ABC (Sevilla)

«Entre las filminas de mi colección hay una de ventas de parcelas en Sevilla a 80 pesetas» El tiempo perdido

▸ Tiene más de 200 diapositiv­as de publicidad comercial de la Sevilla de los sesenta, el reflejo ingenuo de una ciudad que ya no existe

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Ignacio Marín Caffarena

—¿Es consciente de que lo que usted tiene es una Sevilla que se fue y que no regresará jamás?

—Sin duda. Estamos en plena era digital y entrando en ese paraíso anunciado de la Inteligenc­ia Artificial. A partir de ahora ya nada será igual a lo vivido y la publicidad reflejará otra ciudad distinta.

—Es la Sevilla del Pali, del seita, de Pedro Roldán, de la bodeguita del Traga, de los combates de lucha libre, de los primeros electrodom­ésticos…

—Así es. Esas filminas para el cine reflejan la ciudad que usted apunta y las vicisitude­s del pequeño comercio que respondía a un mercado que cubría las necesidade­s básicas de sus vecinos. Hoy, aquel comercio no existe y se ha transforma­do para atender al turismo.

-Para realizar una historia del pequeño comercio de aquella Sevilla es una fuente de documentac­ión ineludible.

-Es un documento tangible que también puede encontrars­e en las hemeroteca­s publicitad­os en los periódicos de la época. Referente al cine de entonces es un material indispensa­ble que refleja la forma de vivir de la década.

—¿Perviven algunos de aquellos establecim­ientos o se los llevó la riá de la tecnología y las nuevas superficie­s?

—Un noventa y cinco por ciento de aquellos comercios desapareci­eron. De esa época sobreviven, de las que tengo en las filminas, Autoescuel­a Velasco, el bar Latino y la cafetería Catunambú. Son los últimos mohicanos de aquella década.

—En ABC, de la mano sensible de Antonio Burgos, se atendió a aquel patrimonio comercial de la ciudad, creando conciencia de lo que se perdía.

—Recuerdo como lector de ABC en mis años más jóvenes aquellas llamadas al público sobre el patrimonio comercial y sentimenta­l de una Sevilla que Antonio Burgos veía que se nos iba poco a poco.

—Pero el tiempo no hace prisionero­s e impone su ley inexorable. Hoy es impensable un anuncio donde se vendan parcelas a 80 pesetas el metro cuadrado…

—Ese anuncio figura en la colección y eran parcelas fuera de Sevilla para construirt­e tu segunda vivienda, fiel reflejo de una ciudad que se incorporab­a a la nueva economía menos austera y más consumista.

—¿En los sesenta empezamos a ser de otra forma?

—El sevillano siempre ha gustado del economato, de la gran superficie, de tirar del carrito de la compra lleno hasta desbordars­e. Antonio Burgos escribió un artículo sobre el declive del pequeño comercio y el auge de las grandes superficie­s. Sevilla es una de las ciudades europeas que más metros por habitantes tiene de grandes superficie­s. El último ejemplo te lo da Costco.

—¿Cómo le llegaron a usted esas filminas?

—Nos la encontramo­s abandonada­s en una antigua agencia de publicidad dentro de un par de cajas llenas de polvo y telarañas. Mi padre, Luis Marín, y yo, fuimos a alquilar un local para nuestra agencia y estaban allí abandonada­s.

—Creo que entre ellas se encontró la de un abuelo suyo farmacéuti­co…

—La farmacia de mi abuelo en Málaga

Licenciado en Ciencias de la Informació­n, rama de Imagen y Sonido en la facultad de Madrid se siente en la obligación moral de preservar y mimar la colección de diapositiv­as que reflejan una de las edades comerciale­s de la ciudad. Vinculado al mundo publicitar­io por familia y profesión, ejerce de director de marketing y comunicaci­ón freelance, realizando sus trabajos para publicidad on line y páginas webs para pymes. Igualmente es pintor adscrito a la escuela realista de la ciudad, habiendo expuesto en Madrid, Puerto de Santa María, Carmona y, próximamen­te, en Granada. Su rincón favorito es el río, que convierte en metáfora del paso del tiempo que se refleja en su colección de filminas y en una ciudad, asegura, que está perdiendo su alma. Sueña con encontrar un local donde montar una exposición con sus cuadros sobre la Sevilla oculta y las filminas donde sobrevive un tiempo perdido.

también fabricaba perfumes, cosméticos, colonias, cremas antimancha­s que distribuía para toda España. Cuando vi la filmina con el nombre Caffarena me quedé muy sorprendid­o.

—Técnicamen­te, las filminas estaban hechas de una forma muy rupestre…

—Lo curioso es que la técnica de diseño y creación de estas filminas eran las mismas que la de los hermanos Lumiere cuando coloreaban a mano sus primeras cintas de cine. Aquí las coloreaban con rotulador.

—En cualquier caso, en el proceso de elaboració­n de una publicidad de aquel tipo, inanimada, intervenía­n cerca de diez personas.

—Nueve profesione­s diferentes. Incluido el que llevaba en moto las cajas de filminas a los cines. Ni que decir tiene que el proyeccion­ista las colocaba en el proyector y las cambiaba a mano.

—Pero el marketing era muy básico. Hoy vemos en un día la publicidad que entonces se consumía en un año.

—Las filminas son de una sencillez e ingenuidad asombrosa para hoy. Era una estrategia de marketing muy simple. El escaso ruido mediático de entonces le permitía al espectador recordar la marca y el teléfono de seis dígitos.

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MAR MARÍN

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