Vanguardia

Tiempos de ayer (y antier)

‘CATÓN’, CRONISTA DE LA CIUDAD

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Ya nadie entiende el clima de Saltillo. Estos días han sido de lluvias continuada­s. Muy pronto brillará, radiante, el sol. Los señores de edad –entre ellos yo- afirman que el clima de Saltillo no es el mismo de antes. Y tienen razón. Pero si no es el mismo de hace 50 años, habrá que pensar cuán distinto es el clima de ahora del que reinaba hace un siglo, o más.

¿Cómo era en los pasados tiempos el clima de nuestra ciudad? El doctor J. W. Wardsworth, que vivió aquí a finales del siglo XIX, hizo algunas metódicas observacio­nes que tuve la fortuna de encontrar en viejos papeles. Habla del clima local en los años de 1878 a 1880, y dice (respeto la ortografía original):

“El clima en el Saltillo es seco y sano, no tiene igual en este continente. Los meses más calurosos no son Julio y Agosto, sino Mayo y Junio. Los aguaceros comienzan en Junio, cayendo copiosamen­te por una o dos horas en las tardes, lavan las calles, reducen la temperatur­a y refrescan la atmósfera después de ellos”.

Aun en los meses de más calor, registra el acucioso observador, el termómetro no pasaba jamás de 30 grados. Las lluvias eran abundantes. En 1878 el doctor Wardsworth registró: en junio, 17 días de lluvia; en julio, 22; en agosto, 11 y en septiembre, 10.

Esas frecuentes lluvias explican quizá la abundancia de aguas que había en el valle, cuyos ricos manantiale­s bastaban sobradamen­te no sólo a satisfacer las necesidade­s domésticas de los habitantes del lugar, sino también las de una agricultur­a florecient­e. Dice don Esteban L. Portillo en su Anuario Coahuilens­e: “… Existe en la ciudad el vertiente conocido con el nombre de ‘El Ojo de Agua’, situado en una de las colinas más elevadas que tenemos al

Sur de la ciudad, pues se halla a 60 metros de altura sobre el nivel de la fuente que existe en la Plaza de la Independen­cia. La descarga que tienen sus aguas en 24 horas es de 1,600 metros cúbicos, que equivale a 1.246.000 galones. La potencia de esta agua al hacer su descarga en la fuente de la Plaza es de 300 caballos. Este ojo de agua es interesant­e, no solamente por el rico manantial de agua dulce que posee, sino también como punto histórico, por ser ésta la causa principal que decidió a los primeros pobladores a fundar la ciudad que en la actualidad habitamos…”.

La misma abundancia de aguas debe haber habido en toda la extensión del municipio, pues éste era rico en haciendas y ranchos. Entre las primeras tienen especial resonancia los nombres de Aguanueva, Buenavista, El Chiflón, Derramader­o, La Encantada, Santa Teresa de los Muchachos, San Juan de la Vaquería, Los González, Los Rodríguez, Los Valdés y Los Silleres. Entre los ranchos quedan aún nombres como el de Rancho de Peña. En esas haciendas y esos ranchos se cultivaban, desde luego, maíz, trigo y frijol, pero también se sembraba cebada, garbanzo y -dice el mismo don Esteban- “alpiste, anís, comino, mostaza y chía”. Recordemos que las tierras del Valle de las Labores, es decir la Capellanía de Ramos Arizpe, eran pródigas en hortalizas. Asombrado, el padre Morfi declaró que repollos y coles como las que él había visto ahí no se daban “en ninguna otra parte de la América”.

Las sierras vecinas eran pródigas en flora y fauna. “Las partes montañosas de este municipio -dice Portillo- están pobladas de madera”. Había en ellas osos, venados, berrendos, pumas, coyotes y pavos silvestres, entre otras muchas especies animales. Yo oí decir a mi padre que en algunos años había en la sierra de Zapalinamé tal abundancia de venados que algunos llegaban a beber en las acequias de las calles. ¡Qué tiempos!

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