ERC o los peligros del infierno
Las palabras de Sánchez sólo son explicables como un intento de manipular el pasado y utilizarlo a su favor
NO salgo de mi asombro tras la lectura de la entrevista de ‘La Vanguardia’ a Pedro Sánchez, en la que elogia a ERC y le presenta como un partido de Estado. Sus palabras me recordaron una cita de Orwell: «Si el líder dice que un evento no ocurrió, pues no ocurrió. Y si dice que dos y dos son cinco, pues son cinco».
Siempre he defendido que la historia admite diferentes interpretaciones y que la memoria es personal y no colectiva. Pero las palabras de Sánchez sólo son explicables como un intento de manipular el pasado y utilizarlo a su favor. No creo que el presidente ignore la larga trayectoria de ERC para desestabilizar el Estado español.
ERC nació en 1931 y, desde entonces, siempre ha sido coherente en la defensa de la nación catalana, entendida como ‘els països catalans’, una aspiración que engloba a las islas Baleares, Valencia, la Franja aragonesa y la parte limítrofe de Francia.
Companys y los dirigentes de ERC proclamaron el Estado catalán dentro de la República en 1934, lo que provocó una crisis que amenazó la propia viabilidad del régimen. La intentona golpista fue liquidada por el general Batet en pocas horas, pero aquel suceso demostró las prioridades del nacionalismo catalán. Azaña se lamentaba en sus memorias de los desaires que sufrió en Barcelona durante la Guerra Civil.
Décadas más tarde, Pujol se convirtió en presidente de la Generalitat, negándose a pactar con ERC, a la que siempre despreció. Esto cambió en el ‘procés’, cuando los herederos de Pujol y el partido de Companys se unieron para conseguir la independencia.
En su última intervención en el juicio en el Supremo, Junqueras concluyó que los suyos volverían a intentarlo en la primera ocasión. Y ahora siguen diciendo lo mismo. Quieren un referéndum de autodeterminación y, como paso previo, un régimen fiscal como el del País Vasco, que, según los expertos, detraería unos 30.000 millones de euros a la caja de Hacienda. «Singularidad» lo llama Sánchez.
Que los independentistas pidan ahora lo que siempre han reivindicado entra dentro de la lógica. Pero que Sánchez compre su lenguaje, asuma su visión del pasado y eleve a ERC a la categoría de socio preferente sólo puede tener consecuencias funestas. No se puede cabalgar encima de un tigre y, por eso, está cantado que la estrategia le saldrá mal al presidente, que, por muy hábil que sea, no podrá manejar esta alianza contra natura.
No deja de ser sorprendentes los términos encomiásticos con los que Sánchez se refiere a ERC y Junts, que contrastan con la demonización permanente del PP. Si Sánchez vende su alma al diablo no ya para que Illa sea presidente sino para alargar la legislatura, tendrá el mismo trágico final que el Fausto de Goethe, que rogaba a Dios para que su castigo no fuera más de mil años en el infierno.