Pepita Bellido Gamero, mi suegra
MIsuegra, Pepita Bellido, ha muerto y el mundo de nuestra familia se cubre de luto. Conocida en Olivares como Pepita, la mujer de don Juan el Practicante, ha fallecido hace días después de padecer en estos últimos años una enfermedad degenerativa. Fue al comienzo de los años sesenta del siglo pasado cuando mis suegros llegaron a Olivares procedentes de Guillena con dos hijos, naciendo aquí los otros cinco.
Las virtudes de mi suegra fueron tantas que sería largo enumerarlas. La mayor de sus enseñanzas no brotó de sus labios sino de donde brotan las únicas enseñanzas que convencen y perduran: de su ejemplo.
Pepita ha sido una mujer ejemplar en todos los sentidos que ha puesto el listón tan alto que a todos nos va a costar mucho llegar a su altura.
Fue una formidable madre y una grandísima abuela, y para los conocidos y allegados una mujer siempre risueña, acogedora, conciliadora y agradable. Numerosas personas, el día de su entierro, nos transmitieron emocionadas que Pepita en Olivares ha sido una mujer muy apreciada por ser enormemente educada y de trato encantador.
Ejemplo de fe, de coherencia, de generosidad, de amor a su marido durante cerca de sesenta años de matrimonio y de priorizar siempre la vida familiar por encima de todo.
Vivía por y para su marido, sus hijos y sus nietos, y era una mujer feliz a la que le encantaba reunirse con frecuencia en almuerzos y cenas en su casa con su familia.
Todos nosotros la echaremos de menos y la recordaremos porque ha pasado por nuestra vida buscando agradar y complacer siempre, olvidándose de sí misma. Sus hijos, sus nietos, su nuera y yernos le damos gracias a Dios por habernos regalado una madre, una abuela y una suegra que con su actuación y hacer diario nos ha mostrado el camino del buen comportamiento y el de hacer siempre el bien. Aunque, cómo no, esta numerosa familia ha pasado también por momentos muy difíciles.
Hoy todos la lloramos y muy especialmente sus hijos y sus nietos. Nietos a los que ella adoraba y mimaba y a los que les ha dado muchos años de felicidad. Al mismo tiempo, todos sus nietos se deshacían por ella y la han querido con locura.
Sabemos que con su ejemplo de vida el Dios Padre le habrá abierto las puertas del cielo. Descansa en paz y ayúdanos a superar esta hora triste y dolorosa ya sin ti.
Gracias, Pepita, por la serenidad y ejemplaridad que nos brindaste y que aún nos perdura cuando pronunciamos tu nombre.