Vanguardia

EL OVNIBUS

- JAVIER FUENTES DE LA PEÑA aquientren­osvanguard­ia @gmail.com

Una luz púrpura se acerca cada vez más hacia donde estoy. El miedo paraliza mis piernas y es inútil tratar de huir. Aferrado al poste de aquella esquina - cual si fuera Lorenzo de Monteclaro- espero lo peor mientras el objeto luminoso está cada vez más cerca.

La lluvia cae y nubla mi vista. Es imposible distinguir qué es lo que se aproxima. ¿Acaso es un ovni? Todo parece indicar que sí. De pronto, el misterioso objeto se detiene justo enfrente de mí y una puerta se abre. El miedo me obliga a cerrar los ojos pero es inútil huir de esa realidad. El objeto no se mueve.

Preparado para cualquier cosa abro poco a poco los ojos. Estoy seguro que un marciano saldrá a mi encuentro pero me equivoco. Justo cuando se me pasa aquel susto, una persona grita enfadada: ¡¿no se va a trepar?!

Obedezco la orden y me subo en el microbús, o mejor dicho, en el ovnibus. ¿Qué es esto ? ¿Un microbus o una discoteca? La luz púrpura que adorna el exterior, también es usada para ambientar el interior. Los vidrios están polarizado­s a su máxima expresión y los pasajeros tenemos que resignarno­s a ver las luces que en el techo enmarcan una imagen de la santa muerte.

Al frente, en el espacio que existe entre el filo del parabrisas y el techo, hay un llamativo mural conformado por una colección de discos compactos inservible­s. ¡Eso sí que es reciclaje!

Me siento mareado. No sé si la forma de manejar del chofer o la atmósfera en la que me encuentro inmerso me han provocado náuseas. Mi malestar aumenta gradualmen­te. Una esfera de pequeños espejos que gira colgada del techo despide rayos de luz hacia todos lados. Lástima que me sienta mal, pues de lo contrario me pondría a bailar tratando de imitar a John Travolta en “Fiebre de Sábado por la Noche”.

No sé dónde estoy ni a dónde voy. Lo único que quiero es bajarme de ese ovnibus. Una gota de sudor helada resbala por mi frente y de pronto el vehículo se detiene. Sin vacilar corro hacia la puerta y justo cuando comenzaba a cerrarse, me tiro un clavado anhelando encontrar refugio en el exterior. Con un golpe tremendo en el pavimento me doy cuenta que estoy a salvo, mientras veo que a lo lejos desaparece rápidament­e aquel ovnibus despidiend­o una luz púrpura cegadora.

Usted se preguntará qué fumé, pues relatos como el anterior sólo pueden concebirse bajo el influjo mareador de un Delicados sin filtro, pero aunque no me crea, ovnibuses como el anterior todavía pueden ser vistos en Saltillo.

Los microbuses y autobuses que circulan por nuestra Ciudad siempre han de llamar la atención de alguna manera. Si no es por su decoración churriguer­esca, es por la carrocería deforme. Si no es por lo ruidoso, es por las tremendas bocanadas de humo que envenenan al aire. Si no es por la exagerada velocidad con la que circulan, es por los embotellam­ientos que provocan al detenerse en lugares indebidos.

No cabe duda. Uno de los problemas más fuertes a los que deberá enfrentars­e nuestro alcalde electo, Javier Díaz, es precisamen­te al del transporte urbano de Saltillo. Los concesiona­rios de las diferentes rutas siempre pugnan por el alza de tarifas y pocas veces ofrecen un cambio estructura­l en el servicio que otorgan; no hay capacitaci­ón de calidad a los operarios; los choferes muchas veces o son inexpertos o pasan demasiadas horas al volante provocando accidentes que en ocasiones llegan a ser fatales; las unidades del transporte en la mayoría de los casos son obsoletas y contaminan­tes.

Pero a pesar de todo lo anterior, pocas veces nuestras autoridade­s les retiran la concesión para operar determinad­a ruta. Con excepción del proyecto “Saltibus” impulsado por el exalcalde Jericó Abramo Masso y que significab­a un cambio radical, y aunque se conoce bien el problema, casi siempre se implementa­n soluciones rápidas que suelen quedar en buenas intencione­s pero en proyectos fallidos.

Saltillo es una de las ciudades de México con mayor calidad de vida. Sin embargo la falta de un transporte urbano de calidad es la cruz que a diario tienen que cargar miles de saltillens­es quienes prefieren gastar más en un taxi que enfrentars­e a rutas mal organizada­s, a cafres que ponen en peligro la vida de sus pasajeros, y a concesiona­rios que se la pasan exigiendo un aumento de tarifas sin ofrecer a cambio mejoras en el servicio que ofrecen.

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