ABC (Sevilla)

De milagro no nació en Sevilla

Queipo de Llano aprovechó el homenaje municipal del 9 de febrero de 1937 en el que recibió los títulos de hijo adoptivo y predilecto para anunciar que devolvía la corona a la Macarena

- JAVIER RUBIO

EL día anterior había caído Málaga con su terrible desbandada hacia Almería. Dieron feriado en los colegios para festejar la toma y en el cine Llorens se proyectaba un documental titulado ‘Oviedo la mártir’ que glosaba la resistenci­a de la capital del Principado en los primeros momentos de la sublevació­n militar del 36. En aquel clima bélico enardecido, Sevilla se disponía a honrar al general Queipo de Llano con los títulos de hijo adoptivo y predilecto que el Ayuntamien­to de la ciudad le había concedido el 15 de agosto.

En la plaza de San Francisco, antes del homenaje de encendidos discursos y prosa altisonant­e, desfilaron las centurias de los ‘flechas’, la rama infantil de la Falange, y los ‘pelayos’, la propia de los requetés, ante los niños de las escuelas nacionales. En la plaza de San Fernando, como se rebautizó la Plaza Nueva, se congregaro­n las multitudes para escuchar por los altavoces las soflamas del acto a las ocho de la noche en el salón Colón, rebautizad­o como de Carlos V conforme a la ensoñación imperial imperante entonces.

El alcalde accidental, por ausencia del marqués de Sotohermos­o, había promulgado un bando convocando a los sevillanos en el que el ditirambo alcanzaba cotas inimaginab­les: «Salvó sus iglesias y sus Vírgenes, prestó su apoyo decidido a las obras de asistencia al desvalido, se empapó de tal modo del espíritu de la ciudad, que es como milagro que no naciera, efectivame­nte, en ella».

Joaquín Gonzalo había plasmado muchas de las consignas huecas de la época pero también algunas verdades que los sevillanos de todos los tiempos podemos suscribir: «Y no fue tampoco aquella concesión [la de los títulos] un acto de tantos, protocolar­io sin contenido, con que la representa­ción de la ciudad halagaba a veces a vanidades locales, hueros prestigios y hasta enemigos mismos de España. Llenos están los libros de actas del Ayuntamien­to de Sevilla de tal clase de nombramien­tos, de los que luego apenas si quedaba memoria».

Del de Queipo quedó tanta que el 18 de julio de 2008 el pleno le retiró los honores. Pero volvamos a 1937, con el general en la cúspide de su carrera. Desde septiembre era hermano mayor honorario de la Macarena cuya corona se le había donado como contribuci­ón al esfuerzo de guerra: «Usted es hoy el general de Sevilla. Usted es ya tan sevillano como el que más pueda serlo. El nombre de Sevilla ha quedado ya unido al del general Queipo de Llano [...] Le damos a usted nuestra madre común: Sevilla».

El general hizo alarde de sevillanía: «Yo, que tanta fe tenía en Ella, y puestas todas mis esperanzas en que la Macarena estaba con nosotros, si me lo permite el señor cardenal, opino que dicha corona —que aún está intacta y a buen recaudo— sea entregada de nuevo a la Virgen de la Esperanza y colocada en sus sienes para que la luzca. ¡Viva la Virgen de la Esperanza! ¡Viva España! ¡Viva mi pueblo!». Los congregado­s se partían las manos para aplaudir a aquel vallisolet­ano.

Tenía razón el alcalde accidental: con tales vítores, lo raro es que no hubiera nacido junto al Arco.

«¡Viva mi pueblo!» El general aprovechó el acto de exaltación para ganarse a la multitud con vítores a la Virgen y a los presentes

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// ARCHIVO SERRANO / FOTOTECA SEVILLA Queipo de Llano en una procesión de la Macarena
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