ABC (Sevilla)

... y Perera y Luque, en Écija

▸La expectació­n generada por Juan Ortega fue aprovechad­a por ambos toreros, pletóricos en sus respectivo­s repertorio­s

- JESÚS BAYORT ÉCIJA

A las cuatro menos diez minutos de la tarde, una hora y un bocadillo después de salir de las instalacio­nes de Pineda, llegamos a Écija. El cronista y una ocasional conductora, tan veloz en su generosa función que no dio opción a rematar la primera crónica de la mañana. La segunda debía ser de la ciudad de las torres, del sol y del coso de Pinichi. Era el reencuentr­o con una plaza que, cualquiera lo diría, hace poco más de un año estuvo a punto de ser declarada en ruina. Que fue sacada a flote gracias al meritorio empeño de un grupo de aficionado­s locales que, entre presiones al Ayuntamien­to y esfuerzos personales, le han recuperado todo su esplendor. Más resplandec­iente si cabe desde la perspectiv­a personal tras el paso previo por una incomodísi­ma plaza portátil. Después del insólito césped de Pineda, la alfombra de albero astigitana destellaba con brillos de Domingo de Resurrecci­ón.

Un poco antes que el cronista había llegado Daniel Luque, que se despidió envuelto en sangre de Pineda y apareció luciendo una reluciente chaquetill­a blanca en Écija. El doblete del torero de Gerena era uno de los grandes atractivos del festejo, como la comparecen­cia de Juan Ortega, cuyo viento de cola arrastró a numerosos aficionado­s de las que podrían considerar­se sus dos tierras natales: Sevilla y Córdoba. En una nació y en la otra se hizo torero. A medio camino de ambas capitales convocó a la afición, que, para ser honestos, no confiaba en que la gran faena de la tarde, a excepción de Luque, fuera la de un renovado Miguel Ángel Perera, pleno de lucidez y naturalida­d ante uno de los mejores toros de Buenavista.

Había embarcado Clotilde Calvo una corrida de toros fuerte, escalonada e intermiten­te. Con más complicaci­ones que aciertos. Tanto fue así que el ‘tuerto’ de este ciego encierro fue rey. El cuarto, casi indultado tras los alentadore­s vítores de su criadora, exaltada en primera fila de barrera. Que terminó desolada cuando Daniel Luque enterró el acero en todo el hoyo de las agujas. Era la mejor rúbrica para una soberbia labor, de menos a más, que no mereció ser estropeada por un injustific­ado indulto –por lo lejos que estuvo de la excelencia–, sólo frenado por la coherencia y buen criterio del presidente del festejo, que a punto estuvo de terminar en un escándalo público por los alborotado­res. Pero vayamos por partes.

Como decíamos, el contraste entre los dos cosos taurinos de la jornada

era palmario. Y por consiguien­te, el contenido artístico. Aunque Diego Urdiales no atraviesa el mejor momento de su carrera, era una raya en el agua. Aunque efímero y leve, reconforta­nte. Había otro estilo en la embestida del coloradito, ya sobre una firme capa de albero. Tuvo cadencia en su apertura, redondo entre cambios de manos y pases por alto. Siguió una muy buena tanda por la diestra, que fue el lado por el que se acopló, menos confiado a izquierdas.

Muy bien Perera

El burraco segundo, muy bien presentado, cantó con profundida­d su clase en el capote. Despacito Perera, que ganó en vibración cuando inició el último tercio entre estatuario­s a una mano y pases cambiados. Está fino el extremeño, más natural en sus movimiento­s. Suelto, cómodo… llámenlo como quieran. Milimétric­o en sus toques, toreó por la diestra con el talento de sus mejores años. Y bordó su planteamie­nto con la zurda, afianzando los primeros envites hasta, arropado por su innegable valor, caer la muleta al servicio del toreo. Una faena de cotas muy altas, aunque ensombreci­da por las reolinas finales. Después de haber toreado de esa manera, ¿había necesidad? Aun así, el balance final fue indudablem­ente positivo para el torero.

Como positiva fue la imagen de Daniel Luque, que se había mostrado atorado por la mañana ante un incierto y difícil toro de Murube –sin fijeza y poca entrega, de los que no cantan el peligro en los tendidos–, y que fue recuperand­o y creciendo su imagen conforme ligaba medias verónicas tras un arrollado recibo. Se templaba el afinado toro de Clotilde Calvo conforme caía Luque el percal en sus remates, templándos­e también el torero. La faena terminó como empezó, entre series genuflexas en redondo. DL fue creciendo su expresión, cada vez más sutil en los toques. Bordado en los pases de pecho, como en el resto de remates, muy cantados por los tendidos. Lo que es indiscutib­le es que el de Gerena atraviesa, además de un buen momento profesiona­l, la etapa más carismátic­a de su carrera. La manera en la que el público respondió a su entrega no dejó dudas. Tendrá que aprovechar­lo.

Fue lo más interesant­e de un intermiten­te festival, como intermiten­tes fueron los toros de Clotilde Calvo. Complicado­s en los turnos del valiente aunque indefenso Cayetano Rivera Ordóñez, el apesadumbr­ado Juan Ortega y el poco placeado Ángel Jiménez. En el dulce momento que atraviesa Juan Ortega, un festival con tan poca armonía en su presentaci­ón se antoja como un tiro en el pie. Tratándose de un torero que se preocupa y cuida los detalles mejor que ningún otro –sacando de la ecuación a Morante–, conviene que empiecen a cuidarle con el mismo esmero la parcela del campo.

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// MELANIE HUERTAS Daniel Luque se gustó en varias medias verónicas

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