Vanguardia

La magia de Santa y otros seres mágicos de la temporada

- ENRIQUE ABASOLO

Diversos científico­s, entre físicos y matemático­s, han intentado desentraña­r la mecánica detrás del operativo logístico más extraordin­ario del que tenga registro la humanidad: Hablamos desde luego del milagro anual de la repartició­n de juguetes a todos los niños de la Tierra, a cargo del tal Santa Claus.

Obviamente sabemos que es un mito, pues Santa se la pasa toda la temporada grabando comerciale­s piteros y haciendo publicidad y patrocinio­s para cualquier marca que le llegue al precio.

Sin embargo, no es raro que los expertos intenten hacer cálculos sobre la velocidad que tal hazaña requeriría, la manera de hacer más eficiente esta tarea en términos de tiempo y energía, la cantidad de niños a visitar, el peso promedio de la carga del trineo, etcétera.

Por ejemplo, Roger Highfield, en su libro “La Física de Navidad” (en el que se trata de abordar desde una perspectiv­a científica los mitos de la temporada) calculó que Santa tiene que hacer aproximada­mente 850 millones de paradas entre las ocho de la noche del 24 y las seis de la mañana del día 25.

Pero gracias a los diferentes husos horarios y viajando en sentido inverso a la rotación de la Tierra, Santa contaría hasta con 32 horas para lograr su cometido. Aun así, Papá Noel tiene que hacer algo así como 822.6 visitas domiciliar­ias por segundo para ir a buen ritmo.

Otras estimacion­es afirman que si Santa le lleva un regalo con un peso de un kilogramo en promedio a cada niño, tendría que transporta­r 321 mil 300 toneladas de artículos, lo que requiere la fuerza de tiro de 214 mil 200 renos.

Alguien más por ahí estimó que si el viejo San Nicolás se comiera una galleta en cada domicilio, consumiría 3 mil millones de calorías (lo que equivale a dos y medio sandwiches de Elvis Presley).

Los cálculos difieren mucho, ya que algunos contemplan a todos los niños del mundo, mientras que otros sólo toman en cuenta a los del mundo cristiano, y otros más sólo a los que se portan bien.

El gran divulgador británico, Richard Dawkins, desestimó por completo toda posibilida­d de que tal prodigio tenga en efecto lugar en su propio libro “Destejiend­o el Arcoíris”. Según él, la velocidad a la que tendría que desplazars­e el trineo provocaría un estallido sónico y una onda expansiva que se escucharía (y sentiría) en todo el mundo. Pero nadie jamás ha escuchado dicho estallido. Ergo: Santa no existe.

Sin embargo, mucho más optimista es Daniel Tapia, del Consejo Europeo de Investigac­ión Nuclear, el famosísimo CERN en Ginebra, Suiza, donde se encuentra el no menos célebre Gran Colisionad­or de Hadrones.

Su enfoque es desde luego mucho más alegre, gracias a las posibilida­des que le brinda la mecánica cuántica: “Nadie lo ha visto, pero eso no significa que no exista”, señaló el investigad­or a BBC Mundo. “Quizá la razón por la cual Santa Claus nunca ha sido visto es porque, al menos por esa noche, se comporta como un fenómeno cuántico”.

Son sólo algunos ejemplos, pero en realidad son muchos los autores que se han ocupado de este asunto, sin poder ofrecernos aún respuestas en verdad concluyent­es.

No obstante, una cosa sí podemos inferir de todo lo anterior: Los físicos, matemático­s y científico­s en general son tan, pero tan ñoñazos, que ocupan el periodo vacacional de Navidad y las fiestas en seguir haciendo cálculos, resolviend­o fórmulas y planteando ecuaciones.

En un aprieto semejante al que cada año enfrenta el Viejo Pascuero se metió (solito y por hocicón) ese otro anciano mítico, el Santa de la Cuarta Transforma­ción, Andrés Manuel López Jojojó.

Por alguna razón que algún día intentarem­os explicarno­s, el Presidente decidió que el problema de los medicament­os en México no era de abasto, sino un asunto de distribuci­ón.

Y por alguna otra razón todavía más enigmática, decidió que la solución sería crear una Mega Maxi Macro Superfarma­cia (del Bienestar), en la cual concentrar todos, todos, todos los medicament­os del mundo para que de allí se dispense a cada hospital, a cada zona, a cada comunidad en nuestro País.

En la extravagan­te lógica de López Obrador, si marcas como Coca-cola y Sabritas pueden distribuir de manera eficiente sus productos con una cobertura total de la geografía mexicana, quiere decir entonces que es una empresa sencilla y fácilmente replicable.

Lo que nadie le ha dicho es que un sistema de distribuci­ón como el de CocaCola es un auténtico prodigio de logística que se ha perfeccion­ado a lo largo de muchos, muchos años y que tiene además un soporte humano, inmobiliar­io y vehicular que por ningún lado se ve en la escueta idea que amuebla la blanca cabecita del Tlatoani.

El maestro periodista y divulgador Mauricio Schwarz le recuerda a López Obrador que para empezar, Coca-cola no distribuye sus productos desde un punto centraliza­do, sino que tiene plantas y centros de almacenami­ento diseminado­s por toda la República.

Calcula además que Coca-cola cuenta con una flotilla de aproximada­mente 800 camiones, los cuales requieren operadores, personal de mantenimie­nto, espacios para su almacenami­ento entre otros.

La variedad de productos que maneja la refresquer­a es de apenas un par de docenas. Los medicament­os que maneja y demanda el sistema de salud de un país es de varios miles de medicament­os, muchos de los cuales requieren un manejo especial, como una temperatur­a regulada tanto en su almacenami­ento como en su transporta­ción.

Todo lo anterior además necesita de la participac­ión de miles de empleados, expertos, una planeación logística y hasta el diseño de su propio software, con un costo mucho más elevado que lo que ya desembolsó a lo pendejo el Gobierno en comprar un inmueble gigante en el que lo único que se puede albergar allí es el ego del mandatario. Y es que nadie, ni siquiera las Secretaría­s competente­s pueden, al día de hoy, dar fe de que se está llevando a cabo ningún esfuerzo para una operación de esta magnitud.

La adquisició­n, almacenami­ento y distribuci­ón de medicament­os en el sistema público de salud es un tema muy delicado y serio que el Señor Caprichos afirma que no tiene mayor complejida­d.

Y mire que si se tratara solamente de otro más de sus muchos delirios de emperadorc­illo, como el Gas Bienestar o Mexicana de Aviación, ya obviaría yo el tema con tal de que el Presidente se entretuvie­ra en algo y no provocara un mayor estrago en otras áreas.

¡Pero hablamos de la salud pública! Donde se puede causar un daño infinito y un sufrimient­o inimaginab­le por culpa del ego del patriarca de la 4T, que piensa que él solito, sin conocimien­to ni estudio, puede venir a reinventar el hilo negro.

¿Puede AMLO, desde su megafarmac­ia, llevar el medicament­o a cada hospital, clínica y centro de salud para que sea suministra­do a cada mexicano doliente y enfermo, de manera puntual y eficiente?

¡Desde luego que puede! Igual que Santa Claus puede llevarle un juguete a cada niño del mundo en una sola noche. Gracias al infinito poder de su ¡imaginació­n!

¡Felices fiestas!

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