ABC (Sevilla)

Refugios y muros

- MARÍA JOSÉ FUENTEÁLAM­O

TIRO AL AIRE

El búnker de Alcalá, como cualquier hallazgo histórico, abre más interrogan­tes de los que resuelve

HAN encontrado los arqueólogo­s el mayor refugio antiaéreo de la ciudad natal de don Miguel de Cervantes y parece mentira que éste llevara décadas oculto bajo los adoquines de su más apuesta, festiva y bulliciosa plaza. La misma que luce orgullosa el nombre del escritor. Alcalá de Henares ha descubiert­o el escondite bélico escondido y habría que volver atrás a felicitar a quienes lo diseñaron porque durante tantos años no se ha dado con él aun sabiendo que existía. Por eso, y como la historia hay que conocerla siempre, se ha puesto empeño en localizarl­o.

Del recién hallado refugio, en principio en muy buen estado y con capacidad para mil personas, se desconocía su ubicación exacta. Que ahora se confirme que ésta es justo el suelo de la plaza de Cervantes, antes plaza del Mercado, su plaza mayor, sólo constata que el lugar más seguro de un pueblo siempre está en su centro. Unas veces en la superficie, otras en lo subterráne­o. Pero siempre en el eje.

El búnker de Alcalá, como cualquier hallazgo histórico, abre más interrogan­tes de los que resuelve. ¿Cómo puede una ciudad, en poco menos de dos generacion­es, extraviar de su mapa un refugio antiaéreo entero? La cuestión sobrevuela en silencio el mismo enclave complutens­e: ¿Cuántos de los mayores que se sientan al sol en la plaza hoy, bastón en mano, pisaron de críos tal escondite? Quizás eran tan niños que no lo recuerdan. Quizá nadie les preguntó. Quizá prefieren no acordarse. No les molestarem­os con preguntas.

Ojalá sí pudiéramos hacérselas al omnipresen­te señor de la plaza. La estatua de don Miguel de Cervantes Saavedra preside el enclave desde finales del siglo XIX. Seguro que él sí sabía desde el principio la ubicación exacta del refugio y cómo se llegaba hasta él. Quizá apuntó en algún sitio, con su pluma antigua, los nombres de quienes entraron y salieron del subsuelo. De los días y las noches más amargos. Seguro que también estaba enterado de que Manuel Azaña, nacido como él en Alcalá y cuyo padre fue alcalde e historiado­r de la localidad madrileña, sufragó hasta el 25 por ciento del coste del refugio. En total, costó unas 110.000 pesetas de la época allá por 1938.

También estaba al tanto el don Miguel de bronce de que se usaron para su construcci­ón sillares de la iglesia de Santa María la Mayor, justo donde él había recibido el bautismo. Al padre del Quijote le dolió el incendio del templo en julio del 36. Así, dos años después, esas mismas ruinas se aprovechar­on para darles forma a los pasillos del sistema de superviven­cia subterráne­o.

Por haber visto todo eso, bien sabe el Cervantes de la plaza de Alcalá que los refugios, como los muros, sólo se construyen cuando no hay políticos lo bastante honestos y responsabl­es como para evitar que la sociedad se parta en dos.

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