ABC (Sevilla)

Nadal, sin título pero con confianza

▸Cede ante el cansancio y ante Borges en la primera final que disputa después de dos años, pero gana respuestas, horas de vuelo y automatism­os para París 2024

- LAURA MARTA

«No ha sido mi mejor día», resumía Rafael Nadal en el discurso de finalista, trofeo de subcampeón en la mano. Había alcanzado el último día del ATP 250 de Bastad y su final número 131, un dato remarcado en rojo porque hacía 777 días que el balear no peleaba por ningún trofeo. El último, Roland Garros 2022. Así que hubo emoción en el momento, pero poca gasolina en el cuerpo. Algo en lo que se impulsó Nuno Borges, 27 años y 51 del mundo, para desarrolla­r un tenis

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Sociedad Beneficiar­ia de la Segregació­n más agresivo y fresco de todo y levantar así su primer título ATP, en su primera final. «Sé que todos queríamos que ganara Rafa. Una parte de mí también lo quería. Eres una gran inspiració­n para todos», le regaló el portugués. Es el quinto jugador que ha ganado a Nadal en una final sobre tierra batida, después de Roger Federer (Hamburgo 2007 y Madrid 2009), Novak Djokovic (Roma 2014, Montecarlo 2013, Roma 2011 y Madrid 2011), Andy Murray (Madrid 2015) y Horacio Zeballos (Viña del Mar 2013).

Eran los dos extremos en cuanto a palmarés: 92 títulos por ninguno; 131 finales por una, 72 en tierra batida por una, 38 años por 27. Ayer confluyero­n en un partido de mínimos y máximos, protagonis­tas los nervios en la mano del portugués en el primer set y el cansancio acumulado en todo el cuerpo del balear en la hora y media.

Ninguno se sostuvo con su servicio en el primer parcial; cuatro roturas en cinco juegos, errores por doquier. Sobre todo en la mano del balear, que no alcanzó ni el 60 % de efectivida­d con el primer golpe (56 % al final del choque) y concedió demasiada pista con el segundo (solo ganó cinco de los 18 puntos jugados). Los golpes desde el fondo tampoco ayudaron, pues no acababan de ser definitivo­s cuando lideraba el ataque y, en defensa, no llegó a casi nada. No era posible salir antes, no reaccionab­an las piernas, y siempre estaba ahí más presto y fresco el portugués para sentenciar al otro lado si lo intentaba.

Con la mirada al infinito, Nadal trataba de guardar la respiració­n después del último juego. Había remontado las dos eliminator­ias previas tras perder el primer set, pero no quedaba ya nada para repetir la gesta. Ocho horas en ocho sets; catorce horas en total. Asumía la poca energía que quedaba después de una semana de orgullo y superación.

Que el título hubiera sido increíble para frenar tantos días de sequía, pero no era el objetivo principal. El trofeo no es sólido, sino sensitivo: triunfos ante Leo Borg, Cameron Norrie, Mariano Navone y Duje Ajdukovic –sus primeras cuatro victorias consecutiv­as desde Wimbledon 2022– que le han dado sensacione­s en pista, automatism­os y kilómetros de rodaje.

No es el Nadal de los días de gloria, imposible en otros tiempos tantos apagones ante rivales inferiores en ranking y calidad y tantos errores. Pero se exige como aquel. El ADN no se modifica

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Nadal realiza un saque en la final de ayer en Bastad ante Borges // EFE

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