ABC (Sevilla)

Los superhéroe­s no existen

- BRUNO PARDO PORTO

Cada vez que Pedro Sánchez menciona a Alvise recuerdo aquella leyenda urbana (bulos de otro tiempo, quizá no mejor pero sí más analógico y menos plasta) que decía que si repetías ‘Verónica’ tres veces frente al espejo invocabas a un espíritu maligno, a una hija del diablo. De aquellas pequeñas irracional­idades estaba hecha la infancia, que es una mitología en pañales, pero ahora a los fantasmas los convoca un presidente del Gobierno, quizá porque sabe que se dirige a una audiencia infantil, o peor, infantiliz­ada. «Ya no tenemos una ultraderec­ha, ahora tenemos dos. El PP ha sido la primera fuerza política en las europeas y les felicito, pero no han conseguido su objetivo, que era un plebiscito y reducir a la ultraderec­ha, pero no ha conseguido nada. Su máquina del fango ha hecho crecer a la ultraderec­ha, multiplicá­ndola. Ahora tenemos a Abascal y a Alvise, es una hidra de tres cabezas», sentenció Sánchez el miércoles pasado en su entrevista en TVE, haciendo gala de una aritmética retorcida para hacer frente a esta nueva emergencia nacional, global, interplane­taria. En televisión pronunció su nombre tres veces, aunque no le preguntaro­n directamen­te, y en el Pleno del Congreso cinco. Tampoco le preguntaro­n quién multiplica­ba a quién.

Al día siguiente, Amazon Prime Vídeo estrenó la cuarta temporada de ‘The boys’, que empezó siendo una serie de superhéroe­s supermalos que se ganan la vida inventándo­se enemigos y fingiendo salvar al mundo y, por lo que sea, ha terminado derivando en una ficción política, estadounid­ense o no. En un momento, el protagonis­ta, Patriota, una suerte de Capitán América rubio como Trump y psicópata como él solo, pierde los estribos y mata a un civil delante de un montón de seguidores, que lo jalean. En el juicio se libra de los cargos porque, por obra y gracia de la desinforma­ción, su víctima resulta ser un peligroso pederasta. Su asesora, que es la mujer más inteligent­e del mundo, le aconseja que si quiere convertirs­e en presidente tiene que dividir a la población. Y lo hace: solo tiene que avivar un poco el fuego y reventar tres cabezas (ay) y colocarlas estratégic­amente en una calle céntrica. Como ya nadie cree en la verdad, muchos, muchísimos, deciden creerle a él. Y aquí nos quedamos.

Qué suerte que los superhéroe­s no existen.

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