Un fantasma recorre Europa
TRAMPANTOJOS
España es una fantasía distópica con la tierra surcada de grietas que se pierden en el horizonte
EMBALSES vacíos, restricciones de agua... Escucho las noticias y como en un cuento de Navidad intempestivo me visita el fantasma de las sequías pasadas arrastrando las cadenas de un tenebroso imaginario plagado de bañeras llenadas de agua con remordimiento y prisas. También hay duchas expeditivas, no sea que nos pille el corte enjabonados, y peregrinaciones en busca de botellas de agua transformadas en un producto casi mágico, algo así como la Espada Cantante del príncipe Valiente.
Igual que cuando nos asola el calor extremo, también ahora las conversaciones sobre el tiempo dejan de ser un simple recurso. Hablar de la falta de lluvias ya no es un tema banal con el que romper el hielo sino un exorcismo, una necesidad vital que esconde la íntima, supersticiosa esperanza de que hablando del agua podamos tal vez atraerla. A falta de chamanes invocadores de nubes, cháchara jeremíaca.
En este ambiente catastrofista se me dispara la imaginación. Me asaltan imágenes ominosas, fantasías distópicas con la tierra surcada de grietas que se pierden en el horizonte conformando un mapa espectral. De la piel de toro ya no queda más que el inevitable cráneo posando en primer plano de un fotograma amarilleado por el sol, como sacado de un wéstern crepuscular.
Esta amenaza cierta me asusta, me apena y hasta trastoca mis recuerdos infantiles más poéticos. La falta de agua ofusca mi memoria y al recitar al maestro sin querer revuelvo sus versos imaginando una futura y aciaga tarde de invierno con colegiales que estudian y monotonía, sí, pero sin lluvia tras los cristales. Tampoco guardará ya el encanto de las aguas el jardín antiguo de Cernuda…
Y lo más paradójico de todo es que escribo esto un día en el que no para de llover. Es un día como sacado de aquella estupenda viñeta de Mingote en la que un padre que anda con su hijo bajo la lluvia le dice: «Has de saber, hijo, que estas lluvias son el aviso de la sequía que vendrá a continuación». Menuda ironía.