El final de Pedro Frankenstein
U ngrupo de románticos (Shelley, Godwin, Byron, Polidori y Clairmont), tras la erupción del volcán Tambora en Indonesia en abril de 1815, decidieron instalarse en la elegante mansión suiza de Villa Diodati. Fascinados por los nuevos experimentos científicos, especulaban sobra la posibilidad de devolver la vida a la materia muerta. Amantes de relatos de terror y aficionados a los experimentos, Lord Byron propuso que cada uno escribiera una historia de terror. Y de ahí surgieron dos obras maestras: El Vampiro, seductor que succiona la sangre de las víctimas obra de Polidori, y Frankenstein, de Mary Shelley, historia de un doctor que forma un cuerpo humano con partes de cadáveres y de animales y le da vida aplicándole impulsos eléctricos.
El dirigente socialista Pérez Rubalcaba tuvo el acierto de bautizar a un posible gobierno de Pedro Sánchez, aliado con los populismos de extrema izquierda y con los separatismos periféricos, como un Gobierno Frankenstein. El monstruo que el doctor Sánchez, a imitación del doctor Frankenstein, ha construido con los retazos de doctrinas desubicadas, obsoletas y egoístas, le ha permitido gozar de las mieles del poder, pero ha sido a costa de una acusada desestructuración de la identidad nacional y de un progresivo desajuste de las instituciones y de los poderes que garantizan el equilibrio constitucional y la igualdad de todos los españoles.
El invento sanchista no da para más, máxime cuando se está patentizando que en el mismo confluyen las dos líneas argumentales que inspiraron a los románticos de Villa Diodati: un monstruo orgánico unido artificialmente como falsa estructura, y unas partes del monstruo que no tienen más objetivo que chupar la sangre exigua de las otras no protegidas por su autor.
Quien crea un cuerpo artificial, sin objetivos comunes, es prisionero de aquellos a quienes debe su primogenitura. Y cuando se gobierna siendo víctima consentida del chantaje, ocurre lo que está ocurriendo. La corrupción y el rápido enriquecimiento de los siervos deben ser tolerados por el amo, si este quiere seguir siéndolo. Y como en un Estado de Derecho los tribunales tienen la última palabra para corregir conductas delictivas, el camino más fácil para el autócrata no es acabar con las irregularidades sino intentar invadir esos tribunales con fieles acólitos de sus caprichos. Si ya lo ha hecho con el CIS, RTVE, Correos, Adif… y aún peor con el Tribunal Constitucional y con la Fiscalía General, ¿por qué se van a resistir los de la toga?
Y como en las democracias liberales la prensa es un cuarto poder empeñado con la transparencia y la búsqueda de la verdad, hay que procurar empañarla y desacreditarla, para lo cual el totalitario califica de bulos todo lo que no le gusta y, acusándola de enfangar la convivencia (¡la sartén le dijo al cazo!) se propone limitar, amenazar y controlar la libertad de información y de expresión.
El problema para el doctor Sánchez-Frankenstein es que aún hay gente, personas e instituciones que no van a dejarse amedrentar. Que van a exigirle que, en vez de pretender silenciarlos, recurra a los tribunales para reparar su honor y el de los suyos si los hechos que denuncian entiende que son constitutivos de alguna falta o delito. Intentar poner el bozal es lo que hacen todos los populismos totalitarios, sean de derecha o sean de izquierda, porque a unos y a otros le repugna la libertad y la democracia.
Las letras le van venciendo al constructor del monstruo. Y ya empiezan a rebelarse algunas piezas del mismo, al percatarse de que hay otras, más agraciadas al parecer, que quieren quedarse con la parte más apetitosa de la escasa vitamina que lo articula. Las que se sienten marginadas han empezado a decir que ya está bien y que cesen los privilegios, las singularidades y los tratos de favor. Mantener el monstruo por más tiempo no será tarea fácil, entre otras cosas porque nadie se fía ya del autor de la obra.
TRIBUNA ABIERTA
Quien crea un cuerpo artificial, sin objetivos comunes, es prisionero de aquellos a quienes debe su primogenitura
Son ya muchas las autonomías, incluso socialistas, que advierten a Sánchez que no aceptarán singularidades en su perjuicio, a cambio de mantener el monstruo Frankenstein. Así se ha expresado Compromís, en Valencia, y el PSOE en Extremadura y Castilla La Mancha. Y es sólo el principio de la rebelión, porque la mayor parte de las autonomías, que son del PP, ya han advertido, como ha hecho Juanma Moreno, que no van a transigir con más privilegios concedidos por el autor del engendro a quienes les debe su puesto.
Así las cosas, lo mejor para Sánchez es imitar a la obra original que dio vida al monstruo. El doctor Frankenstein, consciente de la desolación que embargaba a su criatura, hace que el monstruo, abrumado por todos los remordimientos que lo asediaban, abordó su nave y puso fin a su miserable existencia. Es decir, doctor Sánchez, déjese de más concesiones y enredos y ponga fin a esta pesadilla.