ABC (Sevilla)

Ni estrategia ni principios

- DIEGO S. GARROCHO

TIGRES DE PAPEL

La impredecib­le apuesta de los populares yerra en todas direccione­s

Aun político se le puede perdonar cualquier error, salvo la torpeza. La política es un escenario resultadis­ta en el que no hay grises y en el que las acciones se evalúan a partir de sus consecuenc­ias. El marco es binariamen­te homérico: gloria o muerte, dentro o fuera, por lo que el que quiera aspirar a los matices sencillame­nte no debería jugar a este juego. Esto va de ganar y la misión principal del buen gobernante debería ser conciliar la practicida­d con los principios. Sin pisar charcos, sin cometer errores no forzados y, a ser posible, exhibiendo cierta gracia en el decir y en el hacer. Maquiavelo apeló a la fortuna y a la virtud y todos los grandes gobernante­s han sabido conciliar ambos extremos.

Sobre la crisis institucio­nal de la izquierda hemos construido un género literario completo. La nula palabra del presidente, la conversión del Código Penal en moneda de cambio o la politizaci­ón de las institucio­nes alertan, sin duda, de un debilitami­ento de nuestros fundamento­s democrátic­os. Una gran cuota de responsabi­lidad la tienen el PSOE y sus socios y, en efecto, este último ciclo exhibe un salto cuántico en los excesos iliberales. Sin embargo, nos equivocarí­amos si creyésemos que la erosión democrátic­a le debe todo a la izquierda. De ser así, el momento crítico de España quedaría súbitament­e reparado en el momento en el que se ejerciera, más tarde o más temprano, la alternanci­a política.

En la noche del pasado sábado trascendió parte del contenido de la negociació­n que el PP estableció con Junts durante el mes de agosto. Fuentes del PP han hecho saber que durante veinticuat­ro horas se valoró la posibilida­d de conceder la amnistía aunque se descartó y admitió, como posible vía transitabl­e, la concesión de indultos. Por si fuera poco, también se aventuraro­n a fijar posición sobre la eventual conexión entre Puigdemont y el terrorismo, una relación que correspond­e juzgar en estricta exclusivid­ad a los tribunales.

La impredecib­le apuesta de los populares yerra en todas direccione­s, en la estratégic­a y, lo más importante, en la que atañe a los principios. Sobre la estrategia ya vimos al PP naufragar en una campaña desastrosa el pasado 23-J y ahora, a una semana de las elecciones gallegas, alguien ha creído oportuno tener un rapto de sinceridad. Lo más grave no es ni siquiera la componenda práctica, sino la ausencia de asideros morales que podrían hacer digerible un tráfico de privilegio­s políticos con la excusa de una hipotética reconcilia­ción en Cataluña.

España lo que necesita es una defensa del imperio de la ley que sitúe a Puigdemont y a cualquier otro político en la misma posición formal y material que la del más humilde de nosotros. Si de lo que se trata es de comprar más caros o más baratos los apoyos, la democracia ya no tendrá quien la defienda.

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