Vanguardia

EL MUERTO DE LA PLAZA

- JAVIER FUENTES DE LA PEÑA aquientren­osvanguard­ia @gmail.com

“¡Dios quiera el final del mundo!”. Esas fueron las últimas palabras que el viejo dijo al morir en medio de la plaza. La gente que por ahí paseaba comenzó a juntarse alrededor del cuerpo de aquel pobre hombre. Todos lo miraban sin decir una sola palabra, sin mostrar en sus rostros el más mínimo sentimient­o de tristeza. De pronto Chucho, un niño desnutrido y sucio, comenzó a abrirse paso entre los curiosos y corrió a abrazar el helado cuerpo del anciano.

Nadie se movió de su lugar, ni siquiera hubo quien tuviera la intención de dar consuelo al pequeño que no despegaba la mirada de aquel cuerpo que yacía en el piso.

Cada vez era más la gente que se unía al grupo de curiosos, entre todos querían descubrir quién era aquel que se había atrevido a implorar el final del mundo. No tardaron en hacerse las suposicion­es. Un comerciant­e que tenía una joyería cerca de la plaza, atrajo la atención de todos al decir que el muerto era un loco. “Es verdad, señores”, dijo el joyero. “Ese hombre que ven ahí tirado no era más que un loco que desperdici­ó su vida tratando de encontrar la causa de los problemas de los seres humanos. Una vez entró a mi tienda y me regaló un reloj. Recuerdo que en esa ocasión me dijo: ‘Tenga señor, como usted tiene el tiempo medido, segurament­e este reloj le servirá. Yo no lo quiero. Para mí no hay tiempo ni hay espacio’. Yo lo corrí de mi negocio, pues no podía permitir que un pobre infeliz me quitara mi preciado tiempo”.

De pronto, una señora se acercó al niño que abrazaba al anciano. El pequeño ni siquiera se inmutó por la presencia de aquella mujer, que más bien se arrimó para ver más cerca al muerto. “A este señor yo lo conozco”, dijo ella. “Una vez llegó a mi fondita y me pidió un vaso de agua, pero como lo vi tan mugroso ni le hice caso. Lo que me llamó la atención es que en lugar de enojarse, solamente me dijo : “Señora, usted ha perdido la oportunida­d de ser generosa. Yo tengo sed, por eso le pedí agua, pero me he dado cuenta que por culpa de su envidia, usted está más sedienta que nadie, y temo decirle, que su sed nunca podrá ser saciada”.

“¡No diga más estupidece­s!” -la interrumpi­ó alzando la voz un hombre con el ceño fruncido-. “¡Quién cree que soy yo para creerme todas las tonterías que está diciendo! Ese hombre que ven ahí tirado, no era más que un pobre diablo. Una vez me lo topé cruzando la calle, pero iba tan despacio, que lo empujé para que me dejara pasar. Segurament­e ese pobre idiota iba a ser capaz de hacerle al filósofo”.

En eso, un joven que llamaba la atención por su gordura, llegó con una torta en la mano y al ver al muerto rápidament­e lo reconoció. “Este es el hombre más pedinche que he conocido. Un día me compré un pollito rostizado y me escondí en un rincón de la plaza para comérmelo. Pero de pronto este señor llegó a pedirme un pedazo y lógicament­e no le di nada, pues de lo contrario me hubiera quedado con un huequito en una de las muelas”.

“Ay, gordo, tú no cambias”, dijo una joven cuyas prendas no dejaban nada a la imaginació­n. “Miren bola de curiosos, yo ignoro quién sea este señor, pero a mí se me hace que era maricón. Un día andaba en la calle y me di cuenta que alguien me miraba, entonces me acerqué y le ofrecí mis caricias aunque fuera por un billetito de a cien. Lo miré tan pobre y yo andaba tan entrada en calor, que le propuse que nos fuéramos a un lugar más privado, pero él se fue corriendo”.

De pronto, llegaron los de la ambulancia, pero al ver tanta gente, les dio flojera bajarse para cargar al muerto. “Vámonos, ahí que lo carguen todos esos chismosos”.

Una bondadosa señora, al ver que nadie se ocupaba del pobre hombre, comenzó a pedir una cooperació­n para darle cristiana sepultura. “Ni crea que yo le voy a dar algo”- dijo una joven llena de indignació­n. “¡Mucho tiempo llevo ahorrando mi dinerito como para destinarlo al entierro de alguien que ni conozco!”.

El niño de pronto se puso de pie y atrajo la atención de los curiosos cuando lleno de tristeza dijo: “Yo tampoco sé quién era este señor”- les dijo a todos. “La única vez que lo vi fue en una noche fría de febrero que no encontraba dónde cubrirme ese frío tan desgraciad­o. Entonces este hombre me abrazó y todo mi cuerpo se llenó de un calor que todavía no he dejado de sentir. Es todo lo que sé… ¡Ah!, se me olvidaba decirles que se llamaba igual que yo”.

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