Sánchez encumbra a Puigdemont
Un apoyo del PP a Illa, por activa o por pasiva, sería una malversación de su excelente resultado. Un suicidio
SI el PSC fuese todavía un partido constitucionalista, tendríamos motivos para congratularnos por el resultado de los comicios catalanes y albergar esperanzas. Dada la mutación sufrida por esa formación y la sumisión de su líder a Pedro Sánchez, se impone una lectura harto más pesimista para quienes defendemos la unidad de España y el imperio de la Ley. Porque lo cierto es que Salvador Illa ha ganado, pero nadie duda de que pondrá esa victoria a disposición de su caudillo para que éste la utilice como le convenga. Y también se ha disipado la incógnita sobre la fuerza real de Puigdemont y sus intenciones. El prófugo de Waterloo es hoy el abanderado indiscutible de un independentismo menguado, aunque no vencido ni mucho menos dispuesto a tirar la toalla. Puigdemont quiere regresar, coronado, al palacio del que se fugó en el maletero de un coche, y ha lanzado su ultimátum al inquilino de la Moncloa: si aspira a conservar la poltrona, más le vale devolverle el favor recibido en la investidura y convertirlo en ‘president’. En caso contrario, ya puede despedirse de una legislatura que sus siete diputados se encargarán de hacer naufragar por el procedimiento del bloqueo.
Hasta las pasadas elecciones generales, el cabecilla de Junts era un paria político acosado por la justicia; un delincuente huido; un personaje grotesco, despreciado por casi todos, sin más aspiración que evitar ser detenido. Entonces llegó Sánchez y lo rescató de la irrelevancia para convertirlo nada menos que en el árbitro de nuestra democracia. El líder del PSOE rindió sus promesas, nuestro Estado de derecho y la esencia de la Carta Magna a los pies del sedicioso, a cambio de gobernar a pesar de haber perdido. Él es quien lo ha encumbrado en Cataluña y le ha entregado la llave de la Generalitat. Le sobran razones a Pere Aragonés para marcharse con dignidad después de lamentar que su apuesta por la colaboración haya cosechado un clamoroso rechazo en las urnas. El separatismo no quiere puentes, sino minas. No aspira a construir nada, sino a destruir la convivencia. Y en ese empeño Puigdemont tiene demostrada su valía. El electorado independentista ha castigado la coherencia y premiado la cobardía. No ha virado a la derecha, sino al radicalismo golpista. Lo cual hace prácticamente imposible cualquier respaldo de los republicanos al candidato socialista, salvo que ERC quiera desaparecer.
Cerrada la posibilidad de un pacto de izquierdas, hay quien pide al PP que apoye al socialista por patriotismo, fiándose de vagas promesas incumplidas de antemano. Yo espero y deseo que no lo haga, ni por activa ni por pasiva, porque sería un suicidio. Una clara malversación de su excelente resultado. El endiablado escenario catalán es obra de Pedro Sánchez, que se guardará de mostrar sus cartas hasta después de las europeas. Con su pan se lo coman él y Puigdemont.