ABC (Sevilla)

Si me queréis, unirse

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Hubo buenas sensacione­s en el debut del nuevo entrenador, pero no nos pongamos muy flamencos

Parece bastante claro que José Castro no se tomará las uvas como presidente del Sevilla. Y también es bastante evidente que la presidenci­a será ocupada por el actual vicepresid­ente, Del Nido Carrasco. En tal caso, el relevo será un gesto perfecto de tancredism­o. Ya saben, Tancredo, el célebre personaje de la célebre novela El Gatopardo, de Tomasi di Lampedusa, que pronunció la no menos célebre frase que sintetiza la paradoja perfecta del inmovilism­o a través del cambio: «Si queremos que todo siga como está, necesitamo­s que todo cambie». Nada, pues, se modificará con el relevo en la presidenci­a, aunque es cierto que, de momento, algo sí que ha cambiado: anoche estrenamos nuevo entrenador.

Se da un aire Quique Sánchez Flores a Visconti de joven, el director italiano que llevó a la gran pantalla la adaptación de la novela de Lampedusa. Y ayer, antes del partido, en los spaces sevillista­s de Twitter, esas delirantes tabernas donde está permitido el cante y escupir en el suelo, muchos aficionado­s ponían el grito en el cielo al comprobar la alineación que el nuevo técnico presentaba para su primer choque liguero con el Sevilla. Cómo era posible, se quejaban, de que hubiera alineado al mismo once con el que Diego Alonso se despidió del banquillo. ¿Dónde estaba el cambio?

La esquizofre­nia sevillista se palpaba en estas tabernas de forma acusada. Si a los políticos se les da un margen de, al menos, cien días para evaluar su gestión, en los equipos de fútbol los plazos para los técnicos son bastante más apretados. Que se critique a un técnico sin haber jugado ni un solo minuto es ya del todo insólito.

Pero resultó que lo de Quique Sánchez Flores no iba de tancredism­o. Porque el cambio, al menos en su debut, no ha tenido como consecuenc­ia el mismo juego ni las mismas sensacione­s. Antes del encuentro, a pie

El cambio en el juego del Sevilla debió mucho a dos jugadores que, en muchos momentos, han sido severament­e criticados por la afición. Ellos, junto a un Pedrosa colosal, fueron los principale­s propiciado­res de esta importante victoria. de campo, en la retransmis­ión televisiva, el madrileño trasladó sus impresione­s previas al partido. Tenía la voz cascadísim­a: desde que llegó a Santa Justa, hacía veinticuat­ro horas, no había dejado de hablar con todo el mundo dentro del club. En la rueda de prensa de presentaci­ón, incidió mucho en la cuestión anímica. Y no cabe duda de que buena parte de la perorata ha ido a parar al vestuario. Porque se vieron los mismos jugadores, pero en el terreno de juego se percibió otra actitud.

Fue precisamen­te en una de esas tabernas de los spaces, donde escuché a varios aficionado­s indignadís­imos por sacar de titulares a Suso y Óliver. Y fueron precisamen­te estos dos jugadores los mayores propiciado­res del cambio en el juego. Ellos, y también un Pedrosa descomunal, a los que se unió también Soumaré, con un partido decentísim­o, el loco de Ocampos, con un golazo soberbio, y Sergio Ramos, que firmó un hermoso gol de cabeza, tras el que besó con furia el escudo sevillista.

Hasta Marcao salió a jugar. Y los minutos que estuvo sobre el campo, no lo hizo mal. Ni siquiera se lesionó. Hubiera sido milagroso que Rafa Mir hubiera marcado un cuarto gol, pero eso ya era demasiado pedir.

Quique Sánchez Flores andaba cascado con la garganta. Pero cuando recupere la voz, será una bendición poder decir que por fin tenemos en el banquillo a un entrenador que puede darnos un poco de alegría flamenca: «Si me queréis, no irse; unirse al proyecto y salir a luchar».

Pero no nos pongamos demasiado flamencos: el equipo de ayer era el Granada, un equipo virtualmen­te descendido y de un nivel discretísi­mo. El sábado toca torear a un Miura. Pero nos queda la alegría de haber vuelto a recordar al menos que el Sevilla podía ganar partidos.

Como en el chiste de los garbanzos de Paco Gandía, el sevillismo está pasando mucha fatiga. Qué menos que poder tomarnos las uvas con un poco de sosiego. Ojalá que, contradici­endo a Tancredo, todo empiece a cambiar para que nada siga igual.

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El sevillista Suso se lleva la pelota presionado por Bryan Zaragoza // E.P.

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