ABC (Sevilla)

Es su culpa

Se siente incapaz de dejar sin contestar una sola de las consultas que llegan. Es su culpa, y vive con ella de ocho de la mañana a ocho de la tarde

- MIGUEL ÁNGEL ROBLES

DESPUÉS de todo, todavía hay días que se dice que le gusta su trabajo. Conoce a la mayoría de sus pacientes por su nombre y los pacientes la conocen a ella. A veces, alguno, durante la consulta, la interrumpe, y le dice, y tú, cómo estás, se te ve cansada, se te nota en los ojos. Y no puede evitar emocionars­e. Le gustaría poder responderl­e, y entablar una conversaci­ón, y disfrutar de lo mejor de su profesión, que es esa calidez humana. Pero la verdad es que no tiene tiempo. La mayoría de los días no es que no desayune. Es que se le pasa la mañana sin poder ir al baño.

Y eso que llega temprano al centro de salud, como el colega neurótico del examen del MIR. En realidad, su trastorno obsesivo-compulsivo debe de ser aún peor, porque ella empieza la jornada laboral la noche antes. Después de cenar, se mete en el Diraya para ver los resultados de las pruebas solicitada­s a los pacientes, repasar si hay que renovar algún tratamient­o… Todo lo que puede adelantar antes de meterse en la cama siempre le parece poco a la mañana siguiente. Aun así, habitualme­nte llega a su consulta unos minutos antes de su hora, con la idea de tener margen suficiente para descargar el buzón y ver las novedades.

Si le da tiempo, incluso, antes de que empiecen las consultas presencial­es, va adelantand­o las telefónica­s. Algunos pacientes se lo agradecen porque así no están con la inquietud de aguardar la llamada. Y para ella, esos minutos pueden ser la salvación. En teoría el número de consultas que tiene que pasar no está mal, y el tiempo estipulado para cada una es razonable. El problema es que entre la teoría y la práctica media siempre una gran distancia y raro es el día en que no atiende a muchos más pacientes de los que están citados, bien porque no tienen número y la buscan, y cómo no va a atenderlos, bien por otras razones. El caso es que cuando acaba los avisos nunca es antes de las cuatro de la tarde, y aún todavía le queda por meter en el Diraya la informació­n del diagnóstic­o y tratamient­o de esas visitas.

Probableme­nte es culpa suya, que no gestiona bien su tiempo, se dice a sí misma. Como los veinte o treinta mensajes de wasap que recibe diariament­e de sus pacientes. Sí, eso lo admite: claramente fue un error suyo. Empezó a dar su número a algunas personas mayores y frágiles que le daban mucha pena y ahora es raro quien no lo tiene. Ha estado muchas veces tentada de cambiar de número pero, a la hora de la verdad, se siente incapaz de hacerlo, como se siente incapaz de dejar sin contestar una sola de las consultas que le llegan. Es su culpa, y vive con ella de ocho de la mañana a ocho de la tarde.

Sí, definitiva­mente, es un problema suyo. Un problema y una culpa que comparte con cientos, miles, de médicos de familia que actúan igual que ella. Lo ha leído en el periódico y no le ha extrañado: récord histórico de plazas sin adjudicar en Atención Primaria. Qué joven va a querer vivir con semejante trastorno obsesivo-compulsivo.

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