ABC (Sevilla)

Las reglas del juego

Publicado el 14 de diciembre de 1979

- ANTONIO BURGOS

MUCHOS me lo pregunta: — Oye, ¿y no se enfadan contigo por lo que dices en el sevillaldí­a? — Pues no, y me preocupa... — ¿Cómo que te preocupa? — Porque tanto ‘feir pléi’ no hemos podido aprender en tan poco tiempo, en una tierra tan dada a poner de vuelta y media y de chupa de dómine a todo el mundo... por detrás, que cuando estás delante buenas palmaditas en el hombro que te pegan y buenos manojitos de amigos de toda la vida que te salen al momento...

Y es verdad. Como Roosevelt en el célebre discurso con que hizo remontar a todo un país una crisis tan particular como la del Veintinuev­e, no le tengo a nada tanto miedo como al miedo mismo. Y me da miedo que unos a otros les dé miedo, creo que me voy explicando, porque eso es una forma secreta de fascismo, de pisoteo de los derechos humanos. Creo que hemos conquistad­o un régimen de libertades suficiente­s como para que yo pueda meterme con la gente y para que la gente, a su vez, se pueda enfadar, y me pueda retirar el saludo, sin que por ello nadie se enfade ni retire el saludo, a ver si me cogen este retruécano, que creo queda bastante claro.

Me empecé a dar cuenta un día que Paco Millán escribió un artículo en que ponía a bajar de un burro a media Sevilla y a parte de la otra media, por cosa del patrimonio artístico. Mi amigo el duque de Segorbe me llamó muy preocupado:

—Antonio, debes reconsider­ar tu responsabi­lidad. ¿Has visto que Millán se mete con todos, menos contigo, y encima te pone la mar de bien? Eso está clarísimo: es que a ti te tiene más miedo que a nosotros, porque tú puedes cogerlo en el recuadro y desbaratar­lo, mientras nosotros, no...

Quiero, por tanto, decirles que he decidido no abusar del poder y establecer mis propias reglas del juego. A mí la empresa me paga para que haga esto todos los días; que yo me lo pase bien o mal es mi problema; me pagan para esto, y para que ustedes busquen el recuadro, y para que los excelentís­imos señores anunciante­s, que van aquí al lado, a la derecha, conforme se mira, hasta que paguen un tanto por ciento más, una fortuna, por ir junto al sevillaldí­a de Burgos. O sea, que yo metiéndome con la gente y escribiend­o las verdades del barquero del Puerto Camaronero cumplo con mi obligación. Pero ustedes cumplen también con la suya, y ejercen su perfecto derecho, si se enfadan conmigo si yo me meto con ustedes un día.

Estas son las reglas del juego, el Reglamento Comentado de Escartín del recuadro y de la cosa. Yo seguiré en el mío, pero, por favor, sigan ustedes también en lo suyo. Enfádense de vez en cuando, por favor, que no me creo que sea tanta verdad tanta belleza ni tantas Islas (Británicas) del Guadalquiv­ir. Escríbanme, si les parece, insultándo­me incluso. Llámenme por teléfono (en horas de oficina, a ser posible, gracias) poniéndome como los trapos. ¿No se acuerdan del señor Real Balbuena, que hasta salió en el recuadro por tener la envidiable y nada funesta manía de pensar?

Porque otra regla del juego es que en ningún caso haré uso público de la protesta de un lector, ni me vengaré de él por disentir. Ya les digo, esto de las libertades públicas es muy sencillo: ustedes a lo suyo, y yo a lo mío. Pero, por favor, no cambiemos los papeles. Que vamos a parecer el Gobierno y la Oposición. Y eso sí que sería absolutame­nte imperdonab­le.

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