Singularidad
Sánchez va a tocar las cosas de comer, esas con las que no se juega. Y Andalucía siempre ha querido mandar en su hambre
LA fábrica de tensiones sanchista ha lanzado la ‘singularidad’ de Cataluña como nueva andanada para testar el tamaño de las tragaderas de eso que el presidente llama ciudadanía, destino necesario de sus cartas de chavista amateur. Sánchez considera viable declarar la singularidad de Cataluña a efectos de financiación del Estado. Volverá a decirnos que no miente y en este caso tendrá razón si aceptamos la definición de ‘singularidad’ como lo contrario a la normalidad y sinónimo de extravagancia. No dudo de que con su falta de escrúpulos ya ha concebido un plan para otorgar ahora privilegios económicos a Cataluña y hacerlo parecer alta política en vez de otra ocurrencia para responder a la urgencia coyuntural que necesita resolver para saciar su ego, mandar en la fiscalía y que la Policía se le siga cuadrando a la puerta del Congreso.
Y lo hace porque considera que no hay nada que mueva la losa de hormigón de las bases del partido sobre la que reposa su liderazgo, aunque la resistencia de la misma esté cada vez más mermada, como demuestran los resultados electorales. Pero, ojo, esta no es una cuestión ideológica. Sánchez va a tocar las cosas de comer, esas con las que no se juega. Y Andalucía siempre ha querido mandar en su hambre, desde aquel 4 de diciembre que cambió la historia que ahora también quiere reescribir el monclovita.
No sé si los socialistas andaluces son conscientes de su papel ahora. Lo cierto es que la ‘singularidad’ catalana es la nueva prueba a la que Sánchez somete a Juan Espadas para que le demuestre, más allá de su lealtad, su total devoción. Para ello le apremia mientras se extiende la idea de que al melancólico exalcalde sevillano le quedan ‘dos telediarios’ en el despacho de San Vicente, el que puso el 10-J que el PSOE «se hunde en Andalucía» y el que marcará el epílogo de su mandato orgánico cuando Sánchez lo ordene. Y se alimenta el rumor de que ya tiene sustituta en la figura de la vicepresidenta Montero. Ella sí lo haría, es el mensaje subliminal sobre las intenciones de la que Macías bien llamó «la vicepresidenta de la petalada». Como todo en el sanchismo, el órdago es descabellado: ¿Quién puede creer que Montero podría volver con la mínima dignidad a Andalucía después de incumplir durante años su promesa de acordar un nuevo sistema de financiación del Estado a las comunidades, con la puñalada de un cupo catalán o de una condonación unilateral de deuda a aquella comunidad? Todo es posible.
Entregada la bandera y a falta de otro liderazgo, Juanma Moreno, avalado por su mayoría absoluta y por el camino ya recorrido con el resto de comunidades autónomas, debe dar el paso para movilizar a esa España llena de singularidades que reclama igualdad, como siempre hizo Andalucía, para demostrar que la ciudadanía es algo más que un apartado de correos.