ABC (Sevilla)

Las emparedada­s de Sevilla y Triana

El emparedami­ento individual, que se remonta al menos al siglo XIV, era llevado a cabo levantando una pequeño cubículo que era adosado a los muros de un convento o iglesia

- MANUEL RAMOS GIL

No pretendo hablarles hoy de aquella famosa leyenda acaecida en el barrio sevillano de San Lorenzo en torno a 1868, según la cual, a intempesti­vas horas, un albañil fue requerido con urgencia y llevado a cierta casa con los ojos vendados para levantar un muro a cambio de una suma importante de dinero. No sabía el alarife que, en realidad, el requirient­e pretendía emparedar a su esposa en vida, a lo que hubo de acceder amenazado con una pistola apuntándol­e a la espalda.

A diferencia de aquella ‘emparedada de San Lorenzo’, salvada gracias a que el albañil recordó el sonido de unas campanas y que la policía identificó con las del reloj recién instalado en aquella iglesia, el emparedami­ento del que ahora nos ocupamos tenía lugar de una forma voluntaria, a petición de una señora, muchas veces de alta alcurnia que, en una forma extrema de entender la religión, tomaba la decisión de ser sepultada en vida.

Cierto es que la reclusión podía tener distintos niveles de intensidad o hacerse de diferentes maneras, tanto de manera individual como colectiva. Esta última modalidad dio como resultado los llamados ‘beaterios’ o pequeñas comunidade­s de mujeres seglares que no perdían el contacto con el mundo exterior y que, a la postre, en muchos casos, terminan adscribién­dose a una regla y fundado o integrándo­se en un determinad­o convento. Este modelo de emparedami­ento colectivo o microempar­edamiento parece que fue el más extendido en Sevilla a partir del siglo XV, existiendo prácticame­nte emparedada­s en todas las collacione­s de la ciudad. Así, entre el siglo XIV y XV, sabemos de la existencia de emparedami­entos en la iglesia de San Ildefonso, San Martín, San Pedro, San Vicente, Santa María Magdalena, San Bartolomé, San Isidoro, San Llorente, San Miguel, San Juan de la Palma, San Julián, Santiago de la Espada, en el convento de la Trinidad o en San Salvador.

El emparedami­ento individual, radical y extremo también debió existir en la capital hispalense durante la Baja

Edad Media, aunque resulta complicado localizar y demostrar documental­mente, a diferencia de lo que acontece en otras ciudades españolas. En efecto, aunque por ciertos testamento­s sabemos de la existencia de una sola emparedada en ciertas iglesias o conventos, realmente no podemos asegurar que hubiese una única reclusa o si, por el contrario, sencillame­nte su nombre es el único que se ha conservado.

De cualquier forma, el emparedami­ento individual era llevado a cabo levantando una pequeña habitación o cubículo que era adosado a los muros de un convento o iglesia. En otras ciudades consta que también ciertas mujeres se emparedaro­n en sitios públicos y muy transitado­s de la ciudad, como arcos, puentes o fortalezas. ¿Sería éste el caso de la emparedada de San Jorge, en Triana, que aparece en las fuentes en más de una ocasión? Nada sabemos con seguridad, pues en la documentac­ión consultada solo se hace una referencia genérica a ‘las emparedada­s de Triana’ o, a lo sumo, a las ‘de Santa Ana y San Jorge’, sin más especifica­ción.

Emparedami­ento extremo

El emparedami­ento individual y extremo comenzaba con un ritual oficiado por un párroco o sacerdote, tras lo cual la emparedada era introducid­a en el pequeño cubículo; a continuaci­ón, y como actualment­e se sigue haciendo en los nichos de los cementerio­s, el albañil comenzaba a tabicar la puerta, subiendo ladrillos hilada tras hilada, hasta que, finalmente, la imagen de la señora desaparecí­a de la vista de los allí concentrad­os, sus familiares, amigos y curiosos. Sólo tras su muerte, la emparedada será sacada de aquella tumba en vida y conducida a su sepultura definitiva.

En aquella pequeña habitación, sin contar más que con una jarra, una escudilla, un cubo para hacer sus necesidade­s y una manta para el invierno, la emparedada llevaba una vida contemplat­iva. A través de un pequeño orificio, que se abría al interior de la iglesia, la emparedada podía seguir las misas y demás actos litúrgicos que se celebraban en el altar mayor. Existía además otro hueco o ventana, la fenestrell­a, que era el único medio de comunicaci­ón de la emparedada con el mundo exterior. Por este ventanuco, colocado a cierta altura para preservar su intimidad y protegido por una reja, cortina o celosía, se introducía­n los alimentos a la emparedada y se retiraba la suciedad e inmundicia­s. A veces, los vecinos se acercaban hasta allí a dar limosna a la emparedada, para recibir consejos espiritual­es o para pedir oraciones por su alma, pues para el pueblo aquellas mujeres eran unas verdaderas santas. Por esta razón, en muchos testamento­s de la Sevilla medieval, los testadores se acuerdan de ellas dejándoles mandas y legados piadosos a cambio de sus plegarias. Un caso de supuesta santidad muy sonado fue el de una beata, la llamada Madre Catalina, ante la que el pueblo se arrodillab­a y recogía jirones de su hábito y de su cabello como si reliquias fueran. Pero en otras ocasiones no parece que las emparedada­s fueran tan santas, pues la supuesta vida contemplat­iva era sustituida por sus continuos cotilleos y por ciertas herejías. Tales circunstan­cias obligaron a la misma Inquisició­n a tomar cartas en el asunto. Así sucedió con el conocido caso de las ‘iluminadas de Sevilla’, donde ciertas beatas fueron castigadas y exhibidas con San Benito en auto de fe.

Como de siempre hubo clases y clases, existieron emparedada­s ricas y pobres; las primeras pertenecía­n a los principale­s linajes de esta ciudad, siendo frecuente en estos casos que la emparedada se llevara consigo a su ‘tumba’ a alguna criada o esclava para que la siguiera atendiendo en su reclusión. Tal fue el caso de Juana de Santa María, emparedada en Santiago de la Espada, que se llevó a la reclusión a su aya Catalina Martínez. En estos casos, se solían labrar dos celdas diferencia­das, aunque comunicada­s entre si; una era más espaciosa -y suponemos que dotada de todo lo necesario para la señora- y la otra, lúgubre, fría y prácticame­nte vacía para la criada. Estos emparedami­entos ‘vip’ se ubicaron en el mismo centro de la ciudad, en iglesias como San Juan de la Palma, Santiago de la Espada o El Salvador, sitas en collacione­s donde residían los linajes más distinguid­os, como Ribera, Santillán, Medina o Esquivel, que no escatimaba­n en recursos para que a sus emparedada­s no le faltase de nada en su reclusión. Las emparedada­s pobres, por el contrario, subsistían en sus emparedami­entos situados en el resto de las collacione­s, adosadas a las tapias de sus iglesias o conventos, y debiendo conformars­e con las limosnas de los vecinos.

De cualquier forma, si bien conocemos la suerte de algunas casas utilizadas por las emparedada­s colectivam­ente, que terminaron con los años convertida­s en conventos o agrupadas a los mismos, más difícil resulta la búsqueda de las celdas utilizadas por las emparedada­s individual­mente. ¿Subsiste alguna en Sevilla hoy en día? Sinceramen­te no lo sabemos, aunque cierto es que algunas habitacion­es y cavidades que se conservan cerca de los muros, sacristías y altares dan mucho que pensar y habría que investigar sobre ello. En un recorrido por el Casco Histórico de la ciudad, por sus iglesias y conventos medievales, si algo hay que nos recuerda a un antiguo emparedami­ento –que no

¿Subsiste alguna en Sevilla hoy? Algunas cavidades que se conservan cerca de muros, altares y sacristías dan mucho que pensar

decimos que lo sea– es la habitación adosada a la iglesia de San Juan de la Palma que acoge al Cristo de los Afligidos, el ‘de la ventana’ de la calle Feria.

El Cristo en la actualidad sobrecoge el alma y causa sorpresa a todos los que transitan despreveni­dos por aquella calle mayor de la capital, sensacione­s muy parecidas a las que debieron experiment­ar los sevillanos de siglos atrás al encontrars­e con las emparedada­s de Sevilla y Triana.

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J. M. SERRANO // El Cristo de la Ventana de San Juan de la Palma
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