ABC (Sevilla)

El taxista mudéjar

Era más del Madrid que Carvajal y mientras me hablaba, yo no podía dejar de pensar que somos una panda de cretinos y de catetos

- JOSÉ F. PELÁEZ Verbolario POR RODRIGO CORTÉS Estornudo, m. Disparo placentero.

Entre las cosas más difíciles del mundo hay una que está fuera de concurso y es intentar imprimir un folio en Chamberí. Es algo sencillame­nte imposible, y eso que durante más de una hora recorrí cinco o seis lugares en los que supuestame­nte deberían hacerlo rápidament­e. Fue inútil y no logré más que el fracaso. Debo decir que esa hora fue, posiblemen­te, la peor de mi vida porque a la derrota que conlleva no poder imprimir un discurso y tener que leerlo en la pantalla del móvil, descubrien­do a la vez que el público una incipiente y desconocid­a presbicia, se une el lento deambular bajo un sol repugnante, a cuarenta grados, perdida ya la esperanza, las constantes vitales y hasta el instinto de superviven­cia.

En ese estado lamentable del alma, enfundado en un traje y una corbata que parecían de neopreno y en la inmensidad de un atasco descorazon­ador en José Abascal, que es la puerta principal del infierno en el mes de julio, apareció un ángel en forma de taxi, con un aire acondicion­ado prodigioso que me reconcilió de algún modo con el ser humano y con el concepto de progreso. Mientras mis constantes vitales se recomponía­n, observé que al conductor le llamaban al móvil, pero él colgaba. El móvil volvía a sonar y el taxista volvía a colgar. Así varias veces hasta que, por fin, me pidió permiso para cogerlo: «Disculpe, señor. Es mi tío. Ha venido a verme con sus hijos y con la abuela desde Marruecos, están de vacaciones en Madrid y no paran de llamarme para cualquier cosa. ¿Le importa que le atienda?». Le dije que en absoluto, que por supuesto, que solo faltaría. Que una cosa es que yo hubiera perdido el aspecto de ser humano y otra muy distinta que hubiera perdido, además, la humanidad. Hablaron un minuto, en árabe marroquí, creo que se llama ‘dariya’ y, por supuesto, no entendí una palabra.

Pero me dio por pensar. En nuestra cabeza, los marroquíes vienen a trabajar, no a hacer turismo. Y le pregunté por el tema. «O sea, ¿que viene su familia de Marruecos a hacer turismo? Cuénteme eso». El tipo sonrió. «Pues claro, vienen todos los años, como muchos otros. Los recojo en Barajas, van al Prado, al Retiro, les encanta la Gran Vía y les da por probar comidas diferentes. Duermen en un hotel cerca de mi casa y me tienen hasta las narices». Reconozco que no me esperaba esta ruptura de los estereotip­os. El tipo ya había nacido aquí y me contaba que su novia, también marroquí de origen, estaba perfectame­nte adaptada a esta cultura porque le echaba unas broncas del carajo. Era más del Madrid que Carvajal y mientras me hablaba, yo no podía dejar de pensar que somos una panda de cretinos y de catetos. Este chico es tan castellano como yo. Nació aquí, simplement­e tiene otra religión y, por lo que pude entender, ni siquiera es demasiado practicant­e, como cualquier chaval de su edad aunque tenga apellidos alaveses.

Estos, en otra época, se llamaban mudéjares, musulmanes en territorio castellano. O quizá, más acertadame­nte, castellano­s cuya religión es el islam, como tantos ceutís o melillense­s. Algunos quieren enviarlos de nuevo a las afueras, a las morerías, o directamen­te expulsarlo­s de su tierra, como hicieron los Reyes Católicos en 1502. Y creo que, más que nunca, hay que dejar la boina colgada y querer a nuestro país tal y como es y no tal y como algunos se imaginan que debería ser. Y, de paso, leer a Jiménez Lozano y a Delibes y su defensa de la libertad de conciencia, de la que la libertad religiosa es solo una derivada. Espero que la historia no se repita. Y si lo hace, que por una vez nos pille en el lado bueno, que no es otro que el de la libertad, la razón y, por encima de todo, el del aire acondicion­ado muy fuerte en los taxis de Madrid.

Hay que dejar la boina colgada y querer a nuestro país tal y como es y no tal y como algunos se imaginan que debería ser

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// ABC En días de calor, los taxis pueden ser otro refugio climático
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