ABC (Sevilla)

El sueño de Andalucía

Esta tierra, a pesar de su proyección pública, excesiva e hiperbólic­a, es un secreto que huye de toda definición

- EVA DÍAZ PÉREZ

¿DÓNDE residirá el alma de Andalucía? Alejémonos de los rumbosos y postizos actos institucio­nales para intentar desentraña­r lo que acaso sea Andalucía, ese sueño que los andaluces llevamos dentro, como escribió Luis Cernuda.

Quizás Andalucía sea sólo un sueño. O tal vez sólo pueda entenderse en un impreciso imaginario. «En Andalucía los siglos se escapan con huidiza elegancia», decía Julián Marías. Andalucía, a pesar de su proyección pública, excesiva e hiperbólic­a, es un secreto que huye de toda definición. Una realidad que nada tiene que ver con el aire histriónic­o con que nos cuentan. Pero cuánto pesa la larga cola de clichés, mentiras y tópicos que arrastramo­s.

Quizás podríamos intuir Andalucía en una partitura de Falla donde suena el oleaje ultramarin­o de Cádiz, en el sueño acuático de su ‘Atlántida’. O en un Lorca que sueña jardines y divanes andalusíes en un laberinto de cármenes granadinos. Tal vez en una pincelada de Velázquez desvelada en mil veladuras por las que corre el aire. En el Murillo que pinta con carmín de Indias y blanco de albayalde. Y en Picasso asombrando al mundo con el secreto de todos los azules que en la historia han sido.

En las novelas del almeriense Agustín Gómez Arcos hiere el sol mediterrán­eo, aunque él las escribiera desde su autoexilio en Francia. Y María Zambrano guardaba un limón en el destierro para no olvidar cómo olía el aire de su Vélez-Málaga.

Ibn Hazm enreda collares en palomas andalusíes y Góngora da color de oro a palabras que bailan en un soneto barroco. Averroes y Séneca conversan sobre la antigua Corduba mientras Maimónides descubre el vuelo imposible de un pájaro que atraviesa nubes de hace siglos.

Silverio rompe el azogue de los espejos con su cante y La Macarrona baila paisajes andaluces con una orquesta de jazz en París. Andrés de Vandelvira levanta elegantes perfiles renacentis­tas que nos sirven para contemplar olivares poetizados por Antonio Machado en Baeza.

Valdelomar filma aguafuerte­s granadinos y llueven aerolitos de Carlos Edmundo de Ory sobre la tierra seca de Andalucía. Crujen las capas de la Historia y Nebrija nos enseña latín y explica la entraña del castellano con ejemplos de cosas andaluzas: la alhucema, el calamón que volaba sobre las lagunas de la Bética o el aceite viejo del Guadalquiv­ir.

Carmen de Burgos escribe crónicas y novelas que deshojan sus recuerdos de Almería. Y Ana Caro de Mallén —entre Granada y Sevilla— defiende el valor de las mujeres agraviadas del Siglo de Oro andaluz. Juan Ramón Jiménez describe las luces blanquísim­as de Moguer y arriban naos del Nuevo Mundo para que las pinten Vázquez Díaz y José Caballero.

Van sonando polifonías de Cristóbal de Morales y Francisco Guerrero cuando llega Alberti como marinero en tierra con espumas de litorales. Y Chaves Nogales observa todo mientras anota en un cuaderno el viejo sueño de Andalucía para escribirlo en periódicos que amarillean con el tiempo.

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