todavía) con los que hay para el balear.

Lo sabe el murciano, que se ha entonado para este segundo partido y sacude un remate en el primer punto para confirmarl­o. Aprende rápido, y después de los nervios del primer día, es quien pone la fuerza. Nadal, la sutileza. Manita profunda y suave para las voleas y las bolas profundas.

Fresco Nadal a pesar del calor y de la derrota dura ante Djokovic, ágil Alcaraz en la red, entonadísi­mos en esta segunda presencia olímpica juntos y hasta con risas cuando los cruces no salen. Disculpas por parte de Alcaraz que recibe Nadal con un ‘ok, no pasa nada’. Uno enseña, el otro aprende. No hay signos ni señales, sí mucha conversaci­ón. Y mil recursos más para paliar el poco tiempo de compenetra­ción que han tenido.

Incluso aunque acaben por los suelos, como Nadal al pillar casi en la cara un disparo de Griekspoor. Cómo no rendirle uno y mil tributos en este lugar. Ese que limpia la línea con el pie cuando tiene que restar, ese que se da tres golpecitos, izquierda, derecha, izquierda, antes de sacar. El de las mil rutinas, mil gestos, mil victorias, mil aplausos.

El que corre para presionar al rival cuando este tiene que irse a devolver una pelota muy atrás, y el que salta de alegría cuando la derecha de Alcaraz, esa derecha que despierta los ‘oh’, cruza la pista sin encontrar respuesta y se convierte en la rotura en el séptimo juego del primer set. Chispazo de euforia en el equipo español y en la grada, que se levanta de la silla a pesar de que el bochorno pega las piernas a la madera.

Caen cuatro gotas que alivian algo el calor, pero no perturban el camino, cada vez más libres en coordinaci­ón con el compañero. Aunque en lugar de gestos haya divertidos «¿Aquí?, ¿aquí?, ¿Mm quedo?». Da igual, imparables, resuelven el primer set sin contratiem­pos.

«Muy buen dejada», premia Nadal. «Vamos a ver si hacemos este, ¿eh?», apremia. Y se divierten, que eso también ayuda a que el partido vaya por donde quieren. Muy seguro atrás el balear, en todas partes el murciano, que se presta a todo en la red. No se consigue el break, pero se lo siguen pasando bien; hasta la grada murmura y se ríe porque no se ponen de acuerdo con el «aquí», «no», «más aquí», «no».

No se pliegan los neerlandes­es, eso sí, mucho más acoplados, con Koolhof como especialis­ta, tres títulos este año, 19 en total. Dos pequeños sustos en el octavo juego, que Alcaraz solventa con valentía y dos primeros saques.

Era el primer aviso. Nadal y Alcaraz no logran la rotura y Griekspoor y Koolhof tienen un punto más de energía en el tie break para llevar el desenlace del encuentro al super tie break. Los «Rafa, Rafa, Rafa» se multiplica­n porque nadie quiere que la fiesta en la que se había convertido el encuentro se empañe con una posible salida definitiva de Nadal de los Juegos, y de París.

El primero que no quiere es Nadal, que apela a su espíritu, el que le nace revolucion­ado en esta ciudad, para liderar estos diez puntos definitivo­s. Se quedó sin posibilida­d de un premio en individual, pero no va a desaprovec­har esta oportunida­d al dobles de sumar un mordisco más a la historia del tenis en forma de medalla.

Lo acompaña Alcaraz con un punto de los suyos: atrevido, volea, volea, volea y remate a la línea, brazo en alto para empezar a notar que esto será suyo en algún momento. Y para que los dos españoles celebren el 6-1 y el 7-1, y el 8-1 y el 9-1 y la grada se enfade porque hay que esperar otro punto más para ver la victoria de este superdoble­s. Brazos en alto y gritos de rabia porque se ha sufrido, pero se ha logrado el objetivo. Un pasito más cerca del podio; lo que quieren ellos. Un día más de Nadal en París; lo que quieren todos.

En lugar de gestos hay divertidas conversaci­ones: «¿Aquí?, ¿más aquí?, ¿me quedo», «sí», pero cada vez están más coordinado­s

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// EFE Nadal y Alcaraz celebran el triunfo ante Griekspoor y Koolhof, ayer
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