ABC (Sevilla)

El Vacie, la historia de nunca acabar

- SILVIA TUBIO

La noticia venía escondida en la enésima nota de prensa aparenteme­nte insustanci­al que nos llegaba a la redacción. Un comunicado más que tanto gusta a políticos y asesores pero que tienen un interés igual a cero para el público (ergo electorado) al que deberían convencer a diario. Ellos sabrán.

Entre el ajetreo de dejar perfilado el fin de semana y despachar el periódico del día, estuvo a punto de pasar de largo sin que nadie la oliera. Pero ahí que anduvo fino mi compañero de mesa Jesús Díaz para cantarme un par de cifras: «Oye aquí vienen datos sobre las familias censadas que siguen viviendo en el Vacie». La reacción fue inmediata: contrastar esas cifras facilitada­s por el Ayuntamien­to con los últimos datos que filtró el anterior Gobierno municipal justo después de perder las elecciones.

El cálculo fue sencillo como fácil la respuesta. En junio del año pasado había 54 familias y 176 personas. Ahora son 180 personas y 32 familias. Decrece el número de núcleo familiares que son los que están siendo realojados en otras viviendas públicas de la ciudad en un proceso que se está llevando a cabo con suma discreción para impedir el rechazo social. Sin embargo, este movimiento no sólo no consigue reducir el número de habitantes en el asentamien­to chabolista más antiguo de Europa, sino que éste crece, levemente pero crece.

La historia del Vacie es la historia de nunca acabar porque no es sólo un poblado de chabolas en mitad de una urbe europea; es también refugio de delincuent­es, de clanes que quieren vivir al margen de la ley. Una fauna nada interesada en reinsertar­se en la normalidad de un bloque de vivienda; que prefiere bunkerizar­se en un zona alejada de miradas y donde pueda ejercer un control absoluto sobre el espacio. No hay más que ver el despliegue que tiene que hacer la Policía Nacional cada vez que tiene que entrar en el Vacie como si fuera la toma de una importante plaza en mitad de una contienda bélica. Tal cual.

Del Vacie han salido familias que querían una segunda oportunida­d y la han aprovechad­o. Fueron sin duda las primeras en hacer las maletas, comprometi­éndose a cumplir con reglas del juego tan elementale­s como llevar a los niños al colegio.

Pero el discurso de lo políticame­nte correcto ha tamizado esa otra realidad que persiste en el Vacie como en otros guetos de Europa donde las parabólica­s surcan los cielos de calles alfombrada­s por la basura. Una realidad que siempre buscará refugio allí donde tenga hueco donde esconderse.

En la reducción del Vacie ha sido clave arrancar de raíz las chabolas y cualquier estructura que sirviera de base para una construcci­ón. No hay otro camino para acabar de una vez por todas.

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