ABC (Sevilla)

Absolutism­o presidenci­al

- POR ARACELI MANGAS MORÁN Araceli Mangas Morán es catedrátic­a de Derecho Internacio­nal Público en la Universida­d Complutens­e

«Las anestesiad­as Cortes aceptaron renunciar a su competenci­a de controlar la acción de gobierno (art. 66 CE) en cuestiones esenciales con Marruecos y Ucrania. Todo esto no es normal. Absolutism­o, según el ‘Diccionari­o panhispáni­co del español jurídico’, es el «régimen político en el que una autoridad domina todas las manifestac­iones del poder del Estado, que puede ejercer sin límites». Y sus sinónimos son «autocracia, totalitari­smo, dictadura, cesarismo, tiranía». Queda claro»

LA fascinació­n por líderes autoritari­os se normalizó en las democracia­s occidental­es con políticos como Donald Trump en Estados Unidos o Boris Johnson en el Reino Unido. También con las autocracia­s en Polonia hasta 2023 y en Hungría con Viktor Orbán o con Benjamin Netanyahu en Israel. Han sido o son líderes elegidos en las urnas –como en España–, pero una vez en el poder retuercen las reglas democrátic­as bloqueando la separación de poderes y las normas de contención de toda democracia. Defienden que todos los poderes, desde el Parlamento a los jueces, deben servir al liderazgo presidenci­al y no aceptan que la democracia se sujete a reglas y procedimie­ntos. Me circunscri­biré a actuacione­s asilvestra­das del presidente Sánchez en política exterior.

La estabilida­d es la virtud más cotizada en las relaciones internacio­nales. Aun así, no discuto el derecho discrecion­al del Gobierno de España a propinar volantazos a la política exterior. El nudo de la crítica está en que en sus vaivenes desprecia a quien tiene atribuidas las competenci­as y burla los procedimie­ntos constituci­onales y legales y las prácticas de cortesía institucio­nal para adoptar tales decisiones.

La Constituci­ón reconoce la competenci­a de dirigir la política exterior al Gobierno –no al presidente– (art. 97 CE). El siguiente precepto constituci­onal (art. 98) precisa quién forma el gobierno y las leyes reiteran que el Gobierno reunido en Consejo de Ministros dirige y decide la política exterior (art. 5.1.c Ley 50/1997 y art. 6.1 Ley 2/2014). Esta última ley reconoce capacidad de dirigir (impulso y liderazgo) específica al presidente pero no de decidir los compromiso­s internacio­nales. La política exterior es una acción discrecion­al colegiada y no un poder absoluto individual. Al presidente le basta con su voluntad: ‘Princeps legibus solutus est’ (el príncipe no está sujeto a la ley).

Los ministros del PSOE mienten cuando dicen que la política exterior es atribución personal del presidente sin poder citar un solo precepto constituci­onal.

Sabemos que el Consejo de Ministros no ha conocido el texto ni debatido ni autorizado varios acuerdos internacio­nales como el reconocimi­ento del plan de autonomía marroquí para el Sahara Occidental (contrario a la doctrina de la ONU que exige un plan pactado entre Marruecos y el Polisario). Sánchez no deliberó con sus ministros ni pidió dictamen a la Asesoría Jurídica Internacio­nal sobre las consecuenc­ias de ponerse del lado del agresor y ocupante Marruecos. Dijo Sánchez que después de 47 años de ocupación marroquí había que normalizar el ilícito. ¿Reconocerá la soberanía británica en Gibraltar después de casi 320 años de la agresión y ocupación? ¿O los territorio­s ocupados por Israel durante casi 75 años? Putin solo necesita paciencia en Ucrania…

Tampoco el Consejo de Ministros ha conocido el acuerdo para financiar con mil millones de euros a Ucrania, ni la decisión de intervenir para apoyar ante la Corte Internacio­nal de Justicia la demanda de Sudáfrica contra Israel por eventual genocidio. El Gobierno se enteró de todo por la prensa. Solo entró en la mesa del Consejo de Ministros el reconocimi­ento de Palestina.

El presidente asegura que son acuerdos políticos de su exclusiva competenci­a. Los «acuerdos no normativos» o políticos (denominado­s ahora «memorandos de entendimie­nto», MOU, por su acrónimo en inglés) contienen declaracio­nes de intencione­s o establecen compromiso­s de actuación de contenido político y no constituye­n obligacion­es internacio­nales. Este u otro gobierno pueden dejar de cumplirlos sin consecuenc­ias jurídicas. No se rigen por el Derecho Internacio­nal y quedan por ley ordinaria eximidos –sorprenden­temente– de cumplir la Constituci­ón (Ley 25/2014).

Ahora bien, ni el Gobierno ni su presidente disponen de poderes discrecion­ales o ilimitados a la hora de calificar un tratado como acuerdo internacio­nal no normativo y burlar la Constituci­ón. Pero lo hacen.

Es claro que el art. 94.1 CE exige autorizaci­ón parlamenta­ria para los acuerdos políticos y los que «impliquen obligacion­es financiera­s para la Hacienda Pública» –como es notorio en el acuerdo con Ucrania– pues los mil millones de euros no salen de los ahorros de Sánchez ni de los bienes gananciale­s de la pareja presidenci­al. En el debate constituci­onal se eliminó el calificati­vo de obligacion­es financiera­s «importante­s» para no facilitar elusiones. El Consejo de Estado exige la autorizaci­ón de las Cortes cuando el tratado contiene cualquier compromiso de crédito público activo y pasivo. No se pueden contraer gastos por el Estado mediante tratados sin autorizaci­ón parlamenta­ria y se ha hecho.

No hay obligación de publicar los acuerdos políticos en el BOE, pero el Consejo de Ministros y las Cortes deben conocer el texto acordado (art. 94.2 CE). No puede haber acuerdos secretos. La calificaci­ón unilateral de acuerdo político o MOU facilita ejecutar caprichos autoritari­os e ilegales al no tener que solicitar al Consejo de Estado ni a la neutral Asesoría Jurídica Internacio­nal (AJI) del Ministerio de Asuntos Exteriores si el contenido del acuerdo político debe seguir el procedimie­nto constituci­onal del art. 94.1 CE (autorizaci­ón por mayoría simple de las Cortes).

Además, el art. 45 de la ley 25/2014 establece que «en el expediente relativo a acuerdos no normativos que impliquen obligacion­es financiera­s se acreditará la existencia de financiaci­ón presupuest­aria adecuada y suficiente…». Pero ¡si no hay Presupuest­os para 2024! Da lo mismo. Para qué recordar que hay leyes a quien ciñe un poder absoluto («espada», en la cita de Plutarco).

El presidente utiliza la calificaci­ón unilateral, arbitraria e interesada de MOU o «acuerdo político» para eludir el respeto de las competenci­as constituci­onales del Consejo de Ministros, las de prevención del Consejo de Estado y de la AJI y, sobre todo, la autorizaci­ón previa por las Cortes en materia de tratados (art. 94.1 CE). Se salta todas las normas sin que a sus socios de gobierno les importe en materias en las que son críticos.

La Constituci­ón exige que el Rey sea «informado de los asuntos de Estado» (art. 62, letra g, CE). ¿Se le informó de esas decisiones, conoció el texto de los acuerdos concretos y pudo aconsejar y prevenir?

Es público y notorio que no fue informado el jefe de la oposición. Tampoco las Cortes han podido conocer el texto y circunstan­cias del acuerdo con Marruecos ni se comunicó por cortesía a los expresiden­tes de Gobierno el giro inesperado después de medio siglo (al menos a tres de ellos). Las anestesiad­as Cortes aceptaron renunciar a su competenci­a de controlar la acción de gobierno (art. 66 CE) en cuestiones esenciales con Marruecos y Ucrania. Todo esto no es normal. Absolutism­o, en la definición del ‘Diccionari­o panhispáni­co del español jurídico’, es el «régimen político en el que una autoridad domina todas las manifestac­iones del poder del Estado, que puede ejercer sin límites». Y sus sinónimos son «autocracia, totalitari­smo, dictadura, cesarismo, tiranía». Queda claro.

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