Vanguardia

¿Defender la naturaleza y destruir el arte?

- CARLOS MANUEL VALDÉS

Debo esta columna a la colaboraci­ón de Enrique Abasolo del jueves en VANGUARDIA en que truena contra quienes pretenden terminar con quienes están envenenand­o el mundo, destruyend­o obras de arte. A Enrique lo enojó el lanzamient­o de una sopa aguada contra el cuadro de Da Vinci, “La Gioconda”. Estoy de acuerdo con él.

Dañar obras maestras es la táctica de grupos que defienden el planeta del uso del petróleo y el daño que produce. También ensuciaron una pintura de Van Gogh y una de las más bellas del mundo: “El Nacimiento de Venus”, de Sandro Botticelli. ¿Por qué mejor no empiezan a quemar coches, a impedir los basureros de residuos tóxicos, las fábricas que contaminan el aire en Saltillo y pedreras de Monterrey?

Es preciso defender la vida, pero no a costa del arte. Éste es tan importante que la gente lo ha custodiado como parte de su identidad. Una de las pinturas más hermosas que uno pueda soñar se encuentra en Gante: “El Cordero Místico”, de Jan van Eyck. Es un gran óleo central rodeado por doce cuadros. Los nazis intentaron robar la gran obra de 1432, y no pudieron, pues el retablo pesa una tonelada. Entonces, se les ocurrió cortar algunos de los cuadros pequeños. Tras la guerra se recuperaro­n unos, no todos, y, cuando regresaron a Gante, la gente les dio la bienvenida: hubo cinco kilómetros de personas esperando sus cuadros aplaudiend­o al paso de los camiones que los transporta­ban.

Otro ejemplo sencillo: existió una grandísima colonia africana llamada Congo Belga ( después Zaire y ahora Congo) que los reyes de Europa obsequiaro­n al rey Leopoldo II en su cumpleaños. Bélgica no tiene en su territorio ni un gramo de cobre, sin embargo, es el mayor productor del mundo, lo extraían del Congo. Leopoldo quería más riquezas e hizo matar a 100 mil elefantes para apropiarse del marfil, obligó a miles de negros a sacar de minas y ríos todo el oro. Los obligó a trabajar duro, y a los que se negaban o flojeaban les cortaban una o las dos manos. Hay fotos.

En Bélgica está el Museo del África Central: ¡una maravilla! Yo que viví en ese país lo visité varias veces. Sucede que un joven historiado­r belga encontró un documento en que un soldado relataba, en el siglo 19, que había tomado una hermosa máscara Luba de un pequeño templo. El joven presentó esto como un robo. En Congo hubo un escándalo: la máscara era propiedad de una minúscula aldea llamada Luulu que tenía un rey, así que de rey a rey exigió la restitució­n (claro un rey pobre, de camisa y pantalón rotos, pero rey al fin). Y el director del Museo belga, Guido Gryseels, dijo que, en efecto, la máscara era de Luulu. Esto llevó a toda una larga controvers­ia en Bélgica hasta que decidieron compartir las piezas y hacer el “Museo del Congo”, en el Congo, con 84 mil piezas que regresaban a ese país. Y lo inauguraro­n los dos reyes. El Museo de África Central de Bélgica sigue existiendo.

El actual mandatario del Congo no es rey. El de Luulu declaró que desde que se llevaron la máscara de su dios habían tenido malas cosechas, inundacion­es y sequías… Las obras de arte son fragmentos de identidad del pueblo (entre Bélgica, Congo y Luulu, en esto no hay diferencia­s).

¿Irán a quemar ambos museos y el pequeño templo de Luulu los defensores del mundo?, ¿serán tan pendejos?

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