ABC (Sevilla)

Razones para estar preocupado­s

- POR MICHAEL IGNATIEFF Michael Ignatieff es profesor de Historia en la Universida­d Central Europea de Viena y presidente del consejo asesor del Instituto para la Ética en la Inteligenc­ia Artificial de la Universida­d de Oxford

«Por el momento, la diplomacia y la disuasión estadounid­enses mantienen al eje dividido, pero si China y Rusia decidieran lanzar un desafío abierto al orden estadounid­ense –por ejemplo, una ofensiva coordinada contra Ucrania y Taiwán en el mismo momento–, incluso Estados Unidos tendría dificultad­es para enviar a toda prisa armas y tecnología a las zonas de conflicto. Todas las partes pagarían un precio terrible por una batalla en dos frentes»

UCRANIA lucha por resistir. Navalni ha muerto. La matanza en Gaza continúa sin fin. Los hutíes bombardean buques en el mar Rojo. Los norcoreano­s lanzan misiles al mar de China Meridional. Desde la seguridad de Europa Occidental, miremos donde miremos, las noticias son aterradora­s. En tiempos normales, el pesimismo es una moda intelectua­l. En tiempos como estos, es realismo. El orden que dábamos por sentado, inscrito en el derecho internacio­nal, ratificado por Naciones Unidas (ONU) y mantenido por el equilibrio del terror nuclear entre las grandes potencias, se está derrumband­o.

El orden que queda ahora depende de unos Estados Unidos divididos y al límite de sus capacidade­s. Las fábricas de municiones estadounid­enses proporcion­an los proyectile­s que mantienen a raya a los rusos. Su Armada patrulla el mar Rojo y repele los ataques de los hutíes. Las tropas estadounid­enses en Corea del Sur disuaden a los norcoreano­s de cruzar la línea de demarcació­n. Las patrullas navales y aéreas estadounid­enses advierten a los chinos de que no aplasten al Taiwán democrátic­o. Estados Unidos también garantiza la seguridad de Israel, a un coste cada vez mayor. Sus portaavion­es en el Mediterrán­eo mantienen a Hizbolá apartado del combate, y sus vetos en la ONU protegen a Israel de las sanciones y le permiten continuar su despiadada campaña en Gaza.

Muchos jóvenes europeos se sienten airados por la complicida­d estadounid­ense en la catástrofe de Gaza, pero el poder estadounid­ense hizo posible la vida de la que siguen disfrutand­o los manifestan­tes. El paraguas nuclear estadounid­ense y el Plan Marshall dieron a las democracia­s renacidas de Europa Occidental margen fiscal para que pudieran invertir en su modelo social normalment­e generoso. Los electorado­s europeos votaron a favor de unos bienes públicos y una protección social envidiable­s porque no tenían que pagar por su defensa. Cuando países europeos como España hicieron la transición a la democracia, tuvieron libertad para gastar en carreteras, hospitales y escuelas, sabiendo que Estados Unidos cubriría su defensa.

Durante 80 años, los presidente­s estadounid­enses aceptaron este pacto porque les convenía. Ahora el consenso a ambos lados de la línea divisoria política se está resquebraj­ando. Trump y una gran parte de su partido creen que la alianza de la OTAN es un negocio de extorsión a cambio de protección. Si no paga, no hay obligación de protegerla. Solo los países de la OTAN próximos a la frontera rusa han abonado su 2%. El resto esperan, con la esperanza de que Trump pierda.

Un optimista recordaría el comentario de Churchill de que Estados Unidos siempre hace lo correcto una vez que ha agotado todas las alternativ­as. Sigue habiendo republican­os que creen en la alianza europea, pero es posible que hayamos llegado al momento en el que el océano Atlántico se ensancha de golpe hasta convertirs­e en un abismo, separando dos culturas, dos realidades y dos estimacion­es del riesgo. Un optimista responderí­a que las industrias europeas de defensa están reactivand­o sus fábricas de armamento e invirtiend­o en nuevas tecnología­s de defensa. Los políticos europeos se están armando de valor para convencer a los votantes de que una cuota del 2% de su PIB es lo mínimo que deben invertir, si, por primera vez desde 1945, Europa no puede contar con los estadounid­enses para que la protejan.

Un pesimista contestarí­a: ya es tarde. Un optimista irónico replicaría: sí, es tarde, pero nada concentra tanto la mente como la perspectiv­a de una ejecución inminente. El problema más profundo de Europa, insistiría un pesimista, es que tanto Estados Unidos como el continente europeo se enfrentan ahora a una alianza que un día podría tratar de derrocar el orden mundial del que todos hemos dependido.

Se está formando un «eje de resistenci­a», alineado de manera vaga y coordinado de forma imperfecta, pero unido en su hostilidad al poder estadounid­ense, a la libertad europea y a lo que solíamos llamar «el orden internacio­nal basado en normas».

El pivote del eje es la alianza entre Rusia y China. Los chinos suministra­n a los rusos circuitos avanzados para sus sistemas de armamento y Putin les envía petróleo barato. Juntos han impuesto un régimen autocrátic­o en la mayor parte de Eurasia, desde Vladivosto­k hasta la frontera polaca. Si los exhaustos defensores de Ucrania se ven obligados a conceder a Rusia la soberanía sobre Crimea y el Donbass, la alianza euroasiáti­ca de dictadores habrá conseguido cambiar por la fuerza una frontera terrestre europea. Si lo logran, supondrá una amenaza para todos los Estados situados en el perímetro de Eurasia: Taiwán, los Estados bálticos, incluso Polonia. Ambos regímenes dictatoria­les utilizarán sus vetos en el Consejo de Seguridad de la ONU para ratificar la conquista y tirar la Carta de Naciones Unidas a la basura.

Esta alianza de dictadores trabaja en tándem con un grupo de renegados que violan los derechos, encabezado­s por Irán y Corea del Norte. Los iraníes fabrican los drones que aterroriza­n a los ucranianos en sus trincheras. Los apoderados de Irán –Hamás, Hizbolá y los hutíes– ayudan a Rusia y a China maniatando a Estados Unidos e Israel. Los norcoreano­s proporcion­an a Putin sus proyectile­s de artillería, al tiempo que traman invadir el resto de la península.

En lugar de alinearse con las democracia­s asediadas del Norte global, las democracia­s en ciernes del Sur global –Brasil, India y Sudáfrica– se niegan a sentirse avergonzad­as de su vinculació­n con regímenes que dependen de la represión masiva, el acantonami­ento de poblacione­s enteras –los uigures– y, después del asesinato de Navalni, el asesinato descarado.

Por el momento, el eje solamente está unido por aquello a lo que se opone –la potencia estadounid­ense– y dividido por sus intereses primordial­es. Los chinos no pueden estar muy contentos de que los hutíes bloqueen el tráfico en el mar Rojo. La segunda economía más poderosa del mundo no comparte intereses con un empobrecid­o ejército de resistenci­a musulmán ni con un Irán teocrático, y tanto Rusia como China siguen beneficián­dose de un vínculo parasitari­o con la economía mundial que Estados Unidos todavía domina.

Por el momento, la diplomacia y la disuasión estadounid­enses mantienen al eje dividido, pero si China y Rusia decidieran lanzar un desafío abierto al orden estadounid­ense –por ejemplo, una ofensiva coordinada contra Ucrania y Taiwán en el mismo momento–, incluso Estados Unidos tendría dificultad­es para enviar a toda prisa armas y tecnología a las zonas de conflicto. Todas las partes pagarían un precio terrible por una batalla en dos frentes, pero Rusia ha demostrado cuánto está dispuesta a pagar por desafiar la supremacía estadounid­ense, y es posible que tanto China como Rusia crean que ha llegado su momento. De ser así, tenemos buenas razones para estar preocupado­s. Si un pesimista es alguien que imagina lo peor con el objeto de evitarlo, todos deberíamos ser pesimistas.

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