La ley secreta que te atraviesa la boca
TIGRES DE PAPEL
La Constitución española es el ‘Quijote’, no la del 78
TODA lengua está sometida a una legislación secreta. De hecho, la propia existencia de una lengua depende íntimamente de la colección de reglas que la vertebra. Nietzsche, que según pasan los siglos cada vez se parece más a Platón, decía que no nos libraremos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática. Lo que algunos no supieron atisbar es que el ser humano se define, de hecho, por estar sometido a una gramática. A fin de cuentas, el diagnóstico del filósofo no auguraba más que la eterna y persistente vigencia de las reglas que atraviesan el habla y la escritura. Buenas noticias para Dios, entonces.
No hay una forma de dominación más efectiva que administrar el uso y la combinación de las palabras. De ahí que algún hiperventilado como Roland Barthes llegara a decir que la lengua es fascista. Los más taimados sostienen que sólo los regímenes totalitarios determinan lo que se puede decir y lo que no, pero desde antiguo existen tratados que pautan los límites del hablar y del decir. Recuerden, por ejemplo, que ya en el siglo IV a. C. Aristóteles escribió un tratado, la ‘Poética’, donde incluso nos advertía de que a la hora de mentir hay que hacerlo como es debido. Eso de someter el embuste a regla le fascinaría a más de uno que no hará falta ni nombrar.
No hay nada más político que los límites de lo decible y lo indecible, por eso es urgente reaccionar cada vez que alguien intenta matizar la libertad de expresión o de conciencia, dos libertades que si hablásemos en griego antiguo se harían indistinguibles. En la lengua de Homero, pensar y decir se resumían en una misma palabra.
Las lenguas se hacen sobre las leyes en un doble sentido. De una parte, tradicionalmente se reservó un lenguaje específico para legislar, y por eso los sacerdotes y los jueces hablaron una lengua privativa que no resulta accesible para todos. La lengua en la que se escribe una norma desvela siempre a qué dios sirve. De ahí que las lenguas vernáculas constituyan una suerte de culto civil. Pero la lengua asiste a la ley tanto como la norma al idioma, de ahí que la gramática de Nebrija sirviera para investir al castellano de aquella dignidad exclusiva de las lenguas regladas, como era entonces el latín. Para lo bueno y lo malo, España es un país literario y de ficciones, de ahí que nuestra Constitución no sea la del 78, sino el ‘Quijote’.
Hasta el más furibundo de los ateos consulta de vez en cuando un texto sacro, como es el diccionario. El repertorio que aglutina las definiciones de todas las palabras que componen una lengua es el más canónico y beato de todos los libros, pues cada entrada de un diccionario desvela la fuente de un bien perfecto. Si no lo cree, pruebe, si se atreve, a definir qué es un cuchillo sin decir al mismo tiempo qué es un buen cuchillo.