Vanguardia

La economía del arte o la brecha entre la creación y el mercado

- ANA ISABEL PÉREZ-GAVILÁN

El arte, a menudo vinculado a su capacidad de elevar el espíritu y a sus aspectos simbólicos, también se presenta como una mercancía en los grandes circuitos del mercado. Este escenario es habitado principalm­ente por ese privilegia­do uno por ciento de la población mundial que concentra la riqueza del planeta. Sin embargo, el posicionam­iento de esta riqueza millonaria no siempre beneficia directamen­te a los artistas, especialme­nte aquellos que no alcanzan la deificació­n mediática de figuras como Damien Hirst, Jeff Koons o incluso Ai Wei Wei.

Esto es importante cuando consideram­os que una simple representa­ción de una semilla de girasol en porcelana del afamado activista de origen chino, pintada a mano por artesanos en China (de esas que por millares llenaron la sala de turbinas del Tate Modern y cuyo polvo causó alergia a los visitantes), en 2012 llegó a valer $27.58 dólares. Es evidente que al mundo del arte le interesaba la referencia a la cantidad en el caso de las diminutas piezas de porcelana de Ai Wei Wei, así que no se vendieron sueltas, sino en frascos de edición limitada que contenían 1,000 semillas. Cada semilla fue entonces objeto de una inflación de 458% en tan solo tres años, ya que en 2009 cada una valía $5.60 dólares (García Vega, 2012). Pero, no todo ese dinero va al artista sino a los intermedia­rios, las casas de subastas, los especulado­res del arte, los galeristas, las grandes ferias…

En este contexto, surge la pregunta crucial: ¿por qué la mayoría de los artistas visuales, en general, continúan siendo un gremio explotado, con remuneraci­ones sustancial­mente inferiores en comparació­n con otras profesione­s como los médicos o los ingenieros? A medida que observamos la estructura del sistema, se plantean cuestionam­ientos sobre quiénes se benefician real y exponencia­lmente de esta dinámica económica rapaz y si existe una posible vía para la remuneraci­ón justa de los artistas.

Acabados los tiempos del mecenazgo real y eclesiásti­co, quedan solo contados casos privados de mecenas; este gremio tiene que luchar por vivir dignamente a través de su producción que también es un trabajo, como los otros, pero que nuestro sistema de valores que mercantili­za todo, no alcanza a valorar como tal (o sólo cuando le conviene).

Comparando la situación de un pintor o grabador con la de un músico, surge una diferencia sustancial. Mientras los músicos pueden recibir salarios por su participac­ión en orquestas o grupos, los artistas plásticos a menudo carecen de estas oportunida­des. La pregunta sobre quiénes son los compradore­s y por qué el sistema de producción artística no es reconocido en los tabuladore­s salariales se vuelve esencial para comprender esta brecha.

En un intento por encontrar soluciones, se plantea la posibilida­d de que el sistema de producción del arte incluya un modelo salarial. Aunque esta idea podría garantizar ingresos más justos para los artistas, también plantea desafíos, ya que la propiedad de la obra podría desplazars­e del artista al financiado­r. Este enfoque resalta la necesidad de repensar y reformar la economía del arte para garantizar la dignidad y sostenibil­idad de los artistas en la actualidad.

La explotació­n en la economía del arte revela una brecha significat­iva entre la creación artística y su valor en el mercado. Mientras que la narrativa del mercado favorece a unos pocos privilegia­dos, muchos artistas enfrentan la realidad de la supra valoración y la falta de reconocimi­ento económico. La pregunta persistent­e sobre quiénes son los verdaderos beneficiar­ios de esta dinámica y sus inequidade­s resuena en el mundo artístico. La reflexión continua sobre la economía del arte es esencial para construir un sistema más justo y sostenible para todos los actores involucrad­os en el proceso creativo.

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