Entre los terroristas de Hamás y los hutíes de Yemen
Los conflictos armados modernos, si no se resuelven rápidamente, abren la puerta a la desinformación
ANÁLISIS TÁCTICO DEL GENERAL (R)
Las hostilidades contra Israel en Oriente Próximo están localizadas en cuatro campos de batalla: la franja de Gaza (Hamás); Cisjordania (palestinos); Líbano (Hizbolá), y el suroeste de la península Arábiga (hutíes de Yemen). Los cuatro contendientes musulmanes tienen en Irán su guía espiritual y nodriza comunes, si bien en Cisjordania y el Líbano la lucha parece encapsulada dentro de unos límites ‘manejables’, mientras que la de la Franja y la del Yemen son objeto de especial preocupación. Ya fuera idea de Hamás, o probablemente de Teherán, la finalidad de la masacre terrorista en la periferia de Gaza fue abortar el proceso, auspiciado por EE.UU. (acuerdos de Abraham), de normalización de las relaciones de Israel con países musulmanes. Finalidad momentáneamente alcanzada por los terroristas tras la inevitable y lógica reacción armada de Israel que, aunque posea las capacidades militares necesarias para borrar la franja de Gaza del mapa, y así destruir a Hamás, no pueda emplearlas en su totalidad.
Los conflictos armados modernos, si no se resuelven rápidamente, abren la puerta a la desinformación y la manipulación mediática que siempre tratan de pilotar el uso de la fuerza. Tales palancas gravitan sobre las operaciones de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en la Franja, trastocando los términos del conflicto hasta casi exhibir al atacado, Israel, como el pérfido e inhumanitario protagonista del drama. Alteración que genera enormes presiones sobre Tel Aviv para que, en base a razones presuntamente humanitarias, ordene a sus fuerzas paralizar sus operaciones de limpieza. Ello supondría para Israel fracasar en su campaña de destrucción de Hamás y, consecuentemente, regalar la victoria a los terroristas.
Perversa situación mostrada, por ejemplo, tras el lamentable abatimiento por las FDI, el pasado viernes, en Shejaiya, de tres secuestrados por Hamás que, al parecer, habían escapado de su cautiverio. Ese fatal incidente se ha instrumentado como pretexto para incrementar la presión, doméstica e internacional, intentando nuevamente que las FDI envainasen sus bayonetas. Se obvia que los terroristas utilizan a los civiles como escudos y que no suelen combatir a cielo abierto, sino utilizando una laberíntica y costosa red de túneles –por cierto, ¿quién la financia?– para combatir, refugiarse, ocultarse, moverse, abastecerse y, ahora, encarcelar secuestrados. Se elude, asimismo, que incluso las más laxas reglas de enfrentamiento (ROE) para el combate obligan a la inmediata neutralización de cualquier potencial amenaza. Se soslaya, también, que los terroristas ni visten uniforme ni llevan distintivo alguno que les identifique como tales. Se manipula, en fin, una desgraciada y terrible anécdota de guerra, tratando de convertirla en instrumento para condicionar el resultado.
Las hostilidades en el suroeste de la península Arábiga tienen a los hutíes de Yemen como actores principales. Ellos conforman un grupo insurgente de mayoría chií, cuyo eslogan («Dios es el más grande, muerte a EE.UU., muerte a Israel, maldición a los judíos y victoria al islam») desvela impúdicamente su praxis política teocrática que le sumerge en los fundamentos del Irán revolucionario.
Los hutíes, con la coartada de golpear los intereses «vinculados» a Israel, llevan dos meses asaltando y atacando con drones y misiles los barcos que navegan por el mar Rojo. Especialmente en el estrecho de Bab el Mandeb que, con una longitud de 115 km y una anchura mínima de 30 km separa la península Arábiga del Cuerno de África. Tratan, en el mar Rojo, de estrangular la ruta marítima por la que transita el 40% del comercio mundial. Trayecto que conecta Asia con el Mediterráneo, Europa y la costa este de EE.UU. Y así, elevando la tensión en la zona, provocan la desviación del flujo comercial marítimo por el cabo de Buena Esperanza, lo que se traduce en una mayor tardanza de los transportes y un encarecimiento de los fletes y del propio petróleo. Con ello, pretenden presionar a EE.UU. y los países occidentales para que éstos fuercen a Israel a cesar o suspender las hostilidades en la franja de Gaza.
Hasta ahora, unidades navales como el destructor norteamericano USS Carney, el destructor británico HMS Diamond o la fragata francesa Lafayette están protegiendo la libre navegación por la zona. Bien que, por su enorme repercusión internacional, sería deseable dar al desafío de los hutíes una respuesta también internacional. De ahí el intento de formar una fuerza naval combinada (‘coalition of de willing’) que, liderada por EE.UU., asegure y estabilice el tráfico marítimo por el mar Rojo y soslaye el riesgo de escalada del conflicto al nivel regional.