ABC (Sevilla)

Claro que sí, guapi

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Quique Sánchez Flores intentó ayer ir de artista, pero la supuesta audacia degeneró en puro ridículo

Cuando, una hora antes del encuentro, vi la alineación que Quique Sánchez Flores proponía para su choque contra el Girona, confieso que me sentí desconcert­ado. Lo de Jordán no lo vi venir, igual que la mayor parte del sevillismo. ¿Qué motivación podía justificar la decisión de poner de titular a un jugador que lleva toda la temporada borrado? Nos habían dicho, además, que Nyland ya estaba recuperado. ¿Por qué reincidir con Dmitrovic?

Quique Sánchez Flores atraviesa un momento bastante delicado. Se ve obligado a intentar sacar conejos de la chistera. Aunque, en lugar de conejos, lo que salga sean comadrejas. Necesita impresiona­r, sorprender, hacer cosas distintas. Pero lo del once de anoche parecieron más bien caprichos de artista engolado. Necesidad de marcar impronta con presuntos toques de genialidad. Cine de autor. Mendilibar nunca hubiera incurrido en semejantes frivolidad­es. Él no gustaba de chalecos de cuello vuelto, sino que era más de chándal. Puedes imaginárte­lo riendo a carcajadas con cualquier película de Alfredo Landa. A Quique Sánchez Flores, al final, acaba tirándole la sangre y le supura la veta artística. Y ayer quiso ponerse profundo, sutil, audaz, como una peli de Godard. Pero Montelivi no es un cineclub, y en Girona son más de pelis de Marvel que de la nouvelle vague. Porque en el equipo comandado por Míchel todos parecen superhéroe­s.

Para hacer arte y ensayo no basta con ponerse en plan figura y jugar a la sorpresa con decisiones que nadie alcanza a comprender. Para el cine de autor hay que tener verdadero genio. De lo contrario, lo presuntuos­o acaba degenerand­o en ridículo.

No tengo claro a qué fue el Sevilla a Montelivi. Si era a jugar, lo disimuló bastante. Intentar competirle a un equipo que es puro músculo, rapidez y lozanía con jugadores como Jordán, Suso, Navas o Sergio Ramos es más que un atrevimien­to; sólo se me ocurre chulería (prefiero pensar que no es inconscien­cia). Si hubiera salido bien, aunque todos dudábamos bastante de ello, Quique Sánchez Flores habría acabado firmando y filmando una obra maestra. En cambio, acabó encajando una manita y generando en la afición la sensación de que hasta el último en llegar ha perdido también los papeles. Frente al Girona, los jugadores del Sevilla parecían ayer un grupo de ancianos en el primer día de un taller de digitaliza­ción, esos que se montan para introducir a la Tercera Edad en el uso de Internet y las redes sociales. Ninguno parecía entender el idioma del Girona. Su juego emplea vocablos que, sencillame­nte, no están a la altura del Sevilla. Por ejemplo, ayer fue un equipo que, como dice la chavalería, iba chetado todo el tiempo. El Girona tiene una indudable buena vibra. En cambio, el Sevilla da cringe. Es decir, pena y vergüenza ajena.

El juego del Girona habla todo el tiempo en ese idioma; como los adolescent­es que, para poder ver más rápido sus series de Netflix visualizan los capítulos a doble velocidad, el equipo catalán juega en todo momento con dos o tres marchas más. Mueven el balón con soltura y facilidad, están llenos de ritmo. Frente a ellos, el Sevilla está lleno de sugar daddies: papaítos simpáticos que no acaban de comprender que ya no tienen edad para según qué cosas, pero que siguen ahí, intentando seducir a la chavalería y jugar a su mismo juego. Puretas de discoteca. Ayer todo el juego lo puso el Girona. Un juego que, desde el primer gol, empezó siendo una exhibición, para acabar convirtién­dose en impúdico exhibicion­ismo.

Esto es el Sevilla: un equipo viejo intentando manejarse en un idioma nuevo que desconoce. El pureta que se cuela en una discoteca de veinteañer­os e intenta invitar a una copa a una chavala que podría ser su hija. «¿Quieres una copita, chiquilla?». Claro que sí, guapi.

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El jugador del Girona Jhon Solís intenta progresar encimado por Joan Jordán // EFE

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