Los superhéroes no existen
Cada vez que Pedro Sánchez menciona a Alvise recuerdo aquella leyenda urbana (bulos de otro tiempo, quizá no mejor pero sí más analógico y menos plasta) que decía que si repetías ‘Verónica’ tres veces frente al espejo invocabas a un espíritu maligno, a una hija del diablo. De aquellas pequeñas irracionalidades estaba hecha la infancia, que es una mitología en pañales, pero ahora a los fantasmas los convoca un presidente del Gobierno, quizá porque sabe que se dirige a una audiencia infantil, o peor, infantilizada. «Ya no tenemos una ultraderecha, ahora tenemos dos. El PP ha sido la primera fuerza política en las europeas y les felicito, pero no han conseguido su objetivo, que era un plebiscito y reducir a la ultraderecha, pero no ha conseguido nada. Su máquina del fango ha hecho crecer a la ultraderecha, multiplicándola. Ahora tenemos a Abascal y a Alvise, es una hidra de tres cabezas», sentenció Sánchez el miércoles pasado en su entrevista en TVE, haciendo gala de una aritmética retorcida para hacer frente a esta nueva emergencia nacional, global, interplanetaria. En televisión pronunció su nombre tres veces, aunque no le preguntaron directamente, y en el Pleno del Congreso cinco. Tampoco le preguntaron quién multiplicaba a quién.
Al día siguiente, Amazon Prime Vídeo estrenó la cuarta temporada de ‘The boys’, que empezó siendo una serie de superhéroes supermalos que se ganan la vida inventándose enemigos y fingiendo salvar al mundo y, por lo que sea, ha terminado derivando en una ficción política, estadounidense o no. En un momento, el protagonista, Patriota, una suerte de Capitán América rubio como Trump y psicópata como él solo, pierde los estribos y mata a un civil delante de un montón de seguidores, que lo jalean. En el juicio se libra de los cargos porque, por obra y gracia de la desinformación, su víctima resulta ser un peligroso pederasta. Su asesora, que es la mujer más inteligente del mundo, le aconseja que si quiere convertirse en presidente tiene que dividir a la población. Y lo hace: solo tiene que avivar un poco el fuego y reventar tres cabezas (ay) y colocarlas estratégicamente en una calle céntrica. Como ya nadie cree en la verdad, muchos, muchísimos, deciden creerle a él. Y aquí nos quedamos.
Qué suerte que los superhéroes no existen.