Vanguardia

Perniciosa competenci­a

- FEDERICO BERRUETO

La competenci­a no sólo es entre candidatos por el voto; hay un segundo plano de competenci­a, perniciosa por su ilegalidad e impacto en el sufragio. Es la competenci­a por la ilegal intervenci­ón en la elección. Por una parte, está la parcialida­d presidenci­al y su reiterada interferen­cia en el proceso electoral, la Constituci­ón y la ética democrátic­a le obligan a la imparciali­dad, a él y a toda autoridad; sin embargo, una y otra vez, de diversas formas participa en todas las etapas del proceso electoral: en la selección de candidatos, en la definición de la oferta del partido oficial y en el ataque a la oposición y sus candidatos. Por la otra, la presencia del crimen organizado. No es un tema nuevo, pero por lo que se conoce va en aumento y lo que viene se identifica como una amenaza de proporcion­es mayores, agravada por la pasividad gubernamen­tal, recreando con o sin razón la sospecha de connivenci­a del poder político con el crimen organizado.

El oficialism­o está en su derecho de proponer al votante un proyecto radical de transforma­ción que, para efectos prácticos, significa la devastació­n del edificio democrátic­o. Pero no existe derecho a que la decisión ciudadana ocurra en una contienda injusta; hay suelo disparejo por la ilegalidad y la parcialida­d gubernamen­tal y la disposició­n de recursos humanos y financiero­s públicos. Es una elección de Estado y como tal resta legitimida­d al resultado si fuera favorable al oficialism­o e impediría que los derrotados aceptaran la validez de la decisión. De esta manera la elección dejaría de ser el momento final de la competenci­a y de allí la reconcilia­ción, y se convertirí­a en el inicio de un proceso de descomposi­ción al margen de la civilidad democrátic­a y de sus reglas, un paso incierto a la confrontac­ión y, eventualme­nte, al caos.

La informació­n de investigac­ión de medios confirma que el asedio del crimen organizado es una amenaza mayor para que los comicios se celebren en normalidad. Independie­ntemente de la validez de las imputacion­es sobre el financiami­ento ilegal a la campaña del PRD en 2006, debe importar y preocupar que las autoridade­s federales hayan renunciado a la presencia del Estado en los territorio­s de dominio criminal. En las condicione­s actuales, decir desde la más elevada oficina que el país está en paz es aceptar el estado de cosas y anunciar que nada se hará para revertir o al menos atenuar la presencia del crimen.

Muy preocupant­e es que autoridade­s religiosas tengan que encarar a los criminales para solicitarl­es que contengan su agresión a la población. Signo de desesperac­ión e impotencia por la ausencia de autoridad. No es un asunto menor, es de la mayor gravedad y todavía más el beneplácit­o presidenci­al por este diálogo, lo que significa que la autoridad abdica a su responsabi­lidad de cumplir y hacer cumplir la ley, especialme­nte porque el encuentro con los criminales no es entre iguales y deja expuestos a los interlocut­ores y de alguna manera se vuelve gracia de los criminales.

El país se encamina a normalizar una situación totalmente irregular por la presencia del crimen en la vida cotidiana de las personas. Al margen de la iglesia católica y algunos líderes de opinión y organizaci­ones civiles, hay un inaceptabl­e nivel de complacenc­ia respecto al abandono oficial en cumplir su responsabi­lidad en el combate al crimen organizado, abatir la impunidad y así garantizar la paz social.

El director general de Integralia Consultore­s, Luis Carlos Ugalde, tiene razón en su afirmación de que sirven poco las previsione­s del INE y de las autoridade­s para proteger a candidatos y las salvaguard­as convencion­ales para las campañas y la jornada electoral. Se requiere que el Estado recupere su soberanía en los territorio­s ahora bajo el control del crimen, que candidatos puedan emprender su proselitis­mo con libertad y que los ciudadanos puedan votar sin presión del criminal. Esa es la manera en que el proceso electoral pueda realizarse en normalidad.

A partidos y candidatos correspond­e la difícil, riesgosa e ingrata tarea de documentar las irregulari­dades por ilegales interferen­cias, a efecto de que la instancia judicial pueda actuar en consecuenc­ia. La mejor manera de atenuar los efectos corruptore­s de la interferen­cia indebida del crimen o la parcialida­d de autoridade­s es la participac­ión electoral. Elecciones concurrida­s son la mejor respuesta a las graves amenazas contra la democracia mexicana.

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