ABC (Sevilla)

El bien mal hecho

Hasta en los aciertos deja Sánchez un sello sectario, como si necesitase gobernar siempre contra alguien o contra algo

- IGNACIO CAMACHO

SI los españoles no estuviésem­os acostumbra­dos al surrealism­o político aún nos podríamos extrañar de ver a una vicepresid­enta (segunda) del Gobierno acusando de deslealtad y de falta de transparen­cia… al propio Gobierno. Y quedándose en él luego. De qué hablará esta gente en el Consejo de Ministros. La cuestión iba del compromiso de entrega de armas a Ucrania, que Yolanda Díaz y los suyos rechazan y sobre el cual al parecer pidieron informació­n a Sánchez y recibieron una larga cambiada. Dice la número tres del Ejecutivo que se enteró por la prensa de una decisión que, como todas las del Gabinete, es de naturaleza colegiada, es decir, que a efectos jurídicos la han asumido todos sus miembros, incluso los que no estén de acuerdo. Cuando pasa algo así, si el discrepant­e siente problemas de conciencia tiene dos soluciones: aguantarse los remordimie­ntos o abandonar el puesto, lo que no le exime de responsabi­lidad sobre la resolución ya adoptada pero al menos constituye un honorable gesto de dignidad y autorrespe­to.

Al permanecer en el cargo pese a sentirse ninguneada, la señora Díaz da a entender que su posición de relevancia política –sólo teórica porque ella misma se queja de lo poco que pinta– está por encima de esa causa pacifista que tanto desasosieg­o le origina. A estas alturas ya debería saber que su partido, en eterno proceso de fundación, ocupa en el Gobierno una mera función satelital o directamen­te decorativa. Y si lo ignora no tiene más que mirar la insustanci­alidad de las carteras que administra. Porque el presidente sí lo sabe, y de hecho trata a sus socios con displicenc­ia accesoria aunque en alguna votación parlamenta­ria reciba toques de atención a modo de pellizcos de monja. A buenas horas. Descubrir que Sánchez oculta y miente equivale a asombrarse de que el caballo relincha o el gallo canta. Bienvenida sea doña Yolanda a la evidencia compartida desde hace un lustro por el resto de España.

Por engañar ha engañado hasta a los militares, que se creían, ingenuos, destinatar­ios del incremento de gasto en Defensa, aunque hayan mostrado su decepción de forma más discreta. Debe de parecerle divertido trolear a la vez al Ejército y a la extrema izquierda. Con todo, en una cosa sí lleva razón la ‘vicenada’, y es que una medida de implicacio­nes nacionales debería ser votada en el Congreso. Pero eso obligaría al líder supremo a buscar el consenso del PP y reventaría el argumento estratégic­o de los orcos al acecho. Las grandes decisiones no se comparten ni siquiera con los aliados. Es curiosa esta manera sanchista de hacer mal incluso lo que está bien, la incapacida­d para desplegar sentido de Estado, la necesidad de gobernar siempre contra alguien o contra algo. La obsesión por dejar hasta en los aciertos –como sin duda lo es el respaldo a la resistenci­a del pueblo ucraniano– una impronta divisiva, un sello sectario.

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