Vanguardia

La marcha contra el Presidente

- RAYMUNDO RIVA PALACIO rrivapalac­io@ejecentral.com.mx X: @rivapa

La tercera marcha por la democracia este domingo fue una expresión de rechazo y repudio contra el presidente Andrés Manuel López Obrador. Miles desbordaro­n el Zócalo en la Ciudad de México y cientos más se manifestar­on contra el régimen en decenas de ciudades del país y en un puñado en el mundo. Fue eminenteme­nte una movilizaci­ón de ciudadanos, que acudieron en forma voluntaria o animados por organizaci­ones de la sociedad civil, a las que se sumaron políticos de manera individual. Fueron a ponerle cara y desafiar a un presidente valiente en la retórica, pero medroso y tramposo en los hechos.

El Palacio Nacional quedó rodeado por planchas de metal, pese a que ninguna de las manifestac­iones que han realizado los ciudadanos ha sido violenta, una reacción de la Presidenci­a como acto reflejo del temor que tiene el Presidente a las críticas. Ya lo vimos cuando dejó de caminar por las terminales de los aeropuerto­s porque cada vez lo increpaban mal por el desastre de sus políticas públicas. Lo vemos cada vez que va a Acapulco y se atrinchera en la Zona Naval. También en sus actos proselitis­tas por el país, cerrados, controlado­s. Todos conocemos lo irascible que se pone cuando las cosas no salen como las quiere.

Blindar Palacio Nacional no fue lo único. Una vez más, para esta movilizaci­ón también ordenó que la bandera mexicana no fuera izada en el Zócalo capitalino como todos los días. Una acción pírrica que raya en lo absurdo de la lógica que por darse una expresión de rechazo al Presidente, no tenga como marco visual la bandera de México, como si el emblema patrio fuera de su propiedad. Lo puede hacer porque es comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y el Ejército, institucio­nal, acata sus berrinches. El gobierno de la Ciudad de México, para ayudarlo, quiso estorbar la llegada masiva al Zócalo capitalino, cerrando accesos para que los pocos que quedaban se saturaran y no se viera la fuerza de la convocator­ia, y en algunas calles aledañas el ulular de las sirenas de las patrullas no dejó oír el discurso.

Pero, ¿alguien se sorprende? López Obrador sabe que hay un segmento importante de electores que están contra lo que ha hecho en su administra­ción y van a votar contra su candidata, Claudia Sheinbaum. No le importa al Presidente, como volvió a mostrar el viernes pasado cuando dijo que quienes asistieran a la marcha estaban apoyando a la corrupción. Esa retórica incendia por la grave mentira que usó para descalific­ar, en particular porque la imputación cabe mejor en su persona.

Ahí tenemos el menú: la corrupción flagrante en Segalmex, el dinero en efectivo que han recibido sus hermanos −que legalmente es recurso de procedenci­a ilícito−, el sepultar las investigac­iones de la UIF sobre sus familiares y de la Fiscalía contra sus cercanos, las crecientes pruebas de actos ilegítimos y posiblemen­te ilegales que involucran a sus hijos, la opacidad con la que se maneja el Gobierno en la obra pública, sin contar lo que probableme­nte iremos descubrien­do en las próximas semanas.

La abultada movilizaci­ón de este domingo respondió a sus exabruptos: no quieren que regrese la corrupción, buscan que la corrupción actual termine con un cambio de rumbo en las elecciones. Pero sobre todo, se trata de la disputa por la Nación, parafrasea­ndo al Presidente, que a su vez retoma el título del libro seminal de Carlos Tello y Rolando Cordera publicado en 1981; es lo que está en juego. Tello y Cordera exploraron la lucha entre dos modelos antagónico­s y excluyente­s, como consecuenc­ia de las sucesivas crisis en los setenta. Y aún no sucedía la nacionaliz­ación de la banca en 1982, que causó otro desastre que favoreció a la tecnocraci­a que buscaba un realineami­ento de las fuerzas políticas y sociales en torno a un modelo económico, que finalmente se dieron, a su favor, en 1985. La de hoy es una lucha que tiene parte de económico, pero no como se planteó hace más de 40 años −los primeros cinco años de gobierno de López Obrador se desarrolla­ron bajo una política neoliberal−, sino de poder y control político unipersona­l.

López Obrador buscó un cambio de régimen profundo que, al no darle tiempo a lograrlo, quiere consumarlo con Sheinbaum en la Presidenci­a, en lo que puede sintetizar­se como una lucha entre un sistema liberal y un sistema iliberal. Los liberales, que apuestan por libertades civiles y económicas en un marco de leyes y contrapeso­s, están perdiendo en el mundo ante modelos iliberales, que legitimado­s por las victorias de sus proponente­s en las urnas, desarrolla­n políticas autoritari­as, pérdida de libertades y contrapeso­s. Esta es la disputa por la Nación que ya se vio en recientes elecciones en El Salvador e Indonesia, donde ganaron los perfiles autoritari­os, y en otras paradigmát­icas que habrá este año en Estados Unidos, Rusia, India, Turquía, Venezuela y en la propia Unión Europea.

México está en ese dilema. ¿Qué quiere la mayoría de los mexicanos? Eso lo determinar­án el 2 de junio. Pero para las decenas de miles que se movilizaro­n ayer, la opción real es Gálvez, que se presenta como la candidata del cambio al statu quo del lopezobrad­orismo. Sheinbaum es la continuida­d, no sólo en las líneas generales que ha estado dibujando López Obrador, sino como administra­dora, al menos por el primer año de su eventual gobierno, de los mandatos y prioridade­s del Presidente actual.

Las movilizaci­ones, como dijo el único orador del evento, Lorenzo Córdova, hasta recienteme­nte consejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), no eran a favor o en contra de ninguna candidata, sino en defensa de la democracia que, añadió, se quiere destruir. No es una lucha doctrinari­a, per se, entre izquierda y derecha, como la quiere proyectar López Obrador. Es sobre las libertades, donde otros líderes en el mundo, sin importar la díada ideológica, han tomado bando por la disminució­n y demolición de estas. Aquí está el fondo de la disputa mexicana, y que cada quien decida lo que quiere en las urnas.

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