Encierros de La Puebla Un abrazo victorioso, un día memorable
El retorno de Morante de la Puebla a la organización de los encierros taurinos por la festividad de San Sebastián se tradujo en una jornada desbordada de emoción y afluencia por las calles de la localidad cigarrera
EEran las siete y veinte de la tarde en la Huerta de San Antonio, palacio papal del morantismo. Los exhaustos forcados, con sus atuendos hechos jirones, se desvestían junto al despacho de Joselito el Gallo, rey de los toreros. Veinte metros más adelante, en el salón mayor de la finca, dos hombres se fundían en un abrazo. Pedro Jorge Marques, pieza clave en la etapa más gloriosa del último gran genio del toreo, y José Antonio Morante, hacedor de una festividad que ya merece ser catalogada como Bien de Interés Turístico Internacional. Sus caras no podían ocultar las horas de desvelo, de preocupación. «Enhorabuena, lo hemos logrado», le decía el uno al otro. Y no hacían falta más palabras. Ese abrazo encerraba todo lo demás. Dos años lastimándose desde el destierro, varios meses soñando con tomar las riendas de esta festividad y dos semanas como adjudicatarios de trabajo tenaz, sin descanso. Que terminaron regalándoles el mejor de los resultados: un pueblo entregado y unos visitantes fascinados. En definitiva, dos hombres colmados de felicidad.
Diez horas antes de aquel memorable abrazo, estos dos exitosos empresarios –más triunfales en lo sentimental que en lo económico– ya trabajan sobre los corrales de la Huerta de San Antonio. Para no dejar ni un cabo suelto, se trajeron desde Colmenar Viejo un camión lleno de novillos. Se lidiaban cinco, sobraron seis o siete. Nada podía fallar. A cincuenta metros, en la sala cubierta de entrenamientos, otrora pista de pádel, aún quedaban algunos de aquellos carteles que con tanto ahínco pegaron sobre tableros de aglomerados. Y un poquito más allá, la famosa R4 y su megafonía con la que anunciaron estos encierros. ¿Acaso se le permitiría a un genio intemporal usar las redes sociales como medio de promoción?
«Gracias por volver, Morante de la Puebla», rezaba una enorme pancarta que portaban los cigarreros, calle Larga arriba, calle Larga abajo. ¿Se puede decir más con menos palabras? Recordaban que quien regresaba era el gran inventor de estos encierros, el vecino más mediático y querido de La Puebla del Río. Pueblo ribereño y coqueto que este sábado se desperezó bajo los sones de una diana floreada, como arranque de su festividad de San
Sebastián, día grande de la localidad, cuando se convierte efímeramente en la capital mundial de la tauromaquia. Un invento de Morante de la Puebla, genio, estudioso y centinela del toreo.
Pese a la carga emocional, posiblemente fuera el encierro más angustioso para José Antonio Morante. Respon
El día transcurrió alrededor de la calle Larga de La Puebla del Río, desde donde salieron los novillos para ser corridos en un encierro que terminó en la plaza de toros portátil, en el otro extremo de la vía. En mitad del recorrido, en el balcón del antiguo Ayuntamiento, prendió Francisco Rivera la llama del chupinazo. Tres horas después, los novilleros pasaron por ella antes de torear sable civil subsidiario de todo lo que envolvía a esta memorable jornada. Al filo del mediodía, ya dentro de la antigua casa consistorial, los nervios se disparaban. Todos lo saludaban, pero daba la sensación de que él no conocía a nadie. Los amigos, la prensa, los políticos, los vecinos… Todos lo buscaban,