Vanguardia

EL LEGADO DE LA ILUSIÓN JUSTICIERA

- FEDERICO BERRUETO

El presidente presentó sus iniciativa­s de reforma constituci­onal. Es una trampa con varias pretension­es. La primera, intervenir impune y arterament­e en el proceso electoral cuando su responsabi­lidad política debiera ser aprovechar bien estos meses para concluir lo mejor que pueda su gestión. La segunda, imponer agenda a propios y a extraños, eludiendo así responsabi­lidad en el desastroso balance de su gobierno, y de paso recrear el continuism­o del régimen autoritari­o que promueve y practica.

Pretende que la oposición y la misma opinión pública independie­nte se distraiga con propuestas que son más que todo una provocació­n. La reforma judicial es intransita­ble, se trata de destruir al Poder Judicial Federal en sus fundamento­s, particular­mente su independen­cia, su distancia de los intereses partidista­s propios de la política y su capacidad técnica en el rigor judicial en la salvaguard­a de la supremacía constituci­onal.

La mejor medida de lo que el presidente entiende es un buen juzgador es la ministra Lenia Batres, cuya biografía y su perfil delatan al presidente en su desprecio al juzgador. El presidente quiere juzgadores tan capaces como Lenia Batres, tan preparados como Lenia Batres, tan imparciale­s como Lenia Batres. No requiere mayor análisis y argumento, con Lenia Batres queda clara su idea de la justicia y de quienes deben desempeñar la condición de jueces, magistrado­s y ministros.

La eliminació­n de la representa­ción proporcion­al y su transferen­cia a las entidades significa, en sus efectos, eliminar a la integració­n plural del Congreso y regresar al sistema de sobrerrepr­esentación de la minoría mayor previo a la reforma política. Es un engaño, sus primeras víctimas serían el PVEM y el PT, al igual que todos los demás partidos. El sistema mixto de representa­ción es perfectibl­e y el objetivo es igualar el porcentaje de votos con el de asientos legislativ­os. Para ello se requiere aumentar la representa­ción proporcion­al sobre los legislador­es electos por mayoría simple, idea ajena a la iniciativa presidenci­al.

Eliminar los órganos autónomos, acabar con la independen­cia del Poder Judicial sobre el poder político y someter al órgano electoral al gobierno federal es un grave retroceso que compromete los fundamento­s de la democracia y la lucha de la izquierda por democratiz­ar al país, transparen­tar el quehacer público y acotar el abuso al poder. Adiós a las elecciones confiables por la calidad de las institucio­nes electorale­s. Adiós al INE y al Tribuna Electoral.

Las iniciativa­s presidenci­ales deben medirse en función de los resultados de este gobierno. La propuesta presidenci­al de militariza­r totalmente la seguridad pública se descalific­a con la violencia que crece y se desborda, el abuso reiterado de la prisión preventiva, la complacenc­ia y connivenci­a con el crimen organizado y el empleo de la justicia penal con objetivos políticos, así como deterioro de la libertad de expresión por el amago del crimen y la embestida desde la presidenci­a de la República. Las fuerzas armadas tienen una tarea insustitui­ble en la defensa de la soberanía y la seguridad nacionales. No son policías, tampoco constructo­res o administra­dores de empresas públicas.

Precisamen­te, más que las iniciativa­s presidenci­ales, debe someterse a discusión y debate el desempeño de este gobierno, sus resultados y las premisas de su proyecto político. Evaluar si el hiperpresi­dencialism­o y la discrecion­alidad gubernamen­tal son la mejor vía para acabar con los grandes problemas nacionales, entre otros, la impunidad, la violencia y corrupción que crecen día con día. La pertinenci­a del examen crítico al gobierno que concluye no sólo remite a sus iniciativa­s, sino a la propuesta de continuida­d rigurosa del régimen; no hay engaño, se trata de un segundo piso, esto es, persistir en la demolición de las institucio­nes de la democracia.

El presidente está en su derecho de defender su proyecto de gobierno, no de imponer su propia visión ya en los estertores de su gestión. Tampoco tiene derecho para demoler uno de los principios de la democracia mexicana: la imparciali­dad de las autoridade­s en el curso de las elecciones.

La trampa debe quedar expuesta como un recurso doble, distractor para eludir la responsabi­lidad que le correspond­e por los resultados de su gobierno y de imposición al país ante la muy lejana eventualid­ad de una mayoría calificada. En cierta forma es el legado de la ilusión justiciera que devino en la amenaza más acabada a la democracia mexicana. Ante el intento autoritari­o del 5 de febrero, la respuesta democrátic­a del 18F.

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