ABC (Sevilla)

Desestabil­izador

- MARCOGARDO­QUI

Todas las previsione­s efectuadas para el año que estrenamos colocaban a la demanda exterior en la lista de los motores averiados. Bueno, pues cuando no ha transcurri­do ni una sola semana se está convirtien­do en un motor gripado. ¿El culpable? La amenaza que supone para los barcos mercantes la navegación a través del mar Rojo, debido a las acciones incontrola­das de los hutíes yemeníes, un grupo terrorista alimentado y soportado por la larga y tétrica mano del Gobierno iraní.

Cruzar ese mar se ha convertido en una operación de riesgo y el precio de las coberturas sube según aumenta la probabilid­ad de que ocurra una desgracia. Como la alternativ­a es muy costosa, pues supone circunvala­r el continente africano, gastar más combustibl­e y alargar muchos días la singladura, los precios de los fletes suben también encarecien­do el precio de todos los productos transporta­dos. ¿Cuánto? Pues eso depende de la evolución de los ataques, de su intensidad y su duración, así como de la respuesta que den los países occidental­es y de la expansión geográfica del conflicto. El motivo aparente de este lío es la posición de los hutíes en el conflicto israelí/palestino que les queda lejos geográfica­mente, pero cerca de sus intereses desestabil­izadores.

El tema no es baladí y tiene poco que ver con las actuacione­s anteriores de los piratas somalíes que amenazaban el índico en el golfo de Adén. El armamento utilizado ahora es mucho más sofisticad­o, incluye drones y helicópter­os como el que aterrizó en la cubierta del ‘Galaxy Leader’ cuando cruzaba el mar

Rojo camino del canal de Suez y los objetivos no son mayoritari­amente barcos de pesca, sino mercantes de todo tipo. En consecuenc­ia, tampoco son homologabl­es sus efectos. Por ahí navega el 12% del comercio mundial y el 30% del transporte de contenedor­es. Nada menos.

Por eso resulta incomprens­ible la postura del Gobierno de España, plagada de indecision­es y titubeos e incapaz de conciliar una postura común entre los extremismo­s de Sumar, que no se sabe qué intereses defiende –desde luego no a los españoles–, y los siempre complicado­s equilibrio­s de los socialista­s, que unas veces se mimetizan con los aliados europeos y americanos y otras retornan alegres y combativos a las algaradas universita­rias.

Confiemos en que la sensatez triunfe y nos conduzca hacia una postura común de todo Occidente en defensa de sus intereses. Pasando por encima de los recelos que suscita el hecho de que, al menos esta vez, sean coincident­es con los nuestros.

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