Política, posverdad y periodismo
AJUSTE DE CUENTAS
En España podríamos dar abundantes lecciones a James Bennet
El artículo de mayor impacto para el periodismo y la democracia que ha circulado estos días ha sido el de James Bennet en ‘The Economist’ titulado ‘Cuando el New York Times perdió el rumbo’. Bennet era el jefe de Opinión del diario cuando en 2020 seleccionó un artículo del senador republicano Tom Cotton en el que defendía que Donald Trump recurriera al ejército para reprimir los desórdenes tras la muerte de George Floyd a manos de la Policía de Mineápolis. Bennet, que tuvo que dimitir tras sufrir una caza de brujas interna por publicar el texto, es ahora el responsable de Lexington, la columna sobre EE.UU. que publica ‘The Economist’. En su larguísimo artículo narra cómo en una década el diario en el que aprendió a ser periodista abandonó sus viejos valores: la separación estricta de los hechos y las opiniones, la fe en la objetividad y el valor de acercarse a las noticias sin prejuicios. Su tesis es que la degradación del periodismo ha sido el correlato perfecto del éxito de populistas como Trump, a los que ha terminado pavimentando el camino.
Hay un párrafo demoledor. Según Bennet, la nueva ideología de la redacción del diario «(nace) de la idea de que no existe la verdad objetiva; que sólo existe la narrativa y que, por lo tanto, quien controla la narrativa –quien logra contar la versión de la historia que el público escucha– se lleva el gato al agua. Lo que importa, en otras palabras, no es la verdad y las ideas en sí mismas, sino el poder de determinarlas a ambas en la mente del público».
En uno de sus editoriales, la revista británica se pregunta si las democracias podrán sobrevivir en un mundo donde la verdad ya no es una cuestión ampliamente compartida, sino que se ha fragmentado y cada tribu tiene la suya.