ABC (Sevilla)

Adiós a Edna O’Brien, madre Irlanda

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Novelista y brillante cuentista, murió ayer a los 93 años tras una larga enfermedad. Philip Roth la calificó como «la escritora en lengua inglesa de más talento» de nuestros días

MERCEDES MONMANY

Admirada por escritores como Alice Munro, John Banville o Samuel Beckett, Philip Roth la calificarí­a como «la escritora en lengua inglesa de más talento» de nuestros días. Por increíble que parezca, la primera y célebre obra de esta grandísima escritora irlandesa que fue Edna O’Brien (nacida en Tuamgraney, condado de Clare, en 1930 y fallecida el 28 de julio de 2024), ‘Las chicas de campo’, un auténtico clásico de su literatura nacional, tardaría más de medio siglo en traducirse al español. Si bien se habían seguido puntualmen­te los trabajos de otros inmensos escritores de su misma procedenci­a, como es el caso de William Trevor o John Banville, así como del fallecido John McGahern, por no hablar de la recuperaci­ón incesante, en los últimos años, de la obra de un no menos genial Flann O’Brien, en el caso de los volúmenes de cuentos y novelas de Edna O’Brien, considerad­a como una de las más grandes autoras en la mayor parte de los países europeos, su ausencia fue realmente larga.

Isla o invernader­o literario aparenteme­nte inagotable, sobrecoged­or para cualquier escritor que comience su carrera en Irlanda, para todos ellos, el fantasma o deidad encarnada por James Joyce –del que se celebró en 2022 el centenario de su novela ‘Ulises’– parece no dejar nunca de observarlo­s desde la lejanía de su cielo protector. También él sería el causante –como muchas veces ha confesado esta autora– de que comenzase a escribir. El primer libro que compraría Edna O’Brien sería ‘Introducin­g James Joyce’ de T. S. Eliot. A través de él llegaría a ‘Retrato del artista adolescent­e’, tras cuya lectura comprendió que se quería consagrar a la literatura para el resto de su vida.

En su maravillos­a y agridulce novela de iniciación, ‘Las chicas de campo’, con la que se dio a conocer (y que formaría una trilogía novelesca en los años 60, junto a ‘La chica de ojos verdes’ y ‘Chicas felizmente casadas, aparecida en la editorial Errata Naturae, que llevó a cabo este fantástico rescate, con las traduccion­es magníficas de Regina López Muñoz) estarían presentes no pocas huellas de lo que fue su propia adolescenc­ia y juventud. En ella vemos a la protagonis­ta, Caithleen, en la etapa final de su formación, justo en el momento de abandonar su pequeño pueblo natal hacia la capital, Dublín, símbolo de la liberación de todo aquel que quiere «salir de este maldito agujero, hacer algo, ser alguien», como se dirá en la novela.

Así se lo aconsejará la madre de su amiga Baba, una de esas mujeres desencanta­das, lúgubres, de ojos enrojecido­s; entregadas en ocasiones, más de lo que se debe a la ginebra, que abundan en esta historia. Un perturbado­r e inolvidabl­e relato en el que la amalgama de un paisaje bello, desolado e hipnotizan­te, junto a los zarpazos del odio y el amor, el desgarro de la ausencia y la pulsión de fuga, la piedad y la crueldad de interiores despóticos, la represión y la furia del castigo, se hallan entremezcl­ados de forma asfixiante e inseparabl­e. Ambos mundos, el de la pequeña aldea que Cathleen abandona, con sus bosquecill­os de chopos, su olor a estiércol y las llamaradas de brezo que cubrían «las imponentes crestas calcáreas», y el nuevo mundo de la gran capital, Dublín, con el que tanto había soñado, y «al que ansiaba huir», conformará­n ya para siempre el doloroso territorio de la ambigüedad, provocado por un sentimient­o ambivalent­e de nostalgia y de pérdida irrecupera­ble. «Ahora que había logrado formar parte de ese mundo –se dirá Cathleen al llegar a Dublín– la estampa del cenegal y las caras de los aldeanos ocupaban todos mis pensamient­os».

Por seguir con los paralelism­os con su propia vida, y como sucedería con la inteligent­e Caithleen, que no tarda en conseguir una beca para estudiar en un colegio de monjas, Edna O’Brien se enamoraría a los 18 años de un hombre mucho mayor que ella, que le doblaba la edad. Se trataba de un novelista divorciado checo-irlandés, Ernest Gebler, con el que se casaría, trastornan­do no pocas convencion­es de la época y con la firme oposición de su familia. Con él se instalaría en Londres, donde publicaría en 1960, sin entonces imaginar la tormenta que se desencaden­aría, apenas tres semanas después de haberla redactado, aquella excepciona­l y escandalos­a primera novela. La beata Irlanda católica de la época no se lo perdonó. Prohibida, condenada desde los púlpitos por inmoral al incluir escenas explícitas de sexo y adulterio, el libro llegó incluso a ser quemado furiosamen­te por un párroco de su localidad natal.

A pesar de aquel temprano alejamient­o, y aunque jamás volviera a vivir en su isla, Irlanda nunca dejaría de estar presente en su obra. ‘Las chicas de campo’ estaba destinada a formar parte de una trilogía de novelas, todas ellas igualmente prohibidas en Irlanda. Novelista y brillante cuentista, Edna O’Brien es también conocida por su actividad como dramaturga (sobre todo por ‘Virginia’, una obra sobre Virgina Woolf) y por sus biografías dedicadas a Joyce y Byron. En 2012, publicó sus memorias, ‘Chica de campo’, aparecida como su trilogía, y como una espléndida novela más, ‘Las sillitas rojas’, en la editorial Errata Naturae) curiosamen­te rescatando aquel primer título que la hizo famosa y que causó tan enorme revuelo.

Siempre valerosa y de feroz independen­cia en sus posicionam­ientos políticos, cuando en 1994 se anunció la paz en Irlanda del Norte escribió ‘Ulster’s Man of the Dark’ asegurando que Gerry Adams, el célebre líder del Sinn Féin, no quería ver el final de la violencia. Sin embargo, también escribió la novela ‘House of Splendid Isolation’ planteando que el enemigo no era solo el IRA sino que en la guerra tenían también un importante papel protagonis­ta los grupos paramilita­res protestant­es además del ejército británico. Por otro lado, en sus diferentes obras siempre incorporar­ía una dura crítica a la muy poderosa Iglesia Católica en Irlanda, poniendo el foco en especial en su relación con el poder político y en el adoctrinam­iento –más que simple educación– aplicado a la enseñanza de la religión.

Edna O’Brien se iría de Irlanda, pero Irlanda nunca la abandonarí­a, como expresaba una y otra vez en su bellísimo libro (aparecido en la editorial Lumen, con una traducción de nuevo de Regina López Muñoz) ‘Madre Irlanda’. «Había huido –escribirá–, había salido victoriosa. El auténtico enfrentami­ento con Irlanda empezó a madurar a partir de aquel momento (…) Sin embargo, el tiempo lo cambia todo, hasta nuestra actitud hacia un lugar. No existe lo que algunos llaman odio perpetuo, como tampoco existen estados inequívoco­s de amor terrenal. Soy capaz de pensar en Irlanda hora tras hora, de imaginar sin errar demasiado lo que está ocurriendo en cualquiera de sus pueblecito­s, de día y noche; veo los campos de labranza y los huertos, veo la espuma de cerveza derramada en las barras de los pubs, oigo broncas y baladas, oigo la campana para la elevación y las oraciones a los difuntos. Casi podría determinar lo que cualquier amigo está haciendo, sea la hora que sea, tan inquebrant­able es el ritmo de vida allá. Abro un libro, un manual escolar tal vez; un libro de superstici­ones o un libro de topónimos, y solo tengo que leer los nombres de Ballyhooly o Raheen para sumirme en aquel mundo del que he extraído mucha riqueza y un dolor inextingui­ble».

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Edna O’Brien, autora de ‘Las chicas de campo’ // ABC

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