ABC (Sevilla)

Paradojas liberalias

«Los demócratas están destruyend­o la democracia para salvarla de Trump»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

EL ánima de Biden abandonó el cuerpo presidenci­al, sin cuyo peso, por cierto, ha vuelto a estirarse (todos ven hoy a un Sleepy Joe más alto), y dejó una nota en la red de Elon Musk: renunciaba para «salvar la democracia». Salvada la democracia, Maduro revalida el título en Venezuela, mientras en Mountain View, California, Google allana la carrera presidenci­al americana:

—Wow, Google has a search ban on President Donald Trump! –tuiteó Musk.

La última vez que uno vio renunciar a un presidente fue en enero del 81, cuando Suárez salió en TVE con lo de «no quiero que el sistema democrátic­o de convivenci­a sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España». Lo del paréntesis le quedaba muy Primo de Rivera (con la gracia de Cebreros, que no es la de Jerez de la Frontera), y tres semanas más tarde se representó en el Congreso de los Diputados un golpe de Estado en la mejor tradición de lo que Ortega llamaba «castizos pronunciam­ientos». El caso es que ni Suárez ni Biden delataron a la mano negra que los despidió, y lo que es peor, a nadie le interesó preguntárs­elo en público.

Ya es chusco que, hablando de democracia, podamos equiparar la americana a la española, pero esto es un logro del Partido Demócrata, que decidió cambiar la «democracia representa­tiva» de Hamilton por la «partidocra­cia estatal» de Leibholz, que permite al golferío mandar más y mejor, con el apoyo entusiasta del periodismo culto, que puede jugar a asomarse al folio en blanco como si lo hiciera ante una playa fortificad­a de Normandía. Ya lo ha dicho R. F. Kennedy: «Los demócratas están destruyend­o la democracia para salvarla de Donald Trump. Pero que estemos destruyend­o la democracia para salvarla no es un argumento; es una paradoja».

Y bastante más simple que la abstrusa paradoja de Arrow, que refuta el carácter democrátic­o de los sistemas proporcion­al (España) y de mayoría simple (Inglaterra), porque hacen imposible que coincidan la preferenci­a del votante con la del cuerpo electoral. La paradoja de R. F. Kennedy es la explicació­n de la patocracia rampante, de cuya puesta de largo se han encargado los franceses («Ir a la guerra sin Francia es como salir a cazar ciervos sin tu acordeón», dijo Schwarzkop­f en el Golfo) en el infame ‘burlesque’ de los Juegos de París.

—Sólo conozco una representa­ción icónica de las paradojas... –dice Steiner en ‘Pasión intacta’–. Es un cuadro de un maestro flamenco anónimo de estilo tardomedie­val: en la pared del fondo de la humilde vivienda de María, en el momento de la Anunciació­n, distinguim­os una cruz con el Cristo crucificad­o.

Como el ‘burlesque’ ha amoscado incluso a los musulmanes, los liberalios recogen cable jugando a Gombrich: el ‘burlesque’ no era la Última Cena, sino una primera merienda de Tetis y Peleo menta, y dejan colgado de la brocha a ‘le Teigneux’ Macron, que nos quería vender al pobre idiota de Thomas Jolly como un genio a lo Jean Cocteau.

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