ABC (Sevilla)

Pepita Bellido Gamero, mi suegra

- Pepita Bellido Gamero ANTONIO RENÉ DÍAZ PÉREZ

MIsuegra, Pepita Bellido, ha muerto y el mundo de nuestra familia se cubre de luto. Conocida en Olivares como Pepita, la mujer de don Juan el Practicant­e, ha fallecido hace días después de padecer en estos últimos años una enfermedad degenerati­va. Fue al comienzo de los años sesenta del siglo pasado cuando mis suegros llegaron a Olivares procedente­s de Guillena con dos hijos, naciendo aquí los otros cinco.

Las virtudes de mi suegra fueron tantas que sería largo enumerarla­s. La mayor de sus enseñanzas no brotó de sus labios sino de donde brotan las únicas enseñanzas que convencen y perduran: de su ejemplo.

Pepita ha sido una mujer ejemplar en todos los sentidos que ha puesto el listón tan alto que a todos nos va a costar mucho llegar a su altura.

Fue una formidable madre y una grandísima abuela, y para los conocidos y allegados una mujer siempre risueña, acogedora, conciliado­ra y agradable. Numerosas personas, el día de su entierro, nos transmitie­ron emocionada­s que Pepita en Olivares ha sido una mujer muy apreciada por ser enormement­e educada y de trato encantador.

Ejemplo de fe, de coherencia, de generosida­d, de amor a su marido durante cerca de sesenta años de matrimonio y de priorizar siempre la vida familiar por encima de todo.

Vivía por y para su marido, sus hijos y sus nietos, y era una mujer feliz a la que le encantaba reunirse con frecuencia en almuerzos y cenas en su casa con su familia.

Todos nosotros la echaremos de menos y la recordarem­os porque ha pasado por nuestra vida buscando agradar y complacer siempre, olvidándos­e de sí misma. Sus hijos, sus nietos, su nuera y yernos le damos gracias a Dios por habernos regalado una madre, una abuela y una suegra que con su actuación y hacer diario nos ha mostrado el camino del buen comportami­ento y el de hacer siempre el bien. Aunque, cómo no, esta numerosa familia ha pasado también por momentos muy difíciles.

Hoy todos la lloramos y muy especialme­nte sus hijos y sus nietos. Nietos a los que ella adoraba y mimaba y a los que les ha dado muchos años de felicidad. Al mismo tiempo, todos sus nietos se deshacían por ella y la han querido con locura.

Sabemos que con su ejemplo de vida el Dios Padre le habrá abierto las puertas del cielo. Descansa en paz y ayúdanos a superar esta hora triste y dolorosa ya sin ti.

Gracias, Pepita, por la serenidad y ejemplarid­ad que nos brindaste y que aún nos perdura cuando pronunciam­os tu nombre.

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