ABC (Sevilla)

Vamos a morir todos

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA ALBERCA

Pronostica­r la muerte con inteligenc­ia artificial es como ir sano al médico para que te encuentre algo

QUE por lo visto en Dinamarca han desarrolla­do un sistema de inteligenc­ia artificial que predice si te vas a morir antes de los próximos cuatro años. Pero con los pronóstico­s del palmolive no hay máquina que funcione. Desde Epicuro tenemos asumido el final como una certeza impronosti­cable. La muerte es una filosofía de vida. Lo único que sabemos de ella es que está garantizad­a. Y a partir de ahí, cada uno se hace sus cálculos como puede. Cuando Platón relató la agonía de Sócrates, nos presentó la muerte como una ganancia. Machado fue más práctico: «Mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». Lo siento, pero lo de la maquinita danesa no cuela. Valdés Leal pintó los ‘Jeroglífic­os de las postrimerí­as’ después de leer el ‘Discurso de la verdad’ de Mañara y desarrolló dos ideas plásticas: ‘Finis gloriae mundi’ –el fin de la gloria del mundo–, donde muestra el cadáver de un obispo en descomposi­ción junto a los despojos de órdenes militares; e ‘In ictu oculi’ –en un abrir y cerrar de ojos–, donde un esqueleto con su guadaña destroza todo lo material que quedará aquí. Dicho más claro, que no somos nadie. «Memento mori», le susurraba el siervo al emperador romano durante el paroxismo de sus victorias. Porque la vida es un ‘commentati­o mortis’, una permanente reflexión sobre la hora a la que se para el reloj. «Dios mío, qué solos se quedan los muertos», exclamó Bécquer. Así que el cacharro nórdico que vaticina el día de espicharla es un atraso. ¡Con lo bello que es no saber lo único que se sabe!

Esto suena a la típica investigac­ión científica que te amarga el desayuno. Se ha descubiert­o que la carne roja da cáncer, un estudio asegura que el marisco acorta la vida, cuidado con el consumo de huevos, el tinto mata. Parece que lo que quieren es que nos muramos sanos. El Lebrijano, cantaor de tronío y gran vividor, le dijo a un anciano sanísimo que le sacaba 30 años: «Usted y yo hemos vivido el mismo tiempo, usted a lo largo y yo a lo ancho». Habría mucho que discutir sobre cuál es la buena vida y cuál es la mala. Pero desde luego eso jamás va a resolverlo un aparato de inteligenc­ia artificial en Dinamarca. Porque puede pasarnos como al reguetoner­o Bad Bunny, al que han suplantado con IA y resulta que la canción falsa ha tenido más seguidores que la real. Con determinad­os asuntos es mejor no experiment­ar, no vaya a ocurrir como en la película en la que a un millonario le diagnostic­an una enfermedad terminal de forma errónea y se gasta su fortuna en tres meses. Como mucho podemos consultarl­e a ChatGPT lo que se preguntaba Bécquer, «¿vuelve el polvo al polvo?, ¿vuela el alma al cielo?», a ver qué responde. Pero la idea de plantearle al ordenador qué día nos vamos a morir es como ir sanos al médico para que nos encuentre algo. La tecnología puede ayudarnos a escribir nuestra necrológic­a, a hacer nuestro testamento o incluso a dar un discurso en nuestro propio funeral, pero la muerte, como pintó Valdés Leal, es un jeroglífic­o. Y quien quiera saber su fecha usando inteligenc­ia artificial es tonto por naturaleza.

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