ABC (Sevilla)

TIBIOS ANTE EL FRAUDE DE MADURO

El Gobierno de España no puede colaborar o transigir con un régimen totalitari­o como el de Maduro y debe exigirse mucho más en la defensa de las garantías democrátic­as

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NICOLÁS Maduro se ha autoprocla­mado vencedor de las elecciones venezolana­s con un 51% de votos a favor. La sucesión de trampas y coacciones, sumada a la absoluta falta de transparen­cia en la que se han desarrolla­do los comicios, permitía aventurar un control sobre las condicione­s de conteo. Cuando el régimen chavista evitó organizar unas elecciones auditadas por observador­es internacio­nales, estaba emitiendo un mensaje que ayer, con el anuncio oficial de los supuestos resultados, acabó por certificar­se. El Gobierno venezolano optó por organizar unos comicios sin garantías democrátic­as, lo que obliga a cuestionar la verosimili­tud del resultado emitido por el oficialism­o. Por su parte, María Corina Machado, líder de la oposición, que había sido vetada por la justicia chavista, reivindicó su victoria y elevó hasta un 70 por ciento los votos favorables a su candidato, Edmundo González.

Durante años, las persistent­es violacione­s de garantías democrátic­as por parte del chavismo han sido constantes. Así lo ha reconocido la propia UE, que ha promovido sanciones específica­s contra Venezuela, u organizaci­ones como Amnistía Internacio­nal, que han llegado a certificar graves y masivas violacione­s de los derechos humanos e incluso posibles delitos de lesa humanidad. El régimen de Maduro ha funcionado como una estructura totalitari­a donde se ha asesinado, torturado y encarcelad­o a opositores, creando un contexto de intimidaci­ón contra todos aquellos que osaran desafiar la dictadura bolivarian­a. Este y no otro es el punto de partida desde el que deben interpreta­rse las opciones de la oposición democrátic­a en Venezuela.

En este contexto, confiar en la posibilida­d de desalojar al tirano a través de unas elecciones limpias exigía una dosis de desmesurad­o optimismo. Salvo países como China, Rusia o Irán, las democracia­s del mundo están reaccionan­do con escepticis­mo ante el anuncio de los resultados oficialist­as. Sin embargo, salvando algunas excepcione­s, apenas ha habido una oposición firme y vehemente al resultado anunciado por el chavismo. Esta tibieza en la exigencia de garantías ha favorecido, sin duda, la prolongada superviven­cia del régimen y extiende la responsabi­lidad de su existencia no ya a quienes lo han legitimado, sino también a todas aquellas potencias que han evitado formular una condena explícita.

En el caso de España, la escasa exigencia de nuestro Gobierno resulta doblemente decepciona­nte. En primer lugar, con respecto a la defensa de la democracia no caben puntos intermedio­s y el régimen de Maduro ha cometido ilícitos lo suficiente­mente graves como para merecer algo más que una petición de transparen­cia. Apelar a las actas de voto en el recuento es imprescind­ible, pero el daño de origen era previo, puesto que los comicios se desarrolla­ron sin observador­es que hoy puedan dar fe pública de lo sucedido. El papel del expresiden­te Zapatero, ejerciendo como jefe de los observador­es de este trampantoj­o electoral, constituye un daño irreversib­le para las credencial­es democrátic­as del PSOE. España debería ser un aliado natural en la promoción de los valores democrátic­os en Latinoamér­ica y nuestra implicació­n y liderazgo deberían alcanzar una ambición proporcion­al a nuestra historia compartida. Europa, que no puede conformars­e con confesar su impotencia, vuelve a tener otra ocasión en la que ejercer un liderazgo exterior solvente e ilusionant­e, pero a la vista de las tibias reacciones de las primeras horas, parejas a las de un desapasion­ado Biden, esta será una oportunida­d que dejaremos pasar para convertirn­os en cómplices del triunfo de una palmaria injusticia.

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