Vanguardia

Democrátic­os tamales

‘CATÓN’, CRONISTA DE LA CIUDAD

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

-Ándele, compadre; otro tamalito.

-No, gracias, comadrita. Ya me he comido seis.

-Se ha comido ocho, compadre, pero no le hace. Cómase otro.

Entre las muchas cosas que la Real Academia Española (RAE) debe corregir está su infortunad­a definición del término “tamal”: “Especie de empanada de masa de harina de maíz... cocida al vapor o en el horno...”. Si la empanada, según el propio lexicón, es una “Masa de pan... cocida en el horno”, mal puede ser el tamal “una especie de empanada”. Al señor Robelo, estudioso del folklore de México, el tamal le parecía más bien “una especie de panecillo”. Pero el símil más sorprenden­te lo encontré en un escrito de Clavijero, quien dijo que el tamal es “...pasta de maíz hecha al modo de los ravioles...”.

Por otra parte, no he sabido nunca de un tamal tradiciona­l cocido en el horno. Los tamales se hacen en olla desde los tiempos de nuestros primeros padres, los indígenas. Hay un curioso texto de Sahagún: “...Cuando se cuecen los tamales en la olla, si algunos se pegan en ésta decían los naturales que quien comía aquel tamal pegado, si era hombre, nunca tiraría bien las flechas en la guerra, pues se le pegarían al arco, y si era mujer nunca pariría bien, pues que se le pegaría el niño dentro...”.

He aquí la definición que da de la palabra “tamal” don Francisco J. Santamaría, gran filólogo: “TAMAL: Masa de maíz con manteca, envuelta en hoja de plátano o del mismo maíz, rellenada con guisos diversos”. Habría que aclarar solamente que no todos los tamales se rellenan “con guisos diversos”. Los hay de los llamados “de dulce”, que no van rellenos, sino cuya masa se mezcla con azúcar, canela en polvo, coco rallado, pasas, nuez... Además no todos los tamales llevan relleno. A este respecto evoco una anécdota de don Óscar Flores Tapia. Cuando era Gobernador de Coahuila −uno de los mejores que ha tenido el Estado− fue invitado por su colega, el Gobernador de Oaxaca a hacerle una visita. Ya en la Antigua Antequera, el gobernante anfitrión ofreció al coahuilens­e un almuerzo de tamales. Hurgó los suyos don Óscar con el tenedor, y a pesar de la concienzud­a exploració­n no halló nada en ellos aparte de la masa. Se volvió hacia su colega y le dijo con simulado asombro:

-Viera qué salvajes somos los norteños, señor Gobernador. ¿Creerá usted que a los tamales les ponemos carne?

En efecto, nuestros tamales siempre llevan algo dentro: carne de puerco o pollo, queso, frijoles... A ese relleno antes se le llamaba “presa”, porque es lo que se busca; lo demás es solamente masa. Hay un refrán en el cual aparece esa palabra: “Cuando al pobre le va mal, ni presa le halla al tamal”.

En estos días comeremos todos el sabrosísim­o manjar. Rara será la casa, rica o pobre, donde sus moradores no hayan degustado algunos “tamalitos”. Se hace diminutivo el término para acentuar la modestia del condumio, pero también su sabrosura. Los botes y bolsas de la basura muestran ahora, en abundancia, las hojas de los tamales del almuerzo o la cena. Se cuenta que el famoso Filósofo de Güémez pasó frente a una casa de pueblo en cuya puerta se veía un tambo de 200 litros lleno hasta arriba de hojas de tamales. Lo miró detenidame­nte el Filósofo y declaró luego con solemnidad:

-A mí no me chingan. Aquí hubo tamalada.

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